Televisión

La Casa de las Flores: un culebrón mexicano «deluxe» es la comedia revelación de la temporada

Seguro que entre nuestros lectores habrá quien recuerde aquellos mediodías de reunión familiar en el saloncito de la tele para ver junto a nuestras madres, abuelas y hermanos culebronazos clásicos como ‘Crystal’ o ‘Los ricos también lloran’. Este verano hemos podido revivir esa sensación –sin la decoración hoy ya kitsch, la inocencia y, sniff, la compañía– viendo uno de los lanzamientos-estrella del verano de 2018 en Netflix, que ha sucedido a ‘Paquita Salas’ como la sorpresa estival de la compañía de VOD. Hablamos de ‘La Casa de las Flores’, una serie protagonizada por los De La Mora, una familia adinerada de un barrio de alto standing del Distrito Federal, a la que un suceso empuja a una explosión de secretos y el consiguiente descarrilamiento de sus propias vidas y convicciones.

‘La Casa de las Flores’ está firmada por un joven realizador y guionista mexicano, Manolo Caro, que claramente debió parte de su educación y crecimiento a esos folletines televisivos antes mencionados (y otros del palo). Sólo que Caro adapta, inteligentemente, aquella idiosincrasia a su estilo y, al fin, a los condicionantes de consumo televisivo contemporáneo que marca la productora de la serie. Evidentemente, aquellas montoneras de capítulos repletos de esa entrañable/irritante forma de extender la acción hasta el paroxismo, que hacía que un beso durara casi como un partido de fútbol en ‘Campeones’, no eran una posibilidad real. Así que el cineasta optó por cambiar ese ritmo agónico por una comedia ágil que, en 13 capítulos de 30 minutos, desarrolla lo que en un culebrón tradicional llevaría 100. Así, de manera delirante, el argumento se va embarullando por minutos, a veces de manera casi previsible pero no por ello menos divertida. Una adaptación al presente que, aún más importante, no se queda sólo en la forma sino también en el fondo: la asunción del amor interracial, la homosexualidad, las personas transgénero, el consumo de estupefacientes y la infancia –los niños son tratados como personas, no cosas cuquis u odiosas, aleluya– como cuestiones cotidianas, de las que hablar y afrontar, en una serie con vocación popular es digna de aplauso.

En esta mutación también se antoja importante el uso que Caro da a las canciones, con unos contados pero memorables momentos musicales –protagonizados por una maravillosa selección chochi-romántica en la que caben Mecano, Baccara, Juan Gabriel, Amanda Miguel, Gloria Trevi, Alaska y Dinarama, Yuri o Soda Stereo que puede escucharse completa aquí–; y su maravillosa estética visual, colorida y excesiva pero con un gusto exquisito, a medio camino del mundo Almodóvar y ‘A dos metros bajo tierra’. No es la de Alan Ball la única serie yanqui a la que Caro referencia: tanto en la cabecera como en algunos recursos narrativos y líneas argumentales encontramos guiños a ‘Mujeres desesperadas’ –el empleo de Roberta como narradora, entre otras cosas– o ‘Weeds’. También podríamos decir que incluso «homenajea» a ‘Homo Zapping

’, en cuanto al papel de mujer trans de Paco León que ha generado tanta polémica: en cada escena suya está al borde de parecer su propia imitación de Raquel Revuelta o Anne Igartiburu. León no está creíble en el papel de María José y sí es, a todas luces, una oportunidad perdida para el colectivo trans en particular y la sociedad en general. Pero, aunque pueda ser un poco frívolo, al final su influencia en la serie es menor habida cuenta del tono caricaturesco generalizado de los personajes de una comedia coral (donde sí hay otros secundarios verdaderamente antológicos, como Delia, Carmelita, Las Chiquis…) en la que Caro prima la espontaneidad.

De hecho, Cecilia Suárez (‘Sense8’), la gran revelación de la serie con su fabuloso papel de Paulina De La Mora –sí, está justificado todo el furor que despierta–, cuenta que la singular dicción de su personaje fue fruto de la improvisación, con el rodaje ya en marcha. Incluso da la sensación de que la aparentemente secundaria Paulina, que nos hace llorar de risa y de ternura con su personaje de fresita (así llaman a las pijas en México) dopada y sin suerte, va haciendo méritos para ganar presencia en el guión hasta convertirse en eje en torno al que giran prácticamente todas las tramas. La otra gran fuerza de ‘La Casa de las Flores’ es, evidentemente, la veterana Verónica Castro, la matriarca del emporio: la que fuera Mariana en la citada ‘Los ricos también lloran’ borda un papel extraordinario que, al límite de la autoparodia de manera nada aleatoria, pasa de la aparente sobreactuación a revelar su lado oscuro. En el fondo, si algo podemos extraer de ‘La Casa de las Flores’, al margen de la diversión, es que hay muchas familias que viven sus vidas reales como una ficción, una telenovela.

Por supuesto, ‘La Casa de las Flores’ es imperfecta. Más allá del platicar natural, embarullado y al que lleva un par de capítulos acostumbrarse, podemos hablar de subtramas que ocupan demasiado espacio sin tener auténtica trascendencia (Elena y sus relaciones) y, peor aún, de otras totalmente desaprovechadas: “la otra” Casa de las Flores se antoja como una verdadera mina que, ahora que se dice que Verónica Castro no estaría en una hipotética segunda temporada, nos hace fantasear con nuevos capítulos centrados en el local, con Paulina a los mandos. Pero las cantidades de diversión, frases memorables –que no voy a revelar, por lo que supone descubrirlas en primera persona– y emociones que nos dispensan los De La Mora es tal que no cabe menos que celebrar esta primera temporada. Un hito que casi da pena que pueda malograrse con más episodios. 8.

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Publicado por
Raúl Guillén