Cine

Gaspar Noé más extremo (y mejor) que nunca en ‘Clímax’, su última rave cinematográfica

Pocos directores son capaces de convertir cada película que hacen en una obra de culto. Uno de ellos es Gaspar Noé, cuyo estilo, siempre con vocación de transgredir, ha maravillado a muchos y horrorizado a otros tantos desde que saltara a la fama con ‘Solo contra todos’. Con ‘Clímax’, su último experimento, se inspira en un hecho ocurrido en los años 90 en París en un local en el que una compañía de bailarines ensaya para un concurso. Durante la fiesta de después, todos beben sangría, hasta que se dan cuenta de que alguien les ha echado algo en la bebida.

Desde los primeros títulos de crédito, el sello de Noé es inconfundible: empieza con los que habitualmente serían los finales. Y a partir de ahí usará todo tipo de recursos posmodernos, durante toda la película, para romper con las convenciones narrativas. En una de las primeras secuencias (la más brillante de todas) muestra uno de los ensayos al ritmo de ‘Supernature’ de Cerrone, todo un espectáculo audiovisual que ya justifica la experiencia completa y es posible que sea lo mejor que ha rodado en su vida. No sorprende ver a Kiddy Smile siendo parte de la troupe tras haber visto su vídeo de ‘Let A B!tch Know’ (donde sus bailarines bailaban de forma muy similar a los de ‘Clímax’). El resto del reparto son en su mayoría actores no profesionales, a excepción de una excelente Sofia Boutella, que protagoniza un espectacular homenaje a la Isabelle Adjani de ‘Posesión’.

Como siempre en el cine de Noé, el virtuosismo de la puesta en escena llama inmediatamente la atención. Se le puede acusar de muchas cosas, pero nunca de no tener un control absoluto sobre la cámara y saber sacar el máximo partido a sus localizaciones. Lo que hace a ‘Clímax’ ser la obra menos polémica (o que menos ha dividido a la crítica) de su director es que su tono es mucho más desenfadado y más autoconsciente que sus anteriores. Lo que en ningún momento quiere decir que sea menos perturbadora. Al contrario. El filme funciona como una droga en sí misma, y la experiencia de verla se puede relacionar directamente con la que están viviendo los personajes. Toda ‘Clímax’ es una rave alocadísima, un viaje de LSD, con todo lo que eso conlleva. Tenemos el divertimento inicial, la euforia, los bailes desenfadados, gente pasándoselo bien (y el espectador con ellos), pero cuando llega el subidón, primero desconcierta y luego ya nada es divertido y quieres que se acabe: se convierte en una auténtica pesadilla. Ofrece algunos de los momentos más incómodos que se pueden sentir viendo una película. Todo se observa entre una evidente fascinación y el más absoluto rechazo.

Algo que siempre resulta perturbador de las películas de Gaspar Noé, más allá de su trama, es que uno no sabe hasta qué punto su supuesta transgresión esconde en el fondo una ideología bastante reaccionaria. Las dudas nos asaltan también mientras vemos este último trabajo: conversaciones machistas y homófobas (que podrían estar justificadas porque la acción sucede en los 90, cuando la gran mayoría de la gente no estaba debidamente educada ni informada en estos asuntos; pero por el modo en el que lo filma e insiste en ello, también podría ser la visión del propio director), rótulos con frases pro-vida (¿simplemente hedonismo o mensajes antiabortista?)…

La película nos hace plantearnos multitud de veces la ética con la que está filmada, y eso deja una sensación agridulce en algunos espectadores. Pero, al final, si todas las objeciones que puedes tener viendo una película las vas olvidando con el paso de los días y solo puedes recordar sus virtudes, significa algo. ‘Clímax’ es sin duda una de las propuestas más interesantes del cine francés este año. Un juego de su director, que nos muestra su particular y enfermiza forma de entender el cine. Dista mucho de ser una película perfecta, quizá también de ser una gran película, pero es completamente única e inolvidable. Y una experiencia cinematográfica que merece la pena vivir. 7.

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Publicado por
Fernando García