De lo primero no hay ni rastro. No hay ninguna intención ni discurso “pro-vida” por parte de McEwan (además, el feto está ya crecidito). De lo segundo, sí. Toda la novela está bañada por un líquido amniótico compuesto por un humor muy fino y muy negro. Muy británico. El protagonista es como uno de esos supuestos fetos listísimos porque se han desarrollado escuchando a Mozart, un nonato filósofo y borrachín que ha ido aprendiendo todo de oídas por medio de las conferencias en podcast con las que su madre se queda dormida (a veces, con unas copas de más). El autor consigue que, como Kafka en ‘La metamorfosis’, nos creamos esta inusual voz intrauterina y entremos en el juego de la ficción de cabeza, sin necesidad de cesáreas.
Pero… ¿esta cabriola estilística da para una novela de más de doscientas páginas? Pues sí. Sorprendentemente, ‘Cáscara de nuez’ (Anagrama) funciona más allá de su arriesgada premisa narrativa. Por un lado, es una curiosísima reescritura prenatal de ‘Hamlet’, un soliloquio lleno de dudas existenciales y pertinentes reflexiones sobre la actualidad (el feto escucha las noticias que su madre oye de la BBC), de esas que dan ganas de subrayar y soltarlas después como si fueran propias. Y, por otro, es una sugestiva intriga criminal. La novela funciona casi como un thriller erótico, una historia de adulterio donde el protagonista es un involuntario detective voyeur, el forzado integrante de un trío que se permite hablar de sexo con la autoridad que le proporcionan sus casi nueve meses de tener en cada ocasión “un pene a escasos centímetros de mi nariz”. 7,5.