Más allá de sus roles en la saga ‘American Pie’ y en pelis LGBT de culto como ‘But I Am a Cheerleader’, lo que ha lanzado a Natasha Lyonne a la fama ha sido ‘Orange Is the New Black’. Y, si te parecía que su Nicky estaba cada vez más desaprovechada en la serie de Jenji Kohan, estás de enhorabuena. Aquí, la pelirroja es sencillamente perfecta como Nadia. Es perfecta en ese sarcasmo perpetuo, esa máscara bajo la que es capaz de soltar frases que, de otra boca, nos parecerían mucho más heavies (algo clave en el desarrollo de la serie), y también es perfecta en algo que hasta ahora no le habíamos visto: llevar todo el peso de la carga dramática, una carga que la aleja de Nicky y la acerca más a Camille, el personaje de Amy Adams en ‘Sharp Objects’, o incluso a momentos de la Nora de Carrie Coon en ‘The Leftovers’.
Lyonne está acompañada además por dos pesos pesados como Elizabeth Ashley y Chloë Sevigny, cuyas apariciones son breves pero intensas. Y todo esto se relaciona con otro aspecto diferencial de la serie: creada por Lyonne, Amy Poehler y Leslye Headland, con la participación también de Jamie Babbit (precisamente la directora de ‘But I Am a Cheerleader’, y de episodios de ‘Girls’, ‘United States of Tara’ o ‘Las chicas Gilmore’), ‘Russian Doll’ tiene en su equipo de dirección y en su equipo de guionistas a exactamente CERO hombres… y es especialmente llamativo que esto se dé en una serie cómica, cuando las cómicas y las guionistas de humor están tan invisibilizadas (“1, 2, 3, responda otra vez: monologuistas conocidas por el gran público que no sean Eva Hache”). La periodista Maddie Holden fue una de las primeras en darse cuenta
de esta particularidad que en solo una semana se ha analizado bastante; por ejemplo, a la hora de cómo los personajes masculinos de la serie representan un arquetipo que estamos muy acostumbrados a ver… pero en mujeres.Hay que tener mucha paciencia con la serie. Porque lo que comienza como una historia de pijos egoístas puestos hasta las cejas acaba siendo algo cercano a la novela gráfica, o incluso a lo que los King hicieron en ‘Braindead’ (otra pequeña joya tan rara como reivindicable), su experimento post-‘The Good Wife’. Durante ocho episodios, acompañamos a Nadia en una aventura a la que ponen banda sonora Ariel Pink, John Maus, Light Asylum o la psicotrópica versión de ‘I Go to Sleep’ de Anika (y, por supuesto, ese tema de Harry Nilsson). Y durante ocho episodios la vemos buscando la manera de dejar de morir, pero nunca nos preguntamos si ella quiere vivir. Probablemente es una pregunta que ella tampoco quiere hacerse, una pregunta que evita a toda costa con la ironía como arma… pero quien le ayudará a hacérsela, y a darse una respuesta, será el personaje de Alan, obsesionado con la perfección, con seguir el camino y con ese concepto vacío que es “la felicidad” -maravilloso el diálogo entre ambos sobre esto y sobre las promesas, que no desvelaremos para que podáis disfrutarlo en su naturalidad.
Hay una secuencia menor y aparentemente inconexa que realmente es clave para entender lo que nos quieren contar sus tres creadoras: aquella en la que Nadia se choca con el vecino mayor. En ese choque vemos la agresividad y la velocidad con que pasan las cosas en un mundo gris neoliberal, como dirían los Dorian… pero el choque es entre todo eso y la empatía, el detenerse un segundo a pensar qué hay detrás de la otra persona, el intento de ser un poco menos individualista. Varios nos hemos dado cuenta ya de esta similitud con ‘The Good Place’: ambas series parece que quieren hacernos más humanos en un mundo a ratos bastante deshumanizado -y sin usar moralinas fáciles. Total, que Natasha, Amy y Leslye nos la han colado con lo que parecía ser simplemente una comedia negra. Pero oye, nosotros encantados. 7,5.