Sònar 2019 ha arrancado su edición más difícil. El cambio de fechas primero, la cancelación de A$AP Rocky después, y lo más grave, la huelga de riggers (montadores de elementos áereos de escenarios), que protestaban contra la Fira de Barcelona por no incluir ésta la subrrogación de los trabajadores dentro de la nueva licitación del servicio de montaje de escenarios ponían en aprietos al decano festival barcelonés. Pero, pese a todo, ha vuelto a salir adelante. Fotos: SónarPress
Desert, con los audiovisuales de Dsilence, reclamaban un escenario más recoleto para paladear mejor su trip hop marino, y no la enormidad del SónarHall. Eloi Caballé contra la mesa, sin una concesión al público y Cristina ejerciendo ora de frontwoman, ora ayudando con los cacharros, desplegaron su música encantadora, en un concierto sedoso y algo uniforme, aunque se animó cuando aceleraron y Cristina arrancó a bailar en ‘Sense tu’ o con el final en crescendo de ‘Saps prou bé’. Mireia Pería
Los que también merecían otra ubicación era los Za!, que tocaban en el auditorio SónarComplex. Me corrijo; nosotros merecíamos otra ubicación. Porque el concierto de Za! era una invitación al pogo y al frenesí, difíciles de ejecutar sentados. Edi Pou y Pau Rodríguez son elementos loquísimos, esta vez realzados por los audiovisuales de Ouchhh, colectivo de Estambul, que lograban captar a la perfección el ritmo y el desenfreno de su música. Pau y Edi, feroces y felices, fueron de lo arabizante al tropicalismo, pasando por el africanismo sin dejar la vanguardia. Tocan un tema, ‘Fira estrés’, que dedicaron al sindicato de riggers y pidieron a la Fira de Barcelona (“que pagamos todos”, apostilló Edi) que se siente a negociar con los trabajadores. Los dos alcanzaron un ambiente demente de ruido para acabar en pleno delirio percusivo ambos a la batería. Nos hicieron cantar a grito pelado y también en silencio (divertidísima la mímica que ejecutaron para conseguirlo). “¡De tranquis pero a tope!”, nos soltaron. Poco “tranquis”. Aquello fue un jolgorio absoluto. Mireia Pería
Cuando llego a Rejjie Snow, su DJ está cantando sobre ‘HUMBLE.’ de Kendrick Lamar y pienso por un momento si no me habré equivocado de concierto. Pero no, porque aparece el rapero irlandés, cuyo flow terso choca un poco con las pintas de pescador dominguero que luce. Mientras, su DJ le quiere (y consigue) robar protagonismo. Los bajos son retumbantes, sin embargo su hip hop parece de dormitorio, con un deje muy pop. Se agradece que sus parlamentos no rompan el ritmo, sino que se integren y consiga que todo fluya, aunque al final sea la música sampleada (exquisita, también hay que decirlo), la que acapare toda la atención. También hay algún conato de dirigir a la masa y algún “make some noise!” hasta el cierre con ‘Charlie Brown’ y su deje italo-disco, con la voz grabada de Anna of the North. Un show agradable pero quizás demasiado inofensivo. Mireia Pería
Sevdaliza presentaba en SónarDôme su nuevo espectáculo, The Great Hope Design. La cantante, compositora y productora iraní-holandesa es conocida por sus potentes visuales, pero en su nuevo show primó cierta sencillez que cedió todo el protagonismo a su presencia escénica (indudable) y a sus canciones de trip-hop influenciados por los sonidos tradicionales de su país de origen. Acompañada por un cello y ocasionalmente por una bailarina, Sevdaliza realizaba alguna que otra coreografia o se dejaba grabar por un cámara que, desde el escenario, capturaba su rostro para mostrarlo a través de las pantallas. Jordi Bardají
El dúo queer sudafricano Faka
fue la gran sorpresa de la tarde del jueves. Fela Gucci y Desire Marea montaron un fiestón absoluto con sus ritmos de gqom (un tipo de house sudafricano que puede recordar al footwork americano), incitando al perreo sin freno durante casi todo el set. Ataviados con atuendos típicamente femeninos (uno de ellos llevaba el pelo rosa y una especie de tutú dorado), Faka alternaron momentos experimentales con los mencionados ritmos, pero se terminaron entregando a estos últimos para jolgorio del público. Un show divertidísimo pero que no hay que olvidar nace de un sentimiento político con el que Faka buscan denunciar la represión que el colectivo queer sufre en Sudáfrica. Dicen que si la revolución no se baila… Jordi BardajíDel show de Arca no sé qué pensar… ni por dónde empezar. Las expectativas estaban altísimas. El colapso a la entrada del SónarHall daba fe. El calor es sofocante. Y un segundo escenario en mitad de la sala nos hacía esperar tremendos delirios. Pero estuvo lejos de la genialidad de hace dos años. En su espectáculo ‘Sal de mi cuerpo’ mezcló algo de cabaret, algo de varietés y algo de discoteca con bastante morbo y un mucho de egotrip (“miradme y admiradme”). Un espectáculo excesivo, pero no muy logrado. Arca está transicionando. Aparece como mujer, vestida escuetamente de heroína de manga. Su hermoso cuerpo muestra ahora unos diminutos pechos. Parece que la artista ha decidido dar un paso más allá para borrar toda frontera de género.
De entrada parece que el espectáculo va a ser el mismo que el del 2017, pero ejecutado por su alter ego femenino. Arca se saca de la manga ‘Desafío’ y ‘Piel’, cantadas en falsete. Pero enseguida cambia y desgrana temas desconocidos. Tanto se arranca a interpretar baladones cinematográficos como juega a cantar r’n’b. Pero rápidamente aparece uno de los lastres del show: los parones innecesarios y largos para cambiar el vestuario. Por la manera en que Arca se deja mimar por su equipo, parece que formen parte del espectáculo. Ella nos compensa bajando al público y desapareciendo entre la multitud y tira por las varietés intensitas. Trata de llegar a un registro de bel canto aunque su voz queda algo escasa. Es en este momento el show se torna arrítmico. El nuevo cambio de ropa no ayuda, la música tampoco. Porque, ya vestida de de cabaretera cyberpunk, se dedica a fabricar un largo pastiche de r’n’b, hip hop sobre bases afiladas y duras (lo mejor de la tanda) que no genera demasiado interés. Arca juega a ser una rapera malota, a la reguetonera del barrio… Sin embargo, aunque ella trata de paliarlo, lo que suena es tremendamente anodino y ella cae en un exhibicionismo vacuo. De hecho, el SónarHall se va vaciando. La sensación que tengo es que Alejandra improvisa y que somos su banco de pruebas, mientras ensaya qué tipo de diva quiere ser. El final, por eso, logra despertarnos, cuando regresa al segundo escenario a ritmo de bakalao, enloquece, lo destroza y canturrea ininteligible. Al menos acabamos bailando enajenados. Pero a pesar del subidón final, su show es demasiado alargado y está demasiado fiado al carisma de su protagonista. Mireia Pería
Daphni fue el encargado de cerrar la jornada del jueves con un set centrado en los ritmos de house latino que ha explorado en su single ‘Sizzling’, poniendo énfasis en los instrumentos de viento pero también en la potencia de sus ritmos tribales. Jordi Bardají