Por mucho que los medios de comunicación la hayan calificado de vedette estos días, La Veneno en realidad era una mujer que no escondía su orgullo de ejercer la calle y que aprovechaba cada visita a un plató de televisión para mantener la nevera llena, con suerte, hasta final de mes. Sus tiempos de gloria de mano de Pepe Navarro en Esta Noche Cruzamos el Missisipi, uno de los primeros programas que acercaron el late night a la parrilla patria, hace tiempo que ya pasaron. Pero sorprende llamativamente que, justo ahora que Valeria Vegas había recuperado su figura en la biografía ‘¡Digo! Ni Puta ni Santa’, su final haya sido tan abrupto y dramático.
Según la autopsia, que se ha hecho pública este viernes, murió de una caída accidental en su pequeño piso del barrio de Tetuán. No obstante, a lo largo de esta semana ha habido un vaivén de familiares y amigos que han apuntado a que la de Adra podría haber sido asesinada por un ajuste de cuentas. Ella misma, en algunas de las últimas entrevistas que concedió para promocionar sus memorias, comentó que le daba miedo ser asesinada por hablar más de la cuenta en el libro. De modo que con la sombra de la duda campando a sus anchas, si algo está claro es que los programas de televisión van a seguir lanzando hipótesis sobre este trágico suceso hasta que la actualidad obligue a poner en portada a otro famoso. Pase lo que pase, por favor, que no se caiga en el circo mediático.
La Veneno, pese a quien pese, fue la primera transexual que se asomó a las grandes audiencias de la televisión española en una época en la que el colectivo aún era más incomprendido que en nuestros días. Y encima no tuvo tapujo alguno en hablar claramente de ello. Su desparpajo ante las cámaras, sus célebres frases (¡Digooooo!) y su basta verborrea fueron objeto de risas en la era pre-Vine. Pero aunque el personaje en sí fuera del todo hiperbólico, su sola presencia ayudó a que la España más cafre se diera de bruces con una realidad que se ocultaba al gran público: la del colectivo trans.
Por mucho que en plató se prestara al show, su vida (como la de millones de otros transexuales alrededor del mundo) no fue nada fácil. El destino le ha jugado muy malas pasadas (desde amores que se aprovecharon de ella hasta un truculento ingreso penitenciario) y no por ello hay que beatificarla. Sin embargo, con su muerte, se nos ha ido un icono pop de las libertades que en todo momento hizo lo que le placía sin importarle lo más mínimo qué diría el populacho de ella. Personas como Cristina, que derriban tabúes en algo tan mainstream como la televisión, son más que necesarias. Y lo peor de todo esto es que, pensándolo fríamente, actualmente no existe ninguna sustituta que pueda seguir con su labor.