El comunicado de los Grammy explica: «Con intención de seguir adoptando una mentalidad realmente global, actualizamos nuestro lenguaje para que refleje una categorización más apropiada que busca comprometerse con todos los tipos de música que se crea alrededor del mundo. En verano nos reunimos para hablar con artistas, etnomusicólogos y lingüistas de todo el mundo y ellos han determinado que había una oportunidad de actualizar la categoría de «mejores músicas del mundo» para nombrarla con un término más relevante, moderno e inclusivo». El texto sigue: «El cambio simboliza un abandono de las connotaciones de colonialismo y de música tradicional y «no americana» que encarnaba el término original a la vez que se adapta a las tendencias de escucha actuales y a la evolución cultural que pueda darse en las diversas comunidades que la categoría representa».
La categoría de «mejores músicas del mundo» sonaba rara ya los años 90, cuando David Byrne de Talking Heads publicó un interesante artículo en The New York Times denunciando el término por acoplar en una sola categoría un sinfín de músicas procedentes de todo el mundo de lo más diversas, y que solo por no proceder del mundo anglosajón eran consideradas exóticas o primitivas. En pocas palabras, ua categoría racista de libro. En los últimos años, otros artistas han seguido rechazando este término, como el músico de jazz indio Sarathy Korwar, que en 2019 declaraba a The Guardian que dicho término le parece «holgazán» porque «ayuda a reforzar el relato de que la música hecha por otra gente está menos evolucionada y es menos importante que la propia, y por lo tanto no merece un estudio igual de profundo».
Desde su nacimiento a principios de los años 90 (cabe apuntar que los Grammys nacieron en los años 50), la categoría de «mejor música del mundo» ha sido la única manera de que artistas africanos, indios o brasileños como Angélique Kidjo, Ravi Shankar, Caetano Veloso, Ladysmith Black Mambazo o Gilberto Gil reciban el reconocimiento internacional que otorga la que es considerada la institución musical más importante del mundo. Ganar un Grammy es casi sinónimo de haber alcanzado la cumbre de tu carrera. Sin embargo, la limitación que implicaba dicha nomenclatura, la cual ejercía un borrado brutal de la inabarcable diversidad musical que existe en el mundo metiendo todo en el mismo saco, solo ponía sobre la mesa el anglocentrismo de unos premios que ante todo son americanos y, por tanto, se centran en el repertorio musical producido en suelo americano o, al menos, en inglés. Por un lado, la existencia de dicha categoría era mejor que nada; por el otro, cada año que pasaba era imposible no seguirla cuestionando con más ímpetu.
La pregunta en el aire siempre parece haber sido algo tipo: ¿por qué Caetano Veloso no puede haber hecho el mejor disco del año igual que Bob Dylan? ¿Por qué ‘Celia’ de Angelique Kidjo no recibe la misma publicidad que ‘25‘ de Adele? Y ahora surge una nueva: ¿qué diferencia hay entre usar el término «mundo» y el término «globo» a efectos prácticos? Al final el problema de fondo sigue ahí: a medida que las fronteras en los hábitos de escucha de la población van desapareciendo porque las plataformas de streaming permiten acceso a millones de canciones procedentes de todo el globo en todo momento, el rol de instituciones como los Grammy, que siguen premiando en sus categorías clave discos paupérrimos solo por haber sido creados en Estados Unidos (un saludo a Taylor Swift), queda cada vez más en entredicho. ¿Qué sentido tiene centrar unos premios en la música estadounidense cuando el mundo está cada vez más globalizado, como puede comprobarse cada día en las listas de canciones virales de Spotify, llenas de canciones surcoreanas, turcas o japonesas que acumulan millones de escuchas? ¿No necesitará la música, en realidad, unos premios globales igual de relevantes que los de los conocidos gramófonos dorados?