‘Thelma’, una de las sensaciones del último festival de Sitges (premio del jurado y mejor guión), recoge el testigo de otra de las triunfadoras del certamen catalán de hace dos años: ‘Crudo’ (2016). Como la película francesa (o como ‘Carrie’, también muy presente), ‘Thelma’ utiliza el género fantástico como base estilística sobre la que construir un relato acerca del despertar sexual y emocional de una tímida adolescente, una universitaria que ha sido educada por un padre sobreprotector en una represora fe cristiana. A partir de un inquietante prólogo capaz de clavarte en la butaca como a Cristo en la cruz, el director despliega una narración elegante y pausada que va revelando, poco a poco, por medio de varios flashbacks, un sugerente misterio.
Como todo buen relato fantástico (según la teoría descrita por Tzvetan Todorov en su fundamental ‘Introducción a la literatura fantástica’), ‘Thelma’ hace equilibrios constantemente entre el sueño y la realidad, lo natural y lo sobrenatural, la ciencia y la religión, la represión y el deseo. Por medio de una sabia dosificación de la información y un uso muy eficaz de los sueños y las alucinaciones, Trier mantiene al espectador en una nebulosa de duda e incertidumbre. Las preguntas se agolpan en nuestra cabeza al ritmo de las convulsiones que sufre la protagonista (Eili Harboe, atención a esta actriz) durante sus ataques ¿epilépticos, místicos? Esta ambigüedad se va perdiendo progresivamente hasta llegar a un final no del todo logrado pero de gran riqueza metafórica: la represión (homo)sexual y moral crea monstruos. 8.