En contra de lo que pudiera parecer, el barcelonés Pau Vallvé goza de un enorme predicamento y fue capaz de llenar de manera notable el ámbito de La Cova de un público que cantaba sus letras de memoria. Pese gracias a su autogestión, el arduo trabajo de tocar incansablemente da esos frutos. También se percibe su bagaje sobre las tablas, interpretando con una intensidad arrebatadora junto a una banda rocosa canciones (principalmente del reciente ‘Abisme cavall primavera i tornar’, con algún guiño a ‘Pels dies bons’). ’Porquè collons has trigat tant?’, ‘Que vingui l’hivern’, ‘Nem fent i andavant’ (confeso homenaje a Pink Floyd) o ‘Diguem blat!’ sonaron imponentes, no lejanos en directo de la complejidad y fuerza de los Radiohead de los 90 o unos Grandaddy, clamando por escenarios y audiencias más amplios.
Tras el bonito baño de masas de Fleet Foxes, Warpaint se esforzaron por ofrecer un concierto festivo y divertido. Dicharacheras y bailonas, Jenny Lee, Theresa y Emily se movían por el escenario y trataban de animar al personal. El problema es que canciones como ‘Heads Up’, ‘Undertow’ o ‘So Good’, a medio camino de Siouxsie and The Banshees y la corte DFA, son demasiado oscuras y por momentos asfixiantes (especialmente intensa resultó ‘The Stall’) como para bailarlas como si cualquier cosa, por más que ellas insistieran con actitud incómodamente juguetona. Como alguien que asiente con la cabeza mientras su boca emite un “no”. Al final, cuando rematan la faena, ahora sí con todo el público entregado y bailando al son de ‘Love Is To Die’ y, sobre todo, la simple pero enorme ‘New Song’, uno cae en la cuenta: si lo que quieren es que bailemos, que escriban/toquen más canciones así.
No podemos negar que el del grupo australiano Jagwar Ma era un nombre que, a priori, no parecía a la altura de cerrar el escenario principal del festival. Sin una discografía particularmente sólida ni éxitos ampliamente reconocidos más allá de ‘Come Save Me’, parecía una apuesta de riesgo. Sin embargo, el trío, tras obsequiarnos con una sesión de “silent-disco” forzosa (solo había sonido de monitores, pero no al exterior) de más de 10 minutos, demostró que domina unos cuantos trucos aprendidos del house-rock post-Madchester, aderezados con toques jamaicanos y eurobeat, para poner manos arriba a todo el que por allí se acercó. Poca sutileza pero enorme eficacia en la que el esforzado (aunque algo limitado) vocalista Gabriel Winterfield se convirtió en un notable maestro de ceremonias que iba deslizando las certeras melodías de ‘Uncertainty’, ‘Give Me A Reason’, ‘Man I Need’ o ‘O B 1’ entre la tormenta de bases noventeras y guitarras de Jono Ma y Jack Freeman. Un buen número festivalero, sin duda, aunque quizá falto de empaque para estar en lo más alto de la noche.
Fotografía de Fleet Foxes por Mika Kirsi y de Rosalía por Christian Bertrand, ambas cedidas por Vida Festival.