Entre la belleza y la pesadilla: el talento de Scott Walker a través de singles, experimentos y entrevistas

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Entre la belleza y la pesadilla: el talento de Scott Walker a través de singles, experimentos y entrevistas

Cuesta creer que Scott Walker no quisiera ser cantante, porque escuchar su vozarrón en cualquiera de las pistas de sus 4 primeros discos en solitario es una experiencia alucinante. Marcó el camino de artistas como Nick Cave, Richard Hawley o Jarvis Cocker, llegando de hecho a producir ‘We Love Life’ de Pulp, y por supuesto a David Bowie, en aquellos tiempos dando sus primeros pasos artísticos mucho más cerca de los caminos campestres del folk de lo que le conocimos luego, y por quien mostró siempre un gran respeto. Hoy, cuando se ha conocido la noticia de su fallecimiento, en una mañana de lunes tan triste como aquella en el que también perdimos a Bowie, se viraliza de hecho un mensaje que le mandó por su 50º cumpleaños. Ambos celebraban con tan solo un día de diferencia y era una gozada escucharle bromear: «tomaré una por ti al otro lado de la medianoche».

Pero Walker nunca quiso ser cantante. Así lo explicaba en 2006 en una entrevista realizada por Ian Harrison que publicaba Rockdelux, totalmente imperdible. «Nunca me apasionaron los cantantes. Me gustaba la música instrumental, Duane Eddy y Link Wray, y más adelante el jazz, aunque sí me gustaba el doo-wop. De pequeño cantaba en corales y cosas así, pero no empecé a contar con algo de protagonismo hasta que me uní como bajista a John Maus y su hermana Judy. En las actuaciones en clubes de Los Ángeles él era el vocalista. Hubo unas noches en que no pudo actuar, por un resfriado o algo así, y entonces yo le reemplacé». Junto a The Walker Brothers triunfó especialmente a mediados de los 60, colando discos como ‘Take It Easy with the Walker Brothers’ y ‘Portrait’ en el top 3 en Reino Unido, e incluso siendo número 1 en singles en dos ocasiones: con ‘Make It Easy on Yourself’ en 1965 y con ‘The Sun Ain’t Gonna Shine Anymore’ en 1966. En el último álbum de la banda, que data de 1978, Scott Walker aportó ya un tema mucho más experimental llamado ‘The Electrician’, oscuro y con tanta vocación de banda sonora que terminó siendo utilizado por el siempre atento Nicolas Winding Refn en ‘Bronson’. Un precedente de lo que estaba por venir.

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Sí le obsesionó Jacques Brel, como fue evidente en sus primeros álbumes, donde le versionó repetidamente. Sus adaptaciones de ‘Mathilde’, ‘Jackie’ o ‘If You Go Away’ son de cortar el hipo, además de estar arregladas de manera totalmente espectacular e impresionante, con toda la artillería pesada presupuestaria que tenían a menudo las grabaciones de los 60, cuando los grandes estudios estaban abiertos y funcionando a tope a diferencia de lo que se ha visto en los últimos años. Scott Walker narraba en la BBC recientemente que había llegado a la música de Brel -una rara avis, siendo de Ohio-, a través de una chica Playboy alemana con la que salía. Iban a casa de ella, y allí corrían los litros de Pernod mientras ella le ponía canciones de Jacques y se las iba traduciendo. Le encantó Brel porque, según sus palabras, «sonaba mucho más real que todo lo que yo había hecho».

La magia de aquellos cuatro primeros discos, que siempre me sonaron como la banda sonora perfecta para una soleada mañana de domingo, con grabaciones tan prodigiosas como ‘It’s Raining Today’, ya escrita por él, se truncó tras el fracaso del álbum ‘4’. Allí estaban incluidas canciones como ‘The Seventh Seal’, inspirada en la peli homónima de Bergman, o ‘The Old Man’s Back Again (Dedicated to the Neo-Stalinist Regime)’, igual de buenas pero quizá menos accesibles por resultar menos resplandecientes y esplendorosas. Había cabido algún retazo experimental en los discos anteriores, como la psicodelia dada a ‘Plastic Palace People’, pero quizá este álbum resultaba algo más sombrío.

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El fracaso dejó a Scott Walker en crisis creativa. Seguían saliendo discos pero ya no de temas propios. Así lo recordaba en Rockdelux: «Con esos cuatro primeros álbumes estaba muy entusiasmado. Todo el material del principio se puede volver a escuchar porque se hizo muy rápido (da unas palmadas), sin esfuerzo (…) Lo que sucedió con mi cuarto disco fue la clave de todo lo que me ocurrió luego. De haber tenido éxito, habría podido grabar más discos del modo que yo los quería hacer. Cuando fue evidente que las ventas del disco no iban muy bien, John Franz (representante de A&M y productor de Philips), quien era muy buen amigo mío y siempre creyó en mis composiciones, me dijo: “Mira, grabaremos discos con material de otra gente, pero no te rindas porque volveremos a esto”. No estaba muy contento, pero seguí ahí esperando y esperando, y nunca llegaba el momento. De hecho, fue a peor. Siempre había bebido, pero entonces subí las apuestas. Me quedé atascado en ese atolladero durante años en los setenta, haciendo álbumes por rutina, para cumplir el contrato. Muy deprimente».

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Ian Harrison describía a Walker tras su charla con él como una «persona cordial, franco dentro de ciertos límites y, contrariamente a la creencia popular, bastante normal». Algo en lo que coincidía Rafa Cervera, que pudo hablar con él por teléfono durante 45 minutos en 1995, definiéndole como «un tipo simpático que hablaba con distensión y que, a lo sumo, a veces tenía problemas de timidez para verse a sí mismo como el personaje mitológico en que otros le habíamos convertido» añadiendo que «no tenía el más mínimo interés en explicar nada, ni en desmentir rumores. Le daba igual». «Veintidós años después sigue siendo así», añadía en un texto de 2017 recordando su experiencia.

Concluía que era «una de las entrevistas más distendidas y agradables que recuerdo haber tenido» y la verdad es que hay que creérselo cuando le vemos hablar con toda naturalidad de la animadversión que despertaron sus discos más experimentales, como ‘Tilt’, editado en 1995, 11 años después del anterior álbum de estudio, y que produjo reacciones muy encontradas. Le decían cosas como “He sido fan tuyo toda mi vida. ¿Cómo osas sacar un disco así?”. A lo que él respondía: «Obtuve la misma reacción de alguien que se sentaba a mi lado durante un programa de televisión. Me comentó que había sido un gran fan durante mucho tiempo pero que nunca más iba a comprar otro disco mío». Curiosamente, tiempo después, en 2003, él mismo no reconocía un tema de ‘Tilt’ cuando lo pusieron en una ceremonia en que le daban un premio.

Leerle hoy en cualquiera de las pocas entrevistas que ha concedido en los últimos años es aprender algo porque siempre tenía algo que aportar. Él mismo decía que se acercó a Europa porque era «donde estaba la cultura» y en otra conversación con The Guardian de 2008 habla de manera apasionante sobre cómo tardó 6 años en escribir ‘Cue’, estando especialmente orgulloso de la letra, algo obtusa tras su arranque «Sudán y Seúl tienen en común que empiezan por S». Él decía que su música no le parecía en absoluto tan impenetrable.

También era habitual que hablara de la muerte, indicando a Harrison que ya no le daba tanto pánico como antes. «Ahora estoy mejor. Antes me daba terror; ahora ya no. Tengo mis rachas, como todo el mundo, pero… me siento más involucrado en la existencia gracias a la música. Aunque, por otro lado, me gusta mucho la soledad. Puedo estar solo en una habitación días enteros, semanas, siglos». De nuevo, se atrevía a bromear donde no pareciera que estuviera llegando su música: «¡Sería el prisionero ideal! Entiéndeme, no me gustaría compartir celda con otro tipo que se pasara el rato molestándome ni nada por el estilo, pero podría soportarlo, vaya que sí». Lo cierto es que la muerte, una muerte infernal era a veces lo que venía a la mente escuchando algunos de sus temas más pesadillescos de la última etapa. Sus canciones habían pasado a ni siquiera tener título (algunas de ‘Climate of Hunter’, 1984), luego a durar 21 minutos (‘SDSS1416+13B (Zercon, A Flagpole Sitter)’), y a ser auténticos jeroglíficos indescifrables, tratando sobre la comunicación de los caballos (‘Buzzers’) o incluyendo flatulencias (‘Corps De Blah’).

Por el contrario, su tema inspirado en la muerte de Pier Paolo Pasolini, ‘Farmer in the City’ (1995), era bellísimo, realmente impresionante hoy especialmente en la frase «Paolo, take me with you? / It was the journey of a life». Ahí se podía seguir intuyendo cómo y con quién se había educado su voz y para qué habían servido los años de grandes arreglos. No puedo decir que ‘The Drift’ (2006) o ‘Bish Bosh‘ (2012) hayan sido discos sobre los que haya vuelto demasiado en los últimos años, pero tiene mucho más valor que el artista se mantuviera inquieto hasta el final en lugar de revisitando al crooner folk que había dejado de ser hacía demasiado tiempo. Decía que seguía escuchando rock, que conocía a Arctic Monkeys (obviamente Walker fue una influencia declarada por Alex Turner tanto para su banda principal como para -todavía más- The Last Shadow Puppets) y que le gustaban especialmente Queens of the Stone Age, pero hacía décadas que él ya se había ido a otro sitio.

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