Música

Por qué no fui al Sonorama y me fui al Noroeste

No, no vamos a meternos con el Sonorama. Aun así, adoptando una postura a lo Paulo Coelho, podemos decir sin despeinarnos que (tono místico aquí) en la vida todo consiste en saber elegir. Desde nuestra carrera universitaria hasta pronunciar ketchup o el katchup. Porque el vuelo de una mariposa puede provocar un huracán en algún lugar donde sea que haya huracanes. Y porque los festivales en España se solapan más que el remix de The Vaccines y Los Ramones del Ochoymedio.

Fuera de bromas, lo cierto es cierto que la sobre-oferta de opciones musicales estivales hace obligatorio elegir, sobre todo, en cuanto a festivales se refiere. Muchas veces los solapes de fechas se intuyen hechos a mala baba –mover el calendario del Mad Cool para hacerlo coincidir con el BBK Live como jugada estratégica de su anterior director, actualmente en el festival madrileño–; mientras que otras, en cambio, surgen de la mera coincidencia. Una indie Ley de Murphy que provoca que dos festivales con una filosofía bien parecida se desarrollen a la par ha sido la culpable de unir en el calendario el Festival Sonorama en su 20 aniversario y la 31ª edición del Festival Noroeste.

Tanto el festival de Aranda de Duero como el de A Coruña basan su filosofía en la localización (rural en un caso, urbana en el otro) y el estímulo de una ciudad gracias al negocio festivalero. A la hora de elegir, la amplia mayoría del público basa su selección en el cartel del festival, algo completamente lógico. Un hecho que dejaba a La Coruña como la hermana fea en cuanto a indie español. El Sonorama sacó su arsenal al completo con motivo de su aniversario, recurriendo a los grupos más POPulares del pop independiente –dejando de lado a Camela, por supuesto–.

Sin embargo, el Festival Noroeste se permitía el lujo de presumir gracias a otros factores. Esos que, en esta vida moderna, nos hacen preferir comprar nuestra ropa en negocios locales o tiendas vintage en lugar de en grandes cadenas textiles, o consumir nuestros alimentos en mercados ecológicos o restaurantes vegetarianos en lugar de en cadenas de comida rápida: la ética. Puede que por primera vez en la historia festivalera de España –a falta de datos para contrastar– podamos hablar de un festival en el que se cumpla de manera factible la igualdad de género (contando además con un 90% de mujeres trabajadoras entre bambalinas) y en el que, además, el 50% de los grupos participantes eran de origen gallego. Así como la verdadera activación del negocio local gracias a la decisión de permitir tan solo a los bares y restaurantes de la zona la venta de comida y bebida y colocación de barras en las calles –derivando este beneficio a los empresarios de la zona y no a la organización privada del festival–, o la postura de pagar de acuerdo a convenio a todos los músicos participantes, gracias a la mediación de la asociación Músicos ao Vivo. Por no hablar de la decisión de hacer gratuitos todos los conciertos del festival, a excepción de Swans y Rodrigo Leao, desarrollados en el Teatro Rosalía de Castro por un asequible precio de 15 a 20 euros.

Todos ellos son factores propiciados desde la política local, siendo el director del Festival Noroeste José Manuel Sande García, Concelleiro de Culturas, Deporte e Coñecemento de A Coruña, y contando en su presupuesto (que días atrás fue filtrado y luego confirmado por el Concello, en aras de la transparencia) tan solo con la participación de un patrocinador mayoritario y vinculado a la propia ciudad. Algo que no ha impedido el retorno de capital, alejando el fantasma del “desperdicio de dinero público”.

Así pues, el modelo de negocio del Festival Noroeste se convierte en un acto político (de izquierdas) al contar también en su organización y programación con agentes culturales ciudadanos tales como el Colectivo Desconcierto o La Nave 1839, propiciando la elección por parte de los propios ciudadanos de la música que desean escuchar. Un acto que ha demostrado el predominio del indie pop, el rock e incluso el trap y el hardcore sobre el jazz o el heavy metal (los géneros menos expuestos en el Noroeste). En total, han sido más de 90 conciertos, 100 artistas y 15 escenarios, incluyendo la Romería de desenlace en el Mercado Da Colleita en Do Paseo Das Pontes, un acto pensado en el público familiar y con la participación de negocios locales y (muy importante) ecológicos.

A vueltas con las decisiones, este florecimiento musical de la ciudad gallega marcaba un itinerario que, aunque posible de desarrollar a base de disfrutar tan solo 15 minutos a cada grupo para pasar al siguiente escenario –los más alejados entre sí distaban ese tiempo de camino a pie, algo que nos permitía descubrir rincones escondidos de La Coru a golpe de cardio–, también nos obligaba a seleccionar qué bandas ver en caso de querer concentrarnos en alguno de los conciertos por entero.

Con la ciudad engalanada (no en vano se acababan de llevar a cabo las Fiestas de María Pita, con SES, Miguel Bosé y Jarabe de Palo entre los músicos invitados; a la vez que coincidía la feria de cómic Viñetas do Atlántico), el festival daba comienzo el martes 8 de agosto con su selección de Noroeste Expandido y el intimismo acústico de Indomable, en la Casa Museo Casares Quiroga; un espacio excepcional con acceso libre pero restringido a la ocupación (tan solo unas cincuenta personas pudieron dar cuenta del mestizaje del músico gallego). Un lugar en el que también se dejaron caer los locales Luga y Mielitza.

La Plaza Das Bárbaras se convertía en otro de los enclaves privilegiados y de selección dispersa en la historia: allí actuaron los míticos de los 80 Aviador Dro, desarrollando una propuesta surrealmente actual a pesar de los 38 años de existencia, presumiendo incluso de la participación estelar del mismísimo Godzilla en su concierto (en realidad, uno de sus componentes disfrazado del bicho nuclear) y haciendo corear “¡nuclear sí, por supuesto!” a A Coruña entera, perturbando el silencio de las monjas de clausura a las que tan solo una pared separaba del jolgorio; y también los novísimos Captains, liderados por la alemana Fee Reega, siempre cargada de electricidad y oscuridad capaces de hipnotizar y hacer caer en su intimismo rock hasta a los más descreídos. También fue allí donde New Day, el nuevo proyecto de Amparo Llanos y Samuel Titos de Dover, se estrelló con una actuación decepcionante, que más parecía una prueba de sonido (y lo era, al aparecer con casi media hora de retraso). Por su parte, Enric Montefusco daba rienda suelta a su desnuda intensidad, compartiendo los últimos compases de su actuación dentro del público de Das Bárbaras en uno de los momentos más emocionantes de la semana.

En cuanto a los grupos autóctonos, la gran noticia fue la posibilidad de ver a los ochenteros y míticos Radio Océano, así como a los popies Pantis (Rubén, de Chicharrón, y Toño de Unicorniboat) con una propuesta similar a Ellos y una puesta en escena capaz de competir en frikismo con Travesti Afgano, los siguientes en entregarse en Das Bárbaras.

La Praza de San Nicolás servía como punto intermedio en cuanto aforo entre la Casa Museo Casares Quiroga (quizá el lugar más reducido) y la Praia de Riazor (la localización de mayor aforo, destinada a los cabezas de cartel durante el fin de semana, con una capacidad indefinida que acogió, según cifras del pasado año, a más de 25.000 personas). Sin embargo, el terrible sonido a embudo de San Nicolás nos hacía desechar la idea de bailar a ritmo de la New York Ska Jazz Ensemble o de Lisa & The Lips.

En el Castelo de San Antón se daban cita el nuevo flamenco de Rosalía & Refree y el misticismo imaginativo y electrónico de Valgeir Sigurdsson, un artista resultado de la selección de la promotora encargada del Festival Sinsal. Estas opciones pesaban más por su experiencia estética –el hecho de contemplar un concierto en un enclave tan excepcional y mágico como el de un castillo–, que por la propia propuesta artística en sí: Rosalía y Raül Refree saben jugar con aquello que ofrecen, manifestando una verdadera nueva visión del flamenco que nos permita acercarnos a él desde nuevas (y modernas) perspectivas… pero también son un poco sosos, qué quieres que te diga. Sigurdsson, por su parte, valía más como anécdota tras su paso musical por las películas de Lars Von Trier que por su directo, quizá demasiado abstracto (amén de dilatado, debido a los fallos de sonido en sus monitores).

Dos días después, el jueves 10 de agosto, daban comienzo las Sesións Matinais (coincidiendo el sábado con el festival de autoedición y fanzines Autobán), a cargo del Colectivo Desconcierto; quizá la propuesta más celebrada: conciertos en horario vermut, de 13 a 16 horas, en enclaves caprichosos como la Rua Capitán Troncoso o la Praza José Seiller Loup en los que el turista difícilmente recabaría. En Capitán Troncoso se dieron cita el garage del gallego Sen Senra, el rock clásico del madrileño Germán Salto, el savajismo de Los Bengala y la energía vintage y elegantemente díscola de Terrier. Los dos últimos que provocaron el baile colectivo, cerveza en mano, de la mayoría de la amplia concurrencia, entre la que no faltaban niños.

La Praza José Seiller temblaba literalmente con la violencia visceral de Bala, uno de los grupos con mayor proyección dentro del panorama gallego, contando incluso con una gira por Japón durante el pasado año como testimonio de su alcance. Alien Tango también sorprendía con lo marciano de su propuesta, siendo perfectos teloneros de Malandrómeda, un fenómeno local de trap en gallego capaz de atraer a más público del que la pequeña placita era capaz de acoger. En el Bulevar do Papagaio, Wild Honey daba rienda suelta a su delicadeza pop, mientras las catalanísimas Les Sueques sorteaban la inconveniencia de no poder decir palabrotas frente a su público más joven, ataviadas con trajes de tenistas.

El viernes 11 y sábado 12 de agosto, las matinales daban paso, tras cinco horas de (agradecido) descanso, a los conciertos destacados en el escenario de la Praia de Riazor, construido literalmente sobre la arena de la playa. Allí, los ganadores del concurso que daba como premio la actuación en tal escenario, ejercían como teloneros de los grandes nombres del cartel. Cia Campillo, The Riggos, Eager Platypus y los trapperos gallegos Boyanka Kostova ejercían como aperitivo de los mitiquérrimos Surfin’ Bichos, con un Fernando Alfaro desganado y falto de energía, aunque capaz de dedicar a la ciudad su tema ‘Ángel oculto’, que recordó había tocado tan solo una vez, en 1992, y precisamente en la misma Coruña. Kaiser Chiefs tiraban de profesionalidad para levantar al público al que Surfin’ Bichos había prácticamente dormido.

Iván Ferreiro, por su parte, se mostraba agradecido con “sus vecinos” al tiempo que se aquejaba del cansancio (el día anterior había pasado por el Sonorama) y de los pocos días que le quedaban para cumplir 47 años. “No me cantéis el cumpleaños feliz todavía”, pedía al público. “No voy a tocar ‘Turnedo’”, agregaba, para terminar tocando su archiconocido tema ante una audiencia que se fue calentando por momentos.

The Jesus & Mary Chain se mostraban capaces de manejar el ruido envolvente a pesar de lo difícil de la localización. En una actuación que iba in crescendo, con pausas silenciosas entre temas que incitaban al trance, los escoceses se mostraban ariscos entre ellos y poco locuaces con el público, al cual tan solo se dirigió Jim Reid para preguntar por “una camiseta”, porque tenía frío. Anécdotas banales para aderezar una actuación magistral, como no podía esperarse de otro modo a tenor de sus recientes actuaciones, ya reseñadas en este medio.

Culminaba la 31º edición de Festival Noroeste el domingo 13 de agosto con la sorprendente actuación de Vurro en el Mercado Da Colleita: tan solo un bombo, un teclado y una pequeña caja a manos de un hombre que prefiere mantenerse en el anonimato (aunque sabemos que proviene del País Vasco) ataviado con un mono vaquero y una máscara a modo de calavera de vaca. Eladio y los Seres Queridos daban por finiquitado el festival de la manera más gallega posible: con todo un homenaje a la saudade, la melancolía norteña.

En definitiva, seis días de música underground, contracultural y eminentemente gallega. Una elección para aquellos que miran más allá de la música, que observan el negocio que la ampara, la ciudad que le da vida y las calles que palpitan con la inquietud de un ser vivo. No es solo música, es arte y elección personal. Y, porque toda elección es política y todo arte es político, quizás deberíamos preguntarnos qué implica lo apolítico del género indie y de gran parte de los festivales que arrastran esta etiqueta. Y elegir. Eso sí, tampoco todo lo que brilla es oro: a la siguiente edición del Festival Noroeste valdría la pena pedirle, además de la misma implicación ética por la que podemos presumir ahora de nuestra elección, un poco más de sonoramismo en su repertorio. Aunque la selección underground fue impecable y la buena factura técnica general, los cabeza de cartel no lograron estar a la altura de toda la energía depositada en el concepto de un festival cuidado y mimado al extremo.

Fotos del Captains, Rosalía, Malandrómeda y The Jesus and Mary Chain cedidas por el Concello da Coruña.

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