El gran pero de su evidentemente premeditada performance (no hay más que escuchar lo que dice en su letra: «Yo he nacido bohemio, pero tu amor me ha cambiado / Y ahora quiero triunfar y ganar / y salir en la tele y la radio») es que, detrás de toda la polvareda, la canción que presentaba anoche, ‘Un veneno’ es una fantástica reinvención artística en toda regla. Primero porque, tenga una voz más o menos bonita, le presenta como cantante, sin filtros ni trucos. Segundo porque, quizá intuyendo que el actual auge del rap/trap tendrá una vida limitada, se abre a otros terrenos musicales. Y tercero, porque es una canción audaz y magnética, bastante más experimental de lo que parece. Pero esa experimentación no se basa esta vez en la tecnología ni el futurismo, sino al contrario, en el folclore. Y para ello cuenta con dos de los artistas españoles que mejor se han manejado en ese perfil en los últimos tiempos: Niño de Elche y Refree. El primero coescribe el tema, y se unió a Puchito en su aparición televisiva haciendo coros (como en la versión de estudio) y tocando la guitarra, mientras que Raúl Fernández Miró coproduce con ellos.
La canción es mucho más sutil que la rumba pachanguera de un post-Luis Aguilé trasnochado y de barrio que sugiere la estética cassetera de su portada (muy simpático lo de sus «grandes éxitos» «¡Qué buena mujer!», «Bien blandito» y «Llorando con su primo») y, de manera chocante, impacta desde la sencillez, sin pirotecnia: con una destacable delicadeza (en realidad, el tema nunca llega a «explotar»), el trío parece ir trazando la línea del pasodoble a la rumba cubana para rematar con el giro hacia la rumba catalana, suertes folclóricas que los en esta ocasión colaboradores de El Madrileño estudian cuidadosamente y retuercen, entre jaleos a modo de ad-libs de la recta final.
También es destacable su letra, en la que se dirige a una mujer a la que dice que toda su ambición bajo el personaje de C. Tangana es «un veneno» que ella le inoculó y que le ha llevado a ansiar ser una estrella mediática y que va a «hacer que se mate, mientras todos seguimos aquí mirando», apuntando al morbo que despierta todo lo que su figura, quizá más entre los que le odian que en los que le aman. En realidad, casi parece un ejercicio de psicoanálisis de Antón Álvarez, la persona, observando desde fuera en lo que se está convirtiendo a sí mismo gracias a (o por culpa de) su personaje, casi como un Dr. Jekyll pidiendo auxilio para combatir a su Hyde.