La Caballé se convirtió en un icono de la cultura universal, por supuesto gracias a su extraordinaria voz, pero posiblemente gracias a su carácter aparentemente afable y una proximidad que, especialmente en los 80 y 90, la hacía estar muy presente en los medios de comunicación, siendo inmediatamente reconocible para cualquiera no necesariamente cultivado en el mundo de la ópera. Quizá eso también la llevó a acercarse al mundo de la música popular en varias ocasiones, como cuando grabó ‘La violetera’ con Sara Montiel o interpretó ‘Mediterráneo’ de Joan Manuel Serrat.
Hasta el punto de que el mayor hito de su carrera desde el punto de vista comercial fue ‘Barcelona’, el álbum que grabó en 1986 con el líder de Queen, Freddie Mercury. En este disco ambos alternaban el canto lírico con estilos más mundanos como el gospel, en canciones compuestas por Mercury junto a Mike Moran y el archiconocido Tim Rice. Aunque el auténtico espaldarazo para esa insospechada unión artística llegaría con la elección de la canción que daba nombre a ese disco como himno oficial de las Olimpiadas de verano del año 1992, celebradas en la capital catalana. Caballé apareció interpretando la ya celebérrima ‘Barcelona’ en la ceremonia inaugural en solitario, puesto que Freddie había fallecido justo un año antes.
Pero Caballé, como decíamos antes, fue una figura omnipresente en los televisores y prensa escrita de toda condición durante años, por lo que su figura fue el símbolo de la alta cultura más cercano para muchos. Esa exposición mediática también la hizo ser objeto de imitaciones y parodias humorísticas, como las memorables de Martes y Trece, estrambóticos anuncios publicitarios (de los que luego se arrepintió) y también ser juzgada públicamente por un fraude fiscal en 2014, que le valió una condena de 6 meses de cárcel en un polémico proceso judicial.