Aparentemente en paz con esa tara, Berman vuelve ahora con un disco en el que recupera su carrera justo cuando la dejó, solo que sin miedo –o esa impresión da– a que se le reconozca como un gran cantautor. Por eso, retomando el verso que destacaba al principio del texto, trae una buena cantidad de honestidad brutal para dorarnos la píldora que, gustosamente, nos ofrece: ‘Purple Mountains’ expone sin ambages los graves episodios de una depresión crónica (y “sin tratamiento posible”, asegura) que le llevan a afirmar que, en estos 10 años, ha tenido al menos 100 noches de las que estaba convencido no despertaría. Pero, eh, si esto comienza a darte pereza, al menos espera a saber que Berman no es un “plañideras” cualquiera, y que en su discurso es primordial un sentido del humor negro y lo suficientemente autoparódico como para que gocemos de su propio patetismo. Para no dejar dudas, ahí está la introductoria ‘That’s Just the Way That I Feel’, un animoso número de country rock en el que nos hace un resumen de sus penurias personales en esta década de ausencia (incluido “casi perder los genitales por culpa de un hormiguero”, literalmente), con la frase-estrella “cuando intento ahogar mis pensamientos en ginebra / descubro que los peores han aprendido a nadar”.
La magia de todo esto, como la propia vida, está precisamente en ser capaz de sonreír incluso en los momentos más duros, como también muestra el brillante single ‘All My Happiness Is Gone’, donde un colorido y enérgico fondo musical sirve para hablar de la soledad y la depresión que le persiguen. Del mismo modo, uno de los momentos más cruciales del disco es la bonita y tarareable ‘I Loved Being My Mother’s Son’, dedicada a su madre fallecida. Fue la chispa que prendió la mecha creativa de ‘Purple Mountains’ y a la vez le resultó terapéutica: “la resonancia de la caja de la guitarra en mi pecho fue como un masaje”, afirma. Pero en su letra, abierta y sencillamente, no acepta la pérdida de la única persona que estuvo siempre ahí para él, incondicionalmente, y casi podemos ver al niño solitario que evoca en su letra y que, a modo de lamento, enfatiza su dolor hablando de ella en pasado. “She was, she was, she was”, canta David junto a Anna St. Louis
–en la que ha encontrado una estupenda partenaire vocal– como si se tratase de un aséptico y clásico “doo-wop”.La parca está muy presente también en la más taciturna ‘Nights That Won’t Happen’, una canción en la que los fantasmas son esos momentos que dejaremos de vivir con familiares y amigos que fallecen… o las personas con las que rompemos relaciones. Y es que, en buena medida, la “carnaza” que David Berman nos vende aquí también tiene mucho que ver con su divorcio de Cassie Marrett, la mujer que ha estado a su lado durante 20 años, lo cual incluía ser miembro de Silver Jews (explicando, en buena medida, la necesidad del cambio de nombre). Y así nos lo exponía con toda la socarronería del mundo en ‘Darkness and Cold’, fantástico segundo single del disco en el que con una sencillez desarmante resume “La luz de mi vida sale [Nde: pero “is going out” también puede leerse aquí como “se apaga”] esta noche / con alguien a quien acaba de conocer”. Efectivamente, tal y como muestra su vídeo oficial, aunque no sea lo más saludable o recomendable del mundo, ambos aún comparten casa aunque estén divorciados, auto-infligiéndose esa penitencia. Aunque, como explica en una ‘She’s Making Friends, I’m Turning Stranger’ digna del mejor Lee Hazlewood, permanece a su lado porque, al fin y al cabo, ella sigue siendo su mejor amiga. ¿No es extraño y bonito a la vez?
En este renacimiento artístico parecen haber sido también cruciales Jarvis Taveniere & Jeremy Earl, miembros del grupo Woods, que se involucran en un colchón musical deliciosamente apacible, mullido y calentito, sin estridencias, con contados pero cruciales arreglos de armónica, trompeta o voces que expanden su universo de los estrictos márgenes del country rock o la Americana. Así, la voz otrora titubeante de Berman suena al recitar sus inteligentes letras llenas de retruécanos como la de un crooner rotundo y confiado para cantar sus intimidades que, en realidad, no exponen sino la fragilidad de cualquier individuo en una sociedad ultracapitalista, tirana y onanista. Así, el aislamiento, el infantilismo o la fragilidad mental que expone el propio David no son sino epítomes de lo que somos hoy en día, y que bien atina a reflejar en la absurda ironía de ‘Margaritas at the Mall’ (donde expone su teoría de que el capitalismo es una suerte de purgatorio en vida) o en la descojonante ‘Maybe I’m The Only One For Me’, un tema co-escrito con Dan Auerbach (The Black Keys) en el que se impone la condena al auto-amor y el celibato por su (y cada vez más común) naturaleza antisocial. Pero no todo es tan cómicamente terrible: la tenue y dulce ‘Snow is Falling in Manhattan’ alberga el resquicio de la bondad humana, la generosidad sin pedir nada a cambio, que invita a mantener algo de esperanza. Que es la que demuestra David Berman al regresar “al circo” con un disco tan personal y redondo –quizá el mejor hilvanado de su carrera–, que debería servirnos tanto de salvavidas como de ejemplo e inspiración a cada uno de nosotros.
Calificación: 8,4/10
Lo mejor: ‘All My Happiness Is Gone’, ‘Darkness and Cold’, ‘Margaritas at the Mall’, ‘I Loved Being My Mother’s Son’, ‘Storyline Fever’
Te gustará si te gusta: Stephen Malkmus & The Jicks, Bonnie «Prince» Billy, Jonathan Richman
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