Ambrossi ha escrito: «Me voy de esta red social. Estoy súper agradecido por el cariño y por todo lo bueno que me ha dado a mí y a mis proyectos pero no quiero seguir participando de esta falsa realidad donde constantemente se falta al respeto a los demás, se acosa, se multiplican mentiras, se exageran cosas, se generan falsos ríos de opinión y que, la verdad, muchas veces me hace sentir mal. A mí y a gente a la que quiero. Creo que estamos llegando a unos límites de radicalismo que no comparto y que rozan el peligro. Respeto profundamente la libertad de expresión pero no quiero participar de este juego. Os quiero. Nos vemos en Instagram».
En algunos medios como El País se asocia la marcha de Ambrossi de Twitter a las críticas recibidas por Dulceida en las últimas horas tras el viaje de la “influencer” a Sudáfrica (se la ha acusado de falta de sensibilidad y de autopromoción y de reproducir el complejo de salvadora blanca en África). Sin embargo, Javier Calvo ha desmentido en Twitter que esto sea así, citando otros motivos como “linchamientos a guionistas por un chiste” u “odio e insultos por todos lados indiscriminadamente” .
Ambrossi quita leña al fuego y se pregunta si “ya es la nueva Marta Sánchez” tras su marcha de Twitter (como cita el propio Calvo), posiblemente refiriéndose a la polémica que suele acompañar a la cantante. Pero volviendo a su texto principal, la marcha de Ambrossi de Twitter es un nuevo ejemplo de cuán lejos pueden llegar las redes sociales en su capacidad para dar voz a acosadores anónimos y para propagar falsedades de manera rápida y fácil. Un poder que puede exasperar y agotar a sus usuarios, sobre todo si estos ejercen algún tipo de influencia pública, como Ed Sheeran, que abandonó Twitter en 2017 por motivos similares.