En cualquier caso, resulta paradójico que, tras películas de gran presupuesto como ‘Okja’ o ‘Snowpiercer’ por donde se paseaban estrellas internacionales como Chris Evans, Tilda Swinton o Jake Gyllenhaal, el film que más alegrías a nivel mundial le de al también director de ‘Memories of Murder’ y ‘The Host’ sea uno rodado íntegramente en Corea, con reparto coreano, rodado en coreano y, por supuesto, de producción mucho más modesta. El estatus del director es tal que se ha creado toda una comunidad de fans-casi-stans a su alrededor (la “bonghive”, en homenaje a la “beyhive” de Beyoncé) y el recibimiento que tuvo en el aeropuerto al volver de Cannes fue comparado con los que tienen los miembros del grupo BTS (le han llegado a llamar “el BTS del cine”). Y lo cierto es que focalizar su talento en una película “más sencilla” le ha permitido a Joon-ho asegurarse de tenerlo todo medido al milímetro y poner sus cinco sentidos. Literalmente. Y es que, en una historia cuya base es la lucha de clases, resulta significativa la importancia que el director le da al “olor” de la clase. Ya en una entrevista explicó que, a pesar de desarrollarse en Corea, la trama es universal: “aunque cada país tiene sus propias estructuras, cuando excavas en el capitalismo y exploras su infinita oscuridad, encuentras un mecanismo similar, y todos estamos obsesionados con la clase. Cuando pasamos al lado de alguien, aunque sea unos segundos, vemos lo que llevan, el reloj que tienen, su móvil, el coche del que se bajan, etc”. Y, sí, también su olor.
Esto está entendido de forma literal pero también como metáfora de algo que se queda contigo aunque laves la ropa. De que las oportunidades no dependen tanto del “esfuerzo” en moverse, sino de donde uno se haya criado. Esto conecta con la conclusión que parece querer arrojar Joon-ho con un polémico epílogo que puede resultar anticlimático e innecesario, pero que adquiere sentido a medida que le vas dando vueltas a la película. Puede conectar además, como algunos han establecido, con el mensaje antisonrisa-¿antisistema? de ‘Joker’, ha recibido también comparaciones con Buñuel, y yo mismo diría que puede recordar en otros aspectos a ‘madre!‘ (aunque está gustando a los haters de ‘madre!’). Pero ‘Parásitos’ no solo destaca en un guión redondo y en una dirección que maneja los tiempos como nadie, haciendo que las más de dos horas se pasen en un suspiro (¡y haciendo divertida una historia que realmente es amarga!), sino que se esmera además en la construcción de todos sus personajes, haciéndolos a la vez universales y locales, despertando desde simpatías inesperadas a deseos de violencia de los que avergonzarse. Nos mueve de un lugar a otro, sin que sepamos exactamente de qué lado estamos, y jugando con nosotros de la misma forma que juega con sus personajes y con la historia.
Aunque todo el reparto está sensacional, la mención especial se la llevan precisamente los más jóvenes, Choi Woo-shik y Park So-dam, que interpretan al hijo e hija de la familia pobre respectivamente: cargan gran parte de la identificación del espectador, y lo hacen con maestría. La historia empieza con ellos y ese humor que no llega a dejar de estar presente nunca, sirviendo como compañero de viaje, va en la mayoría de ocasiones de la mano de ellos. Un humor cuyo uso Joon-ho defiende, argumentando en la citada entrevista que cuando nos reímos, al menos tenemos la sensación de superar el horror. ¿Y cuál es el horror de ‘Parásitos’? ¿El presente que vive la familia protagonista? ¿El que viven muchas familias coreanas, y muchas familias por la precariedad en todo el mundo? No. El futuro. “No se trata del horror del presente, sino de que solo va a ir a peor”, advierte. “Ese es mi mayor miedo, porque yo estaré muerto en treinta años, pero mi hijo tiene veintitrés. Y no sé si mejorará, no tengo muchas esperanzas”. Esta mezcla de humor, amargura, desesperación y miedo, que parece imposible, está también presente en ‘Parásitos’. Y es una de las culpables de que la película sea la obra maestra que es. 9,5.