Quizás el primer motivo por el cual no cuaje del todo sea una cierta falta de unidad. Cuesta encontrar un carácter que defina del todo el disco. La sonoridad es continuista, la personalidad de Grizzly Bear se mantiene incólume; su preciosismo formal está ensamblado con la precisión habitual: las voces de Droste y Rossen resplandecientes, conjugándose en estupendas armonías vocales; su delicadeza a la hora de poner en pie las estructuras sónicas, entre el rock alternativo, el dream-pop y el folk psicodélico… Pero, mientras en sus dos últimos álbumes se priorizaba la atmósfera -onírica y cálida- y fluían como un continuo, ‘Painted Ruins’ sería un disco de temas, más convencional, en el que la personalidad de las canciones individuales se impone al talante general del disco; Grizzly Bear parecen más preocupados en sacarlas adelante de la manera más concreta posible, sacrificando en parte esa feliz tendencia a la deriva tan suya. Ahí se nota precisamente ese cambio en la manera de enfrentarse a los temas en el momento de grabarlos, esa necesidad de tenerlos bien esbozados antes de meterse en el estudio frente al productivo caos de los procesos de grabación anteriores. Así, nos encontramos con un espectro de canciones que varían entre las efectivas, concisas e infecciosas a las preciosas que transmiten el aire onírico marca de la casa, pero también otras que se quedan un poco en tierra de nadie, muy bien facturadas pero a las que les falta ese toque de magia que les ayude a elevarse.
En el primer grupo estaría ‘Mourning Sound’. Un fantástico single que entra como un tiro; un clásico instantáneo de la banda a la altura de ‘Two Weeks’, próximo a la efectividad de los Spoon más efervescentes, pegadizo, divertido y zumbón gracias a ese riff adhesivo y su ritmo trotón. O en ‘Losing All Sense’, chispeante y erótico festiva; ¿acaso no recuerda su sinuosa base rítmica un poco a ‘You Can Leave Your Hat On’ en versión de Joe Cocker? En el segundo grupo, el de las canciones fascinantes, está ‘Three Rings’, dream-pop punzante y arrebatador, con sus vientos solapados, sus ruidos ignotos y una perfecta conjunción guitarra-batería. O ‘Cut-Out’, donde la combinación de psicodelia narcótica, armonías a lo Beach Boys con momentos de furia y contundencia erigen una canción majestuosa. Pero la canción que realmente resplandece es ‘Neighbors’. Su mandolina, su hechizante estribillo, su regusto boscoso van edificando un intenso crescendo que derrocha belleza, belleza que se prorroga en el folk hipnótico de ‘Systole’.
El resto, como ya he comentado, son temas hermosos y bien construidos, como el inicial ‘Wasted Acres’, cuya excesiva languidez le acaba lastrando o ‘Four Cypreses’, una introducción a lo 10cc, con redoble marcial y adornada por leves sintetizadores somnolientos. ‘Aquarian’ también incide en la lína menos soñadora y concisa, aunque hacia el final se deja llevar. Y, sin embargo, la calidad de sus hechuras no me llega. Por algún motivo se escurren de la cabeza. Visualizo su belleza pero no logro sentirla. Quizás exija demasiado a Grizzly Bear, quizás ansío que me subyuguen a cada nota y que el álbum se eleve hasta convertirse en algo aún más grande. Y la faena les sale muy bien. Pero yo esperaba que fuera soberbia.
Calificación: 7,7/10
Lo mejor: ‘Mourning Sound’, ‘Three Rings’, ‘Losing All Sense’, ‘Neighbor’
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