Viva Belgrado / Bellavista

Los cordobeses Viva Belgrado no se conformaban (como si fuera sencillo lograrlo) con encasillarse como los grandes abanderados del screamo (con toques de post-rock) español, con cientos de conciertos desarrollados en giras que les han llevado literalmente por todo el mundo presentando ‘Flores, carne’ (2014) y ‘Ulises’ (2016). Lo demostraban con el par de singles publicados en 2018, ‘Epílogo: La cima‘ y sobre todo ‘Guillotinas‘, en los que apostaban por una cadencia próxima al nuevo rap y que descolocaron a sus fans. En realidad este ‘Bellavista’ llamado a culminar ese insospechado volantazo en su carrera tenía que haber llegado antes, pero la salida del grupo de su batería de siempre Álvaro Moreno (sustituido por otro Álvaro, Mérida) les hizo frenar y retrasar su entrada en el estudio.

Imagino que esa minicrisis sería dura para ellos y sus seguidores más fieles, pero cabe pensar que ese lapso para meditar sobre su nueva dirección ha contribuido a matizarla, mejorarla y, en fin, lograr una obra que merece la escucha atenta de un público que antes les hubiera resultado inaccesible. Esto en absoluto supone una renuncia a su pasado, como muestran sobradamente números tan virulentos como ‘Un collar’ –aunque esta sorprenda con un arranque acústico ¡aflamencado!–, ‘Shibari emocional’ o ‘Amapolita Blues’. Pero ese pasado (o la actual visión de él) convive con toda normalidad con una transversalidad que les acerca al pop, y que el genial single ‘Más triste que Shinji Ikari‘ lleva al extremo. Sí, sí, al pop: su aproximación a los códigos del pop urbano (Agorazein son una influencia confesa en él) y el chill-hop, sin apenas guitarras, revela la capacidad del cuarteto para crear melodías que enganchan tanto como los contrastes entre virulencia y calma que les habían caracterizado hasta el momento. En ese sentido, Cándido Gálvez (guitarra y voz) sorprende con un buen registro vocal más allá de su ya contrastada capacidad para el desgañite vivo, y que además emplea en diversos pasajes del disco.

Otro ejemplo es ‘Bellavista’, precisamente, en la que con un perfil más aguerrido insiste en un fraseo próximo al del hip hop pero culmina cada estrofa con un «esta mierda no se puede salvar» cantado con tino. ‘Vicios’ e ‘Ikebukuro Sunshine‘ insiste en esa misma transversalidad estilística, tanto en lo vocal como en lo instrumental, esta vez clavando «creo que esta noche no vamos a acabar muy bien» como un arpón del que tirar y sacudir a su numeroso público. Precisamente esa metáfora, el de una cuerda con (o sin) tensión que les conecta a la audiencia, es la que nutre ‘Una soga

‘, el gran corte inicial que ya explica que no estamos ante un disco de Viva Belgrado en los cánones que les unían a proyectos como Nothing, Deafheaven o Touché Amoré: «Me subo al escenario, saludo a la afición / Estoy tirando de la soga pero no hay tensión» canta Cándido con rabia en una letra que ironiza con sus propias miserias y clichés.

«A los que dicen que mis letras les sonrojan / A los que dicen que les he aliviado el corazón / Vivan el vaporwave, los cassettes y el alcohol / ¿Sabéis que nunca dura mucho la satisfacción?» es el primer verso del disco, abriendo la principal veta lírica del disco: la insatisfacción permanente de vivir en la carretera persiguiendo («Al futuro que le jodan, yo qué coño sé / Pienso en dejarlo a menudo pero nunca lo haré») el final de ese arcoiris blanco en un terreno yermo que ilustra la cubierta del álbum. Algo que, a la vez, es «más adictivo que la cocaína», como confiesan en el propio corte titular, que ahonda también en «la relación del artista con las expectativas, los aplausos, el público y el escenario».

Y efectivamente, los textos de Gálvez, como dice él mismo en esa primera frase, se mueven en una delgada línea entre una honestidad que emociona per se e imágenes que te hacen entornar los ojos (un ‘Shibari emocional’, por ejemplo) cuando se pone tan intensito como las primeras canciones de La M.O.D.A. Pero lo cierto es que, aunque ahora entendamos mejor que nunca lo que canta Cándido, lo mejor de ‘Bellavista’ sigue estando en la combinación sus inapelables ganchos y concentrarse en sus peripecias post-hardcore. Un rock intenso y en muchos momentos volcánico, como el brutal final de ‘Cerecita Blues’ o la estupenda ‘¿Qué hay detrás de la ventana?‘, que, como su predecesora ‘Lindavista’, parecen pasos hacia nuevas direcciones. De hecho sus versos suponen una audaz conclusión para el disco, planteando la bajona de dar tanto trabajo por terminado («Ya está, cuatro años para esto»), proyectándose en las posibles reacciones ante él («Que le den al mainstream, también al underground«) y mirando al futuro («Que no nos falten las canciones, / que no nos falten celebraciones, / y que no pasen cuatro años»). Eso, que no pasen cuatro años.

Calificación: 7,7/10
Lo mejor: ‘Más triste que Shinji Ikari’, ‘Bellavista’, ‘Ikebukuro Sunshine’, ‘La soga’, ‘¿Qué hay detrás de la ventana?’
Te gustará si te gusta: Cala Vento, Touché Amoré, Deafheaven… y no haces ascos a C. Tangana.
Youtube: ‘Bellavista’

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Publicado por
Raúl Guillén