Música

Rafael Berrio / Niño futuro

Del mismo modo que ‘Diarios’ (2013) y ‘1971’ (2010) conformaban una suerte de dupla, podría decirse que este ‘Niño futuro’ es una suerte de eco o consecuencia directa del viraje al rock loureedesco y desmelenado que Rafael Berrio llevó a cabo en ‘Paradoja’ (2015). Un disco que, triste e injustamente, nunca reseñamos por aquí y que, pese a alejarse del clasicismo de canción centroeuropea de sus precedesores, era (es) también notable. Si en aquel trabajo esta tan histórica como poco popular figura del pop rock en español de las últimas décadas se rodeaba de una banda de rock aguerrida, un poco retrotrayéndose a sus tiempos de Deriva y Amor a Traición pero aún más desbocado, este nuevo álbum sigue la misma línea aunque algo más dócil en fondo y forma.

Cabría achacar la mayor amabilidad que desprenden estas 10 nuevas canciones a la nueva formación instrumental que le rodea, en la que sólo repite al bajo Fernando “Lutxo” Neira pero, a cambio, cuenta con nombres tan insignes como Joseba Irazoki (Atom Rhumba, Duncan Dhu, Nacho Vegas) o el reconocido pianista de jazz y blues Paul San Martín (hermano de Xabi de La Oreja de Van Gogh, por cierto). Pero eso sería restar mérito a la producción del propio Berrio, que sitúa el sonido de ‘Niño futuro’ muy cerca de trabajos recientes de nombres como Edwyn Collins, Roddy Frame, Robert Forster o Peter Perrett. Artistas que, como él, vivieron con intensidad los 80, poco menos que se les tragó la tierra en los 90 y han irrumpido en el amanecer del nuevo siglo como outsiders que optan por ser fieles a la artesanía de la canción y el rock clásico.

Sin un aparente concepto, más allá de ofrecerse a sí mismo como espejo de la dudosa gloria y la segura pena de la condición humana, Berrio sí parece establecer una estructura reconocible en ‘Niño futuro’. Como si tendiera la cuerda de un funambulista, Berrio instala los puntales principales de este disco en su arranque –tras la bienvenida taciturna con la oda al estilo de vida bohemio, de cierto tono paródico, titulada ‘Dadme la vida que amo’– y su culminación –con una ‘El truco era un resorte’ que ejerce de agridulce puerta de salida, escoltada por Dylan a la diestra y Bill Callahan a la siniestra–. Ambas sólidas cimas, casi antagónicas, son ‘Considerando’ y la propia ‘Niño futuro’.

La primera emerge como la canción más redonda del disco, poniendo en duda el desapego por la melodía que no hace tanto aseguraba sentir su autor, engalanando el tragicómico retrato de una pareja –el contrapunto vocal femenino de su colaboradora Virginia Pina le va al pelo, por tanto– que se deleita en su propia zozobra. La segunda, en cambio, es una suerte de glorioso spoken word (quizá inspirado por el espectáculo poético basado en la obra de Emil Cioran que ha venido desempeñando el donostiarra temporadas atrás) sobre un fondo de rock tenso que trae a la mente a las malas semillas

de Nick Cave. En sus 7 minutos, Berrio se compadece de los jóvenes que, azorados, ansían entregarse a una vida de arte que, sin duda, les reserva lo peor, aderezado con ciertas victorias en el mejor de los casos. Misericorde, el rapsoda les relata con escrupuloso detalle la brillante y podrida fauna que se encontrarán en ese camino. Su retahíla de epítetos y nombres, cómica y terrible a la vez, es una de las mayores muestras de ingenio lingüístico que se haya escuchado/leído jamás en el rock de este país.

Entre uno y otro extremo de la soga elevada en el vacío, el funambulista Berrio transita un camino que culmina exitoso (como ya he revelado), pero no sin cierto vaivén, claro. El tramo central –con la tristísima añoranza esbozada en ‘Tu nombre’ (musicando un texto de su hermano, el poeta Iñaki Berrio) y ‘El horror’ (que retrata la idiotez humana como el motor que nos hace tan resistentes a un holocausto como las mismísimas cucarachas)– posee un tono musicalmente áspero, menos vibrante. Pero, bien sostenido a cada extremo, una hábil distribución de claroscuros en ese paseo por la cuerda posibilita que autor y oyente no perdamos nunca pie. Todo gracias al luminoso contraste que ofrecen ‘Mi álbum de nubes del cielo’ –tan sencillo como amargo canto al dolce far niente–, ‘Sísifo releva a Sísifo’ –con el seductor encanto de la vileza y el egoísmo humanos como fondo–, una tan filosófica como uptempo ‘Abolir el alma’ (con coros de Elena Setién, parece consecuencia de la citada representación inspirada en textos del literato rumano Cioran, que se llamaba exactamente como este corte) y una ‘Las tornas cambian’ que ironiza sobre el teórico éxito que cabía atribuir a la ya extinta aventura multinacional con la que inauguró esta década que cierra así.

Rafael Berrio ejecuta todo este dispendio de rock elegante y exquisito con el atractivo añadido de explorar los confines del lenguaje castellano, habida cuenta de que, más que un cantautor, es un escritor que canta. La poesía que despliega en sus canciones, su riqueza semántica, se aleja del lenguaje común, aunque no renuncia a introducir guiños coloquiales y mucho sentido del humor como hábiles contrapuntos. Un posicionamiento estético valiente –y más en los tiempos de economía que corren– que ennoblece el oficio musical y justifica su categoría de arte. Por eso nunca es fácil enfrentarse a escribir sobre un nuevo disco suyo. Espero, al menos, haber caído con dignidad.

Calificación: 8/10
Lo mejor: ‘Considerando’, ‘Niño futuro’, ‘Dadme la vida que amo’, ‘Tu nombre’, ‘Las tornas cambian’
Te gustará si te gustan: Roddy Frame, Edwyn Collins, Robert Forster, Peter Perret.
Escúchalo: Spotify, Bandcamp (donde está disponible toda su recomendable discografía en formato digital)

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Publicado por
Raúl Guillén