El grupo, que solía citar entre sus influencias a Love, Felt, Moustaki, Scott Walker, Cohen o los Beatles, se diferenciaba desde el principio de todos ellos por su carácter naíf, heredado de Aventuras de Kirlian, y después por su gusto por las orquestaciones y el pop clásico. En esta tabla repasamos 40 de sus mejores canciones que, lamentándolo mucho, en general no están disponibles en ninguna plataforma de streaming de manera digna, tan sólo en Youtubes de pésima calidad que no hacen justicia a las grabaciones espectaculares realizadas en Londres, Praga, Madrid o Donosti, con el dinero que no tenían y la ayuda de su productor Iñaki de Lucas y el arreglista Joserra Senperena. Esperemos que alguien resuelva esto algún día, pues los CD’s y vinilos o están descatalogados o, en su mayoría, se venden a precios realmente prohibitivos. Este artículo no habría sido lo mismo sin la ayuda de Richie, webmaster de la web de La Buena Vida durante la década pasada, que me ha donado gentil y rápidamente las fotos de grabación de ‘Soidemersol’ (1997) y los textos que Pedro San Martín escribió sobre casi cada canción y grabación de la banda. En esos textos, por cierto, aparece la palabra «amateur». «Amateur es poco para lo que éramos como grupo», indicaba hablando de sus inicios.
La Buena Vida han pasado a la historia como la versión menos ácida del Donosti Sound en contraste con Le Mans. Pero realmente su etapa popi se ciñe a los primeros dos discos y a los primeros dos EP’s que los precedieron. A canciones como ‘Por la mañana’ y su desvergonzada cita a «peces de colores, también hay flores» de su debut largo. Es curioso recordar lo Pegamoides que suenan ritmos y guitarras de aquella época, aunque en su caso con unas letras radicalmente diferentes. Su primer single, de 4 canciones y 8 minutos, contiene estupendos temas como ‘Mi reloj’ y esta evocadora ‘Hoy es domingo’, en la que Borja metió un teclado tipo acordeón. Ojo también a ‘Tardes de café’ y sus deliciosos «parapapás»: quedó fuera del disco y de su primer single, pero Siesta la recuperó para la caja recopilatoria ‘Sencillos’.
La diferencia entre el primer y el segundo disco de La Buena Vida, aparte de en que en el segundo todas las canciones fueron escritas a la vez, y en el primero las composiciones provienen de diferentes etapas, es el paso a la solemnidad. Se nota en canciones sobre las que hablaremos más adelante, pero sobre todo en el final del álbum: ‘Un vestido de tul’, estupenda, bastante Vaselines; y esta suplicante ‘Noviembre’. Su pesadumbre es ya evidente y el cambio de acordes en «pensándolo bien, los sueños son sueños» recuerda a Los Brincos. Pedro la defendía así: «Creo que es una de las que mejor quedó. Los arreglos fueron un acierto (el obstinato del violín, el solo del cello, el vibráfono…) La intro en “fade in” también quedó muy bien y las voces terminaron por mejorarla».
El Donosti Sound fue largamente comparado con Vainica Doble por su falsa apariencia naíf, sus melodías a veces esquivas y sus letras. En el caso de La Buena Vida, el caso más claro es esta ‘Bodas de plata’ que incluye rimas como «eres como un calendario un tanto estrafalario» y una estrofa ultra Vainica en su acritud: «Esa cara de inocencia, aparente decencia / más bien truculencia, más bien desamor / tu mala conciencia que al fin se liberó». Redondeando este anti-himno, título de la canción. ¿Manuel Alejandro?
‘Hallelujah’ (2001), que iba a ser doble, no era el único disco en cuya grabación a La Buena Vida le sobraron canciones enormes. Las caras B del single ‘Los Planetas’ también lo eran. ‘En un mundo mejor’ era un interesante cruce entre ‘Soidemersol’ (por el inicio jazz) y ‘Hallelujah’ (por temática, ese «10 años juntos, no nos conocemos»), pero es que ‘La calle del Carmen’ podría haber sido perfectamente un single. Un paseo por la ciudad lleno de complicidad y calma pese a la ruptura, entre la persona que camina y la persona en el balcón. El título no se refiere a la conocida calle madrileña, ciudad en la que vivió gran parte del grupo, sino a una de Pamplona de Lo Viejo.
El segundo single en 7″ o EP editado por La Buena Vida se abría con una estupenda canción de indie pop británico llena de punteos ultra The Cure que sigue sonando tan lozana como el primer día. Un retrato de la cotidianidad centrado en el desorden de un hogar en el que emergen los coros más a lo pop cincuentero y también Motown que hayan grabado La Buena Vida jamás. En aquel EP también destacaba la melancólica y acústica ‘La gran familia’, todo un antecedente de lo que Mikel e Irantzu lograrían después sumando voces.
‘Vidania’ es el único disco sobre el que Pedro San Martín no dejó escrito un «canción por canción». Por suerte, estas seguían hablando por sí mismas. El que sería el último disco de La Buena Vida, aunque nadie lo supiera en aquel momento, permanece infravalorado a día de hoy, quizá porque ‘SOS’ no era tan buena como ‘HH:MM:SS’ aunque claramente buscaba ser un single de éxito… como la algo obvia ‘Ayer te vi’; y por canciones menores como ‘De nuevo en la ciudad’. Y sin embargo, contenía más de una joya perdida. Entre ellas, la canción inicial. La letra no está redondeada del todo, pero sí lo están la instrumentación y la sensación buscada: un paseo desesperado por la ciudad, que muestra a Irantzu atormentada y perdida, con muestras inequívocas de depresión («otro fin de semana sin nada que valga la pena», «nunca me encuentro bien», «lo que tengo, ya no lo quiero / lo que quiero, lo he vuelto a perder»). Sucede la melancólica ‘Autobuses’. Es imposible escuchar la una sin la otra.
Un porcentaje del cariño que el público sentía hacia el grupo estaba en las habituales pistas fantasmas y sorpresa que metieron en cuatro de sus siete discos. Quizá sería demasiado dar un lugar de estos 40 a la canción de los silbidos de ‘Soidemersol’, pero ‘Todo se tambalea’ de ‘Panorama’ sí merece más que una mención. Es el vivo retrato de alguien que lucha dentro de una burbuja por que no le afecten los múltiples males del mundo exterior: «todo entonces se tambalea ante mis sentidos / yo sigo por el mundo con una sonrisa de ensueño». La música, completamente envolvente, sería la banda sonora perfecta para el final de ‘Eduardo Manostijeras’. Pedro no la consideraba en absoluto un «bonus track» más y además le añade un doble sentido musical sobre la arriesgada dirección artística del disco que la contenía: «Sin duda, la canción que más me gusta de este disco. Javier tuvo la gran idea de autocensurarse y quitar una parte de su propia canción durante el proceso de mezcla, ya que estaba grabada de manera muy diferente. De hecho no sé si me acuerdo cómo era el resto. Bueno, mejor dicho el principio, ya que lo que se oye en el disco es justo la parte final, donde Irantzu canta esas frases (nunca más certeras) que definen perfectamente lo que supuso ‘Panorama’. Una coda final para reflexionar sobre lo que fue este disco y si se había tomado el camino correcto o no».
Una de las evoluciones más espectaculares que se recuerdan es la que tuvo La Buena Vida entre su segundo y tercer disco. Puede que el EP intermedio, ‘Magnesia’ (1995), de corte electrónico, diera una idea de que sus ambiciones no se quedaban en el Donosti Sound, y que en el segundo disco hubiera algún antecedente «clásico», pero nada hacía presagiar lo que se avecinaba. El grupo se embarcaba en una costosa producción que tuvo que asumir Polygram en lo que constituyó su único y desastroso contacto con una multinacional. Para grabar los arreglos «que tenían en la cabeza pero no sabían ejecutar» se desplazaron a Londres, compartiendo habitación entre los 5, incorporando cuerdas y vientos como es el caso de esta canción-cuadro que pasea, tristona, dejando imágenes tan nítidas como «la arena beige» o «el pastel de queso humea dulzón». San Martín explicaba tanto esta canción como ‘En voz baja’ de la siguiente manera: «Hay cantantes que hacían de su voz la línea a seguir, siendo los instrumentos un acompañamiento que la arropaba y ayudaba. Esta fue la idea inicial de ‘Soidemersol’, una chica con piano y orquesta detrás, pero al ir avanzando nos dimos cuenta de que funcionaba solamente en determinadas canciones. Curiosamente, en las que la orquesta toma un papel significativo nos era imposible quitar guitarras y bajo, y en estas más jazz pensamos que lo que acentuaría este aspecto sería basarlas en instrumentos que nosotros tocábamos, pero haciéndolo de forma distinta, como hacían guitarristas de discos que fuimos descubriendo meses antes». De ahí, pues, el exquisito uso de la guitarra con que se abre la canción.
A medida que la secuencia de ‘Soidemersol’ avanza se va sumergiendo en un fondo jazzy, y después de un tema muy apropiadamente llamado ‘Caruso’ y antes de ‘Adiós muchachos’ aparece esta maravilla a piano y punteo de guitarra llamada ‘En voz baja’, que supone una reflexión sobre el pesimismo («Siempre guardamos los días tristes y son tantos los buenos que es muy tonto pensar que no regresarán»). Como curiosidad, la mención al alcohol es una rareza en su discografía. En un mundo de indie cervecero y artistas calimocheros buscando ser rock and roll stars, La Buena Vida estaban así de «al margen». Taburete, escuchad el final de esta canción. Esta es la forma de hablar de bebida en una canción: «perdidos ya los años, lo que más se echa a deber / es un vaso de ron».
Otra de las canciones destacadas del segundo disco, también sumergida en los punteos indie-pop (el grupo citaba como referencia a Orange Juice), era esta pista llena de contradicciones que, pese a su aparente poso de inocencia, se enfrenta al reto del primer desengaño («tanto tiempo, ya no hay sentimiento, sólo hay amistad…») con cierta picardía (el cambio de melodía vocal en la coda «vamos a ver quién es el valiente que se deja ver»). En boca de Pedro San Martín, «Irantzu y Mikel le habían cogido el punto a cantar los dos a la vez y cada vez lo utilizábamos más». Se avecinan muy buenas cosas muy bien dispuestas.
Una de las canciones que merece mucho la pena del último disco de La Buena Vida es este «Fin del mundo» que puede considerarse una segunda parte de ‘En un tiempo feliz’. Refleja también el retrato alegre de una cama compartida («yo me quedo en casa / ya no pienso salir / de un sueño nuevo que me ha hecho comprender / que ya no era feliz / llegaste tú y cambiaste el rumbo»), pero tiene la resultona ocurrencia de interrumpir su fade-out para decirnos que no… que no hay fin del mundo… que el amor podrá con todo.
‘Cinco días en invierno’ es la canción puente entre los inicios más lo-fi de La Buena Vida y el pop adulto y orquestado que practicarían a partir del tercer álbum. Pero además de ser uno de los primeros temas en que se sirven de las cuerdas de manera tan acusada, de nuevo muy Vaselines («Señor Sömmer» ya las tenía aunque enlatadas), es una gran composición que describe las mariposas en el estómago que se sienten cuando estás enamorado. La incertidumbre de si la otra persona aparecerá en una cita si se pone a nevar. El alivio de que así lo sea. Sensaciones adolescentes a flor de piel que no pierden vigencia ni 23 años después, ni con la edad.
Una de las rarezas en la discografía de La Buena Vida es esta canción de ‘Panorama’, una de las menos electrónicas del álbum, de abstractas estructura y letra, cuya segunda mitad y su falso final presentan un enorme crescendo… que se desvanece. Y es que la letra, como la música, es una montaña rusa de subidas y bajadas que simbolizan el amor («Tu amenaza me hace desistir y caigo en parte / en un agujero negro, pero es alucinante, así que bésame, tonta»), resultando en toda una cumbre del lado más agridulce del amor. La sección de cuerda no puede ser más simbólica: ¿te lleva por delante o es capaz de elevarte? ¡Ambas! Según Pedro, el nombre venía de un bar de Valladolid y, para el «ambiente frío», la referencia fue Leonard Cohen.
Como apuntó alguien (¿Nacho Canut en sus «Diarios» para Austrohúngaro?), si Carlos Berlanga hubiera vivido un año más quizá le habría encantado esta bossa nova, teniendo en cuenta cómo jugó con el género en ‘Indicios’. ‘En un tiempo feliz’ es una de esas canciones felices -y escribir canciones alegres dicen que es bastante más difícil que escribir tristes- 100% Mikel, que sortea toda posible caída en la cursilería (hay quien la llama cariñosamente «la vida del pez») a base de velocidad y, de nuevo, ausencia de repetición. Cuando te has querido dar cuenta, se ha acabado. Modo «on repeat».
Quizá ‘Reacción en cadena’ solo se entienda al 100% una vez escuchadas algunas de las canciones que ocupan el top 20 de esta lista de mejores canciones de La Buena Vida. «Tantas idas y tantas venidas, dando vueltas siempre sobre ti / que no sé si es mejor así, sin compromisos, sin decidir» es una clara continuación de letras como ‘Qué nos va a pasar’ o ‘La mitad de nuestras vidas’, pero aun así la desolación contenida en el puente «una vez y otra vez más, me pregunto quién será si no es ella» es totalmente universal. Una pena que el grupo no le escribiera una segunda estrofa, aunque los arreglos aportados en la segunda parte sí suman.
El último álbum de La Buena Vida para Siesta era ‘Hallelujah’, grabado en los estudios de Iñaki De Lucas junto a Jean Phocas, pero elevado por la incorporación de 27 músicos de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de Praga, donde el grupo se desplazó en enero de 2001 para la grabación. Por si ‘Qué nos va a pasar’ fuera poco intensa, ‘Hallelujah’ incluía dos canciones llenas de melancolía y dolor, materializados en una destacada sección de cuerdas, que se quedan a punto de rozar lo sobrecargado sin llegar a ello. La inspiración clásica es evidente como apunta Pedro San Martín, autor de ambas: «La idea de las notas de 9ª menor la tomé escuchando un pasaje de los Jardines de Aranjuez de Joaquín Rodrigo. Creo que fue una de las que más claras tenía en cuanto a estructura, pero a Mikel se le ocurrió crear la parada antes de la subida final. También me echó una mano con la letra». Aunque, entre referencias bucólicas y al pasado en negativo («me echas de menos») y positivo («habrá esperanza»), es difícil averiguar exactamente de qué trata, hay una cosa clara: su excelente retrato musical de las grandes pasiones.
‘Sólo tienes lo que das’ suena totalmente hermanada con ‘Trigo limpio’. La Buena Vida no firmaban en los discos las canciones de manera individual, aunque sí lo hicieran en su casa o los ensayos y, cuando al cabo de los años descubrías que esta también era una canción de Pedro San Martín, no podías evitar esbozar una sonrisa. De nuevo una canción un tanto perdida entre el amor y el desamor, aquí con un estribillo que hasta suena tan poético como socarrón: «¿cómo es que en tu vida no hay amor? / no lo entiendo / debe ser el aire y tal vez el agua, azul marina». Grandiosa elipsis, por cierto, de «azul marina» en el segundo estribillo, incitando a la escucha en modo «repeat».
Pedro San Martín hablaba de su influencia: «En aquella época yo tocaba (bueno es un decir) bastante más el piano que ahora, y saqué todo el principio de la canción de un tirón. Para la orquesta quería basarme en las canciones de ‘Harvest’ de Neil Young, que por aquel entonces era uno de mis discos fetiches. Se trataba de que la canción fuera creciendo poco a poco hasta la explosión final, donde las cuerdas que se cruzaban y se volvían a cruzar. Gran trabajo de Joserra Senperena».
‘Hallelujah’ se cerraba con esta apaciguada composición en la que la suave percusión de mazas y escobillas -incluso ese compás que falta- y el piano construyen todo un «colchón armónico» totalmente hipnotizante, como lo definía San Martín. Es de agradecer que un álbum tan lleno de intensidad se cerrase con un poso optimista. «El mundo es nuestro al fin, lo hemos conquistado, ya nada impedirá el triunfo del amor» se repite dos veces en búsqueda de la autoafirmación, aunque los campos semánticos de la frase extra («confundido», «enfermo de dolor», «al borde del clamor») ponen en duda si el tema es puro delirio. Quizá el título del tema diera una pista. Pedro la consideraba totalmente optimista.
Aunque no pega mucho en ‘Panorama’, pues por su inspiración naíf parece un resquicio de su primera etapa («trazando una meta igual que un cometa»), ‘Surquemos el cielo entero’ es una reivindicable composición tan presta para el góspel como para el himno religioso. Una recreación de la felicidad que sabe servirse perfectamente de la cuidada instrumentación que ya habían aprendido a manejar para entonces. San Martín pensaba lo mismo: «Podía haber pertenecido al segundo disco perfectamente, ya que tanto la estructura, el ritmo, las melodías y la letra me recuerdan a aquella época. Por tanto no había que rizar el rizo sino grabarla tal y como era y así se hizo. Eso sí, estuvimos dándole vueltas a la orquesta una y otra vez porque Mikel no se terminaba de convencer con el resultado. Queríamos que fuera muy alegre quizás tratando de evocar el sonido de ‘Verano’, pero introduciendo algunos vientos para que le dieran empuje en los cambios, que tenían otro ritmo y llevaban a pausar un poco la progresión. Al final creo que tuvimos que hacer una especie de consenso entre cuerdas y vientos. Empate».
La mejor muestra de cómo una canción de La Buena Vida podía desarmarte en tan sólo 2 minutos era ‘Mi voluntad’, una canción derrotista («no sé si seré capaz con mi enorme falta de voluntad de dejarlo todo / abandonar, renunciar a todo»), tan dolida que a duras penas se atreve a mirar atrás. Ese «no tengo a bien, tampoco a mal pensar en ti / no merece la pena andar preguntándose cómo sería si fuera» es un falso autoconvencimiento, paradójico en su propia enunciación. Una chuchería para la frágil voz de Valencia, que entona la canción completamente en solitario.
Circa 2001 La Buena Vida se encontraron con tantas buenas canciones que quisieron sacar un álbum doble. Siesta les disuadió y como resultado se publicó en 2002 ‘Harmónica’, un EP de acompañamiento con descartes. Y qué descartes. ‘Blues por Charlie’ es el perfecto puente entre el jazz de algunos temas de ‘Soidemersol’ y las sonoridades de ‘Hallelujah’. Y ‘Qué puedo hacer, Señor’, ni siquiera la mejor canción del EP, una de sus pocas canciones con vídeo, aunque este sea inencontrable. Quizá la rima fácil «no tengo tu risa, ni tampoco tengo tu sonrisa» fuera la razón de que esta canción quedara fuera del disco, pero el «que son dos cosas que nunca olvidaré» hacía que se te olvidara en segundos y la canción es una de las más sobrecogedoras de su carrera.
Pedro: «Creo que la primera parte de la canción la tenía desde hacía años y tardé mucho en conseguir sacar un cambio que me gustara. Había pensado en algo tipo ‘Eleanor Rigby’ (salvando las distancias, claro) y creo que me lié tanto con las notas que ahora ya no me acuerdo de tocarlo. Menos mal que Irantzu le dio a la canción lo que yo no logré con las notas».
El segundo disco de La Buena Vida, al ser homónimo como el primero, se conocía como «Los mejores momentos» porque comenzaba con esta fresquísima canción de indie pop con un punto jangle y otro post-punk, que ocultaba además un punto nihilista muy 1994: «Por más que lo he intentado siempre fracasé, y es como buscar aquí y en ninguna parte, aquí y en ninguna parte». San Martín la asocia al 20º cumpleaños de Mikel: «Una de mis canciones favoritas. Recuerdo que le hicimos una fiesta sorpresa a Mikel en el local de ensayo con motivo de su 20 cumpleaños. Y él se autorregaló esta maravilla. Desde la letra, hasta el dúo de voces, pasando por la guitarra, la batería, el punteo de Javier, el bajo, el piano final. Todo quedó perfecto».
La canción final del último álbum de La Buena Vida merece este puesto por lo que ha terminado representando involuntariamente. En primer lugar, es una rareza en cuanto a estilo, pues incluye unos ramalazos de americana y góspel que les distanciarían de Le Mans más incluso de lo que ya se habían distanciado; en segundo, su letra habla de un tema rara vez tratado, como es el anhelo de conocer a alguien especial con el que el azar no te ha permitido dar («Es tan grande el silencio que hay alrededor / como el vacío de mi corazón / El aire está tan quieto que podría adivinar / a un fantasma acercarse por detrás); y en tercero, incluye una pista fantasma. Que la carrera de La Buena Vida, con la excepción de un EP grabado ya sin Irantzu, terminara con un tema que dice «nada tengo, nada soy», es como para meterse debajo de una cama a llorar y no salir en una semana. Menos mal que, como entona Mikel al final «valió la pena».
Tras el fracaso de la corta aventura en Mercury/Polygram, La Buena Vida coqueteó con la electrónica en su álbum de 1999, ‘Panorama’. Ya desde la primera canción, ‘Melodrama’, sorprendía la presencia de los sintetizadores. Sin embargo, y a pesar de que el experimento no fue lo mejor de su carrera, como se puede comprobar escuchando el EP ‘Eureka’, en algunos momentos solo una curiosidad, permanecían las cuerdas, espectaculares en uno de los puentes de esta canción; y las buenas melodías no se fueron a ningún sitio. «Me siento tan débil, breve matorral, antipático zarzal» es el anti-estribillo de color más surrealista que jamás escribieron.
Pedro explicaba por qué sonaba tan árida: «Javier vino al local con una guitarra que me gustaba, pero que creía que debía de ir a 8 compases en vez de a 4. Hicimos el cambio y quedó más pausada y mejor. La letra refleja un cambio brusco respecto a ‘Soidemersol’ y habla de la ilógica distancia entre dos personas en un mundo, existiendo tantas zonas despobladas, aunque en general toda la canción tiene un aire áspero, exceptuando la parte del mi menor de las cuerdas y el polysix al final. El bajo y la batería tomaron protagonismo para dar intensidad y crudeza a la canción».
Pocos artistas como La Buena Vida han sabido retratar la cotidianidad de la vida en pareja, llena de amor pero a veces también de incertidumbre o incluso paranoia. Ya sabéis, «a veces sin más el mundo se para». El miedo a que una relación de larga duración se termine (Javi, guitarrista, e Irantzu, cantante, fueron siempre pareja) acecha en esta noche de cuasi insomnio, en la que asalta la duda de qué pasaría si esa persona en la que has volcado tu vida no estuviera. Hay cierta relación entre la letra de ‘Nada debería fallar’ del disco anterior y este ‘La mitad de nuestras vidas’, un himno para parejas en la treintena que se debaten entre la crisis de la mediana edad y lo que queda de los «fuegos artificiales». ¿Buscaba el grupo un nuevo ‘Qué nos va a pasar’, un reverso más optimista? Puede que no le saliera, pero qué cerca se quedaba. Eso sí, el vídeo solo se entiende como un precedente estético de La Bien Querida. Flaco favor.
Tras unos primeros pasos en forma de EP, el primer disco de La Buena Vida, homónimo, se abre con toda una declaración de intenciones: una historia costumbrista sobre un anciano «con su gran bastón» salido de un libro de Patrick Süskind de 1991. A ritmo de indie pop, se cierra con una irresistible colección de «pa-pa-pa-ra-pa-pá», quizá como imagen de que la canción se terminó «en casa de Javier y de Borja, sentados en el suelo con las guitarras». A medio camino entre el Donosti Sound y los Smiths, La Buena Vida construyó su adaptación personal de este «hombre encantador», asistida por falsas cuerdas creadas con órganos y «algún pad de esos años». Como la definiría Pedro, «la canción perfecta para empezar nuestro primer LP».
Aupada por Discogrande y sus oyentes como lo mejor del año 2002, esta canción perdida del EP ‘Harmónica’ que acompañaba a ‘Hallelujah’ tenía uno de los arranques más potentes de toda la carrera de La Buena Vida. Después, de nuevo, nostalgia («El buen recuerdo se fue sin volverse a mirar y desapareció») y dolor («no importa la verdad ni nada más de lo demás, ya sólo quiero acostarme y no soñar»), pero con espacio para la rebelión ante el consejo inútil («Parece que hay que ser feliz a toda costa porque sí y que es tan fácil como ir a pasear»).
Pedro elogiaba la que fue «la última contribución de Borja (Sánchez), la «subida» de la orquesta»». Sí, la influencia de Love está clara, pero también de muchos otros. Originalmente la tocábamos de forma distinta allá por el año 95, y quizás entonces no sabíamos lo bien que podía quedar orquestada tal y como está en el disco. Es otra de mis favoritas».
Cuesta recordar que ‘Pacífico’ fue el primer single del tercer álbum de La Buena Vida, el que supuestamente les iba a dar el éxito en Mercury/Polygram. Perviven en ella los acordes típicos del Donosti Sound, ya no tan presentes en ‘Soidemersol’, en esta canción de nostalgia playera grabada desde Madrid. Porque si el nombre del álbum («los remedios» al revés) se correspondía con un restaurante de Lavapiés, Pacífico hace referencia a la fea parada de Metro de la capital donde el grupo se bajaba cada día para ir a la mezcla. Todo lo contrario que la belleza que evocan las cuerdas que marcan el fraseo de Irantzu Valencia en la parte «nadábamos en bosques de coral», redondeada con la respuesta inmediatamente posterior: «creíamos ser un par de estrellas de mar… y qué mar».
Pedro San Martín detallaba el festín de arreglos con aroma a clásico: «Queríamos que tuviera un cierto aire soul y el bajo y la batería los adaptamos a tal efecto. Además Joserra utilizó un «rhodes» en vez del piano que creaba el ambiente perfecto. La orquesta se sacó en casa de Luis Lozano y se trataba de que hubiera tensiones entre violas y violines hasta la parte final, donde tras la subida se quedaran en notas muy agudas. Para conseguir esto trabajamos con cuatro líneas independientes de cuerdas a modo de «4 voces»: Cellos, violas, segundos violines y primeros violines. De esa manera los íbamos cruzando unos con otros creando el ambiente de la canción. Además, metimos una trompa en una parte de un pasaje doblando a las violas a fin de que cogiera profundidad».
En ocasiones, los experimentos electrónicos de ‘Panorama’ eran solo un ornamento para la composición ya por aquella época clásica del grupo. La excepción era esta canción electrónica que, un año después de la edición de ‘Good Humour’ y tres antes de ‘Action’, podrían haber firmado perfectamente Saint Etienne. Esta vez por encima de la importancia de la letra, deslumbran ese «amor» en vocativo y ese estribillo cambiante para «bailar con lágrimas en los ojos». Su canción más bailable.
Pedro la define como «la hermana pequeña de ‘Magnesia'»: «La idea de la canción venía de ‘Magnesia’ y digamos que era su hermana pequeña. De hecho cogí el título de la parte en francés de la anterior. Originalmente estaba grabada con piano, órgano y voz y con unos arreglos de flautas y cuerdas, pero algunas canciones cambiaron por completo durante la grabación y ésta es un claro ejemplo. Comenzamos por quitarle el piano y el órgano y le añadimos toda la gama de sintes que teníamos. Iñaki lanzaba desde el ordenador la secuencia a través de un trigger hasta la zona de los sintetizadores, los cuales a su vez estaban unidos unos con otros, de tal forma que se ponía en marcha la canción y una vez que tocabas una tecla o un acorde esta se repetía indefinidamente y sólo nos dedicábamos a modificar el rango de frecuencia o la longitud de la misma. Ahora pienso que quizá abusamos un poco de todo aquello, pero está bien así».
‘Desde hoy en adelante’ es -junto con la espléndida ‘Matinée’- una de las canciones más beatlianas de La Buena Vida, por entonces obsesionados con ‘A Day in the Life’. Segundo y último single de ‘Soidemersol’, es un tema que se debate entre la devoción y la dependencia («No pienso olvidarte, ya no hay nada más que tú») y la autoafirmación («las cosas son como son / y nadie puede, puede cambiarme»). El amor elevado tanto al cubo que roza la autoparodia: «Cada día que pasa de largo / cada cita, cada abrazo, cada cual mejor / aquella película, aquella ridícula expectación por nuestro amor».
El grupo sabía exactamente lo que se hacía: «Era la canción que teníamos más clara desde el principio. La orquestación estaba grabada en la maqueta desde hacía 1 año y sólo teníamos que buscarle el punto adecuado. La ensayamos muchas veces hasta que se hizo la toma para la grabación pero al finalizar el disco Raúl regrabó la batería por completo para que los timbales encajaran con los golpes de orquesta. La canción está llena de instrumentos que entran y salen, violines, violas, cellos, trompa, trombones, trompeta. Se trababa de jugar con todos ellos y que la canción quedara lo más alegre posible. Para el puente de la mitad de la canción se pensó en un arpa, pero ya era demasiado… así que tuvimos que hacerlo con el piano a modo de ‘A Day in the Life’. El final iba a ser tal como el primer estribillo, pero Mikel se equivocó de nota y se cogió esa idea de utilizar el Re# en vez del Sol. Bueno, sólo me queda contar que el trozo que sirve de introducción se grabó un poco a traición en Londres a los músicos (interesante poner la oreja atentamente al bafle y escuchar de qué hablan antes de que Louis Philippe les llamara al orden…)».
Hubo un momento en el que parecía que La Buena Vida iban a convertirse en un grupo superventas al menos a pequeña escala. Sucedió cuando ‘Los Planetas’ fue número 1 en la lista de CD singles, ‘Álbum’ entró en la lista de ventas, el grupo editaba ‘Un actor mejicano’… y aún tenía un as en la manga como tercer single. ‘HH:MM:SS’ era en verdad la canción más comercial de las tres. Jota de Los Planetas llegó a bromear diciendo algo así como que le habían timado al ofrecerle cantar ‘Los Planetas’ en lugar de esta agitada y desesperada («al menos esta vez, al menos solo esta vez») canción post-ruptura. El estribillo «Contigo quiero estar mil millones de años más» suena como la continuación de ‘Qué nos va a pasar’… cuando uno de los dos se arrepiente de haberlo dejado. Dedicada a aquella persona que ya «no se deja caer por los sitios conocidos», debido a su considerable ritmo y a su costumbrismo, solo la podemos imaginar entonada llorando por las tremebundas «calles y avenidas» del siguiente disco. ¿Posible trilogía? La canción aparece excelentemente rodeada de ‘Segundas partes’ y ‘No lo esperaba de mí’, dejando claro que la secuencia de ‘Álbum’, que grabaron con la orquesta Et Incarnatus con la que luego salieron de gira, es de 10 sobre 10. Entre mis favoritas, también ‘Rumbo a’.
Autoría de Pedro San Martín, así la definió en la web: «Creo que es la canción más «Planetas» que hemos hecho. Reconozco que es un grupo que siempre me ha influido mucho, y en este caso traté de que las guitarras fueran realmente como un cuchillo. Creo que me sentía muy solo en aquella época, y la única forma que tenía de gritar era esta».
Mientras algunos se empeñaban en rebuscar la peor frase de todos sus discos acusándoles de tonti-pop o ñoños, ellos estaban muy ocupados grabando esta maravilla que es puro Jobim (las influencias de ‘Soidemersol’ iban de Cohen a Scott Walker pasando también por Astrud Gilberto). ‘Verano’ es una de sus mejores letras en cuanto a costumbrismo, con esa mención a la plaza del pueblo, en este caso plagado de carpe diem: «apuraré de un sorbo mis días y viviré de amor» porque «es temprano para despedir tu amor». Una preciosa metáfora sobre el amor como refugio contra el mal: «Tal vez el mejor verano sea el que hoy me das».
Así la explicaba Pedro: «Había duda de si meter vientos en la canción (sobre todo en los cortes), pero Mikel (con buen criterio) defendió que se hiciera sólo con las cuerdas. Se trataba de que la cuerda funcionara como una especie de espiral y fuera subiendo progresivamente desde las notas más graves a las más agudas y sin que los cortes le afectaran. Iñaki hizo en este arreglo una gran aportación. (…) No se grabaron los cellos porque quisimos quitarle profundidad. De ahí que la cuerda sea como un hilo».
Indiscutiblemente una de las canciones más queridas por los seguidores de La Buena Vida, a pesar de no haber sido nunca incluida en ninguno de sus discos, es ‘Magnesia’, todo un punto de inflexión en su carrera, ejerciendo de puente entre los dos primeros álbumes y el cuarto (sic). Con un fondo más electrónico, más New Order, y un vídeo que mostraba a Irantzu disfrazada de Nouvelle Vague (es muy sorprendente recordarlo), es una muy lograda canción-collage que no renuncia a los patrones clásicos del grupo. Una canción llena de magia pese a que alguna parte suena un 1% forzada de más.
Quizá Pedro explicaba por qué: «La idea de ‘Magnesia’ surgió un poco a través de una canción bailable de The Field Mice que se llama ‘Missing the Moon‘: me encantaba y se me ocurrió hacer algo parecido. Una vez con la idea en la mano la terminamos de hacer en el estudio, aunque tuvimos que bajar algún tono la guitarra para que Irantzu se acoplara mejor a la letra y a los coros. La idea de cantar como rapeando creo que se le ocurrió a Mikel y tuvimos que grabar la voz en dos pistas diferentes y luego ponerlas como si fuera una sola. Yo quería que hubiera un cambio de tono en la canción y tuvimos que unirla a través de un puente con una bajada de semitonos. Para esto mismo a Iñaki se le ocurrió que podíamos meter un trozo de un disco de Glen Miller que tenía unos clarinetes y unas trompetas y adaptarlo a la canción en la parte del puente ¡¡¡Bingo!!! Quedaba perfecto. Ya sólo faltaba la parte final y entonces se me ocurrió que Raúl podía recitar algo en francés de un libro que había caído en nuestras manos y que contaba una historia entre Guillermine y Pierre de Roseland. Raúl hizo una auténtica “aparición estelar” en la canción (alguien me preguntó entonces si habíamos sampleado a Gainsbourg para esa parte)».
Una de las canciones de La Buena Vida capaces de cortar el hipo desde el segundo 1 es este tema incluido en ‘Panorama’. Por encima de decisiones estéticas, despuntaba esta canción de desamor que se debate entre el deseo de vivir en la ignorancia («no quiero saberlo», comienza diciendo) y el sabor amargo de una triste victoria («ahora comprendo, tu amor es por pena / y yo quiero que sepas que tú nunca fuiste mi única pena», se repite al final). Espectacular el estribillo instrumental.
Como tantas de las composiciones «big drama» es de Pedro: «La hice con la guitarra, aunque enseguida la pasé a tocar con el órgano, donde metimos incluso unas cuantas notas de los pedales para darle consistencia. Al principio había varios tonos diferentes en la misma canción, y una parte intermedia que suprimimos. El arreglo creo recordar que lo saqué en una tarde y lo grabé inmediatamente en el 4 pistas porque tenía mucho miedo de que se me olvidara. Irantzu y Mikel hicieron que la canción quedara especial con esa mezcla de angustia y melancolía».
La canción que, en su primer disco, el más inocente, La Buena Vida se guardaron para el corte 10, hacía presagiar que se avecinaba algo gordo. La primera muestra clara de que, entre tanta guitarra inspirada en el indie anglosajón más cultureta y las referencias naíf, se iban abriendo camino otros valores, ideas más complejas y también el gusto por el gancho melódico (ese «pedaleando» es tan bobo como inolvidable). Curioso que Aramburu ejerciera ya de diseñador gráfico del álbum: la canción es también muy Family en el año del debut de Family (antes habían funcionado en plan maquetero y con otro nombre). Juraría que sus paisanos de La Oreja de Van Gogh, que citaron a La Buena Vida en ‘Cuídate’ (un «sin ti no podré escuchar a La Buena Vida más» terriblemente premonitorio), hicieron un vídeo entero inspirado en esta canción. Puro ‘Verano azul’.
Pedro San Martín lo tenía claro: «Era el single en potencia del disco. La canción más avanzada que habíamos hecho hasta entonces (o de eso nos enteramos cuando salieron las primeras críticas). Desde el principio del bajo hasta el ritmo cortado de las guitarras (uno de estos ritmos cortados era de Borja y otro, imposible de tocar para nosotros en aquel momento, lo hizo Ibon (Errazkin) con su originalidad habitual), desde el cambio en menor a la parte final. Todo en sí la hacía especial. Junto a eso la letra era también diferente. Para nosotros suponía un gran avance, y aunque Javier la trajo justo antes de la grabación, no dudamos ni un momento que tenía que estar en el disco». En 1995 fue regrabada para el single de ‘Magnesia’, recuperando algunas pistas originales, pero añadiendo otras ideas, algunas de ellas de la versión que habían tocado en directo.
De manera trágica, la canción más escuchada de la historia de La Buena Vida en Spotify es ‘Los Planetas featuring Jota’, con más de 1 millón de streamings, triplicando a la siguiente. No sabemos qué habría pasado si su catálogo en Siesta, incluyendo ‘Qué nos va a pasar’, estuviera en la plataforma sueca, pero en cualquier caso, sabia decisión la de editar una versión en CD single con el cantante de Los Planetas y una «album version» en la que más o menos -no cantan exactamente lo mismo- le sustituye Mikel.
Con o sin Jota, estamos ante una composición de desarrollo y arreglos completamente medidos, que puede hablar del amor por el grupo granadino de forma metafórica (¿cuántas parejas de los 90 se han formado y han roto al son de letras de Los Planetas?) o bien puede entenderse como una declaración de amor, una explicación para impresionar a alguien. Excelente coda para redondear, con unos coros que no pueden ser más celestiales.
Curiosamente, es una composición conjunta entre Javier y Pedro, algo que no se solía dar en este grupo de varios autores individuales: «Nunca hasta ese momento Javier y yo habíamos hecho una canción juntos. Me pregunto ahora si no deberíamos repetir la experiencia con mucha más asiduidad», indicaba Pedro. «Sí, es un homenaje clarísimo a un grupo que admiramos mucho, tanto como músicos como personas. Javier sacó una letra buenísima sobre una canción que yo tenía desde hacía tiempo. Y creo que la unión quedó muy bien. Bingo».
Otra de las muchas obras maestras de ‘Hallelujah’ y la mejor canción entonada por Mikel Aguirre completamente en solitario. Un punto y final en el que caben todas las sensaciones encontradas de un viaje de partida: está la ilusión ante lo que pueda venir («me marcho a conocer otra ciudad, allí donde las calles rebosen simpatía, parezcan que jamás van a acabar»), el egoísmo propio del -necesario- amor por uno mismo («he pensado que es mejor así»), la amenaza («cualquier día de estos, volverás a saber de mí»), la orden («hasta entonces descuida, mi vida, y olvida esta vida») y el regreso («después de tantos años y de tantos contratiempos, en el cielo de mi mente sigues tú»), justificado por una fidelidad que no conoce límites geotemporales ni de ningún tipo («tú eres la estrella permanente que mantiene aún latente la esperanza de algún día ser feliz»). Como avergonzado de este mar de contradicciones que definen al ser humano, el segundo estribillo no se pronuncia, es instrumental. Sublime. Para Pedro San Martín, la mejor canción de ‘Hallelujah’. ¿Volveremos a oírla en directo? Esta sí, ¿verdad?
La gente prefiere ‘Los Planetas’ y Sinnamon hizo muy bien en escogerla como primer single de ‘Álbum’, con o sin Jota, pero la verdadera obra maestra de ‘Álbum’ era el segundo single, ‘Un actor mejicano’. Estamos ante una de sus composiciones más dulces, con una letra llena de romanticismo e imaginación, que recurre a referencias cinematográficas/televisivas y figuras muy visuales que no pueden sonar más escapistas («te espero después en nuestro árbol preferido», «vamos por el río, así nuestras huellas, las habrán perdido»).
Aunque ‘Un actor mejicano’ carece de estribillo en cuanto a letra, todo en la canción es un gancho: por supuesto las cuerdas, pero también la intro y el puente instrumentales mostrando los preciosos acordes a la guitarra acústica; y toda la letra, con atrevimientos tamaño «te raptaré en mi caballo blanco / dispararé al mundo / pistolón en mano», que salva de las posibles críticas la suave voz de Irantzu.
Pedro San Martín lo definió como «hasta el momento el mejor single que hemos tenido. Los pizzicatos le dan un ritmo especial al cambio y junto al ritmo vertiginoso de las guitarras hacen que sea muy difícil que no se te meta en la cabeza inmediatamente el «yo quiero ser un actor mejicano». ¿Qué estaría pensando Javier cuando se le ocurrió esto?».
Tampoco fue el primer single, ni siquiera un single de ‘Soidemersol’, esta espectacular canción que, no obstante, sí fue elegida para abrir el disco. Hablando sobre la soledad («viendo que no hay nadie con quien compartir toda la semana / viendo que los años pasan junto a mí / y no me queda nada») y entonada al completo tanto por Mikel como por Irantzu en contra de lo que es habitual, ‘Buenas cosas mal dispuestas’ es una de las canciones de cadencia más Claustrofobia (pienso en ‘No olvido’ o ‘Morir contigo’) con que cuenta La Buena Vida. Es también una de en las que más pensados están los arreglos, como indicaba San Martín, con un inicio completamente acústico tras el que emergen la percusión, las cuerdas y un precioso piano que realiza un exquisito subrayado en el cambio de acordes de «no me queda nada», y después, en el de «volverme a querer».
La muerte del amor, la decadencia de una relación, es algo que se ha contado y se seguirá contando millones de veces en la historia del pop, mientras el mundo sea mundo. Pero lo que hace algunas canciones especiales es cómo las cuentan. La magia puede residir en una letra, en un giro en la melodía vocal, en una interpretación adecuada a lo que se cuenta, en unos arreglos acertados y en una producción y mezcla a la altura de todo ello. En ‘Qué nos va a pasar’ todo es perfecto.
Entonada por Mikel e Irantzu casi sin género (cada uno parece cantar en el suyo a diferencia de lo que sucedía otras veces, pues era habitual que Irantzu lo hiciera en masculino respetando la autoría original), la canción es de una universalidad solo equiparable a su incertidumbre. Comenzando por ese momento en que notas que una relación se está enfriando, desemboca en la inevitable ruptura, pero lo hace sin dramatismos, con una aceptación y una resignación que no sé si es más dolorosa que el aspaviento, pero creo que sí. Tras la esperanza manifestada en uno de los versos y la desesperación total («ya no saldré más, dime para qué si no te voy a ver») irrumpe una duda en el desenlace definitivo. Ese «cuando pase el tiempo, conocerás a alguien más / y me olvidarás» parece implicar calma, pero también desasosiego: ¿qué duele más? ¿Que te dejen o saber que algún día te dará igual y que todo lo que has vivido no significará absolutamente nada porque ni siquiera te acordarás?
Finalmente, hay una razón muy poco analizada sobre la grandeza de ‘Qué nos va a pasar’. Todo un bofetón para un mundo en el que nadie se preocupa ya de las secuencias de los álbumes y la gente vive en una «playlist» permanente. ‘Qué nos va a pasar’ es sucedida en el tracklist de ‘Hallelujah’ por una canción independiente que es abiertamente una secuela. Se llama, de manera cristalina, ‘Después de todo’, y pone sobre la mesa el día «después» de la ruptura de ‘Qué nos va a pasar’, de nuevo entre el sufrimiento y la resignación. Vuelve a sonar ese «pasado el tiempo, ah, me olvidarás, aunque nos dé rabia, siempre ocurre igual», y cada vez es más reconfortante y menos doloroso. ¿Un necesario remanso de paz o todo lo contrario?