«A veces tienes que darle a la mundanidad un poquito de dragoncore» es el titular que dejaba hace unos meses Eartheater en una entrevista durante la promoción de su último disco, ‘Phoenix: Flames Are Dew Upon My Skin’. La artista de Nueva York, que lleva un tiempo dando que hablar con sus discos de electrónica experimental publicados por el sello PAN (Arca, Tujiko Noriko, Amnesia Scanner, el celebrado ‘Mono No Aware’), ha llegado en su quinto trabajo a un sonido que globalmente se diferencia de absolutamente todo, por mucho que recuerde a otras cosas.
Nadie podía esperar que el sucesor de un trabajo tan inspirado en la música de baile como ‘Trinity’ pudiera sonar como lo hace ‘Phoenix: Flames Are Dew Upon My Skin’, pero Alexandra Drewchin insiste en que el disco no es otra cosa que una vuelta a sus orígenes porque representa un regreso a los «idiomas (musicales) que la cautivaron en un principio» (ella no es ninguna recién llegada, lleva 10 años en esto y tiene 31 años). ‘Phoenix: Flames Are Dew Upon My Skin’ es un disco de dream-folk post-apocalíptico inspirado en la geología de los volcanes, lo cual es evidente en las texturas electrónicas del álbum, que a veces recuerdan a la Björk de ‘Biophilia’, pero también en unas letras poéticas que utilizan imágenes como el fuego, la lava, los volcanes o las placas tectónicas, cuando no aluden a unos «guerreros», derraman «lágrimas calientes» o mencionan explícitamente a un «Ave Fénix que resurge de sus cenizas», para hablar de amor, deseo o de la existencia humana.
La querencia medieval de ‘Phoenix: Flames Are Dew Upon My Skin’, un disco que ha sido grabado durante una residencia de 10 días en Zaragoza, es tal que su instrumento principal es la guitarra acústica porque Alexandra Dershwin imagina un mundo futuro en el que debe seguir siendo posible crear música sin electricidad ni estudios de grabación. Sus accesibles melodías parecen sacadas de un cancionero juglar con tendencia a la melancolía, y la artista las acompaña también con las orquestaciones de la española Ensemble De Cámara CSMA y otros instrumentos como el arpa, además de diversos diseños de sonido electrónicos. Alguna pista, como la instrumental ‘Metallic Taste of Patience’, suena como la banda sonora de un videojuego de dragones y mazmorras. Y Alexandra, una vocalista aficionada a saltar de octava en octava que canta como Dolores O’Riordan y Sinéad O’Connor al mismo tiempo, posee un timbre dramático y visceral que eleva sus composiciones a otros lugares.
Que Eartheater es una artista que pertenece al siglo XXI y a ningún otro es evidente, no obstante, en muchas de sus decisiones artísticas. Kate Bush es una influencia reconocida por la artista y ‘Below the Clavicle’, probablemente la mejor canción que ha escrito, cuenta con unos aullidos ferales que espantarían a la autora de ‘The Dreaming‘, y con un lirismo que lleva totalmente la marca de Björk en su descripción del proceso neurológico por el que pasan las ideas antes de llegar al cerebro: «soy una chica lista al callarme la boca, el significado aún no ha llegado, todavía está debajo de la superficie, debajo de la clavícula» es un pasaje que podría haber aparecido en ‘Post’. Y si la islandesa era capaz de ver ciudades en los circuitos de un televisor, Eartheater también halla el sentido de la vida en las pequeñas cosas. En ‘Volcano’ canta: «me fijo en un grano de arena, anhelo una partícula de azúcar, encuentro un romance en la basura».
Más sorprendente que los rudimentarios ruiditos electrónicos de Phoenix: Flames Are Dew Upon My Skin’ es lo noventero que suena por momentos. Las canciones de pop-rock acústicas de la etapa post-grunge parecen una referencia en muchas pistas del largo sin que el hecho de que Alexandra cante como Dolores tenga necesariamente nada que ver. La artista ha buscado hacer canciones accesibles en este disco que llevaba «años cociéndose en su interior» y ‘Volcano’ podría haberla emitido la radio rock alternativa de la época. La misma vocalista de Cranberries parece reencarnarse en ‘Fantasy Collision’, que aúna guitarras acústicas con el sonido de un teclado ensoñador que remite a Angelo Badalamenti, una persona que llegó a grabar música con Dolores aunque ya casi nadie lo recuerde, para describir un «accidente de coche» que termina con el automóvil en «llamas» y sus pasajeros en la cama.
Como dispuesta a derribar prejuicios desde el segundo cero, Eartheater ha creado un disco que, cuando le apetece, se pone sesudo y científico y, cuando no, se pone cursi porque su autora sabe que lo cursi «se queda cerca de lo icónico». Por cada composición como ‘How to Fight’ que vuelve a recordar a Björk en su referencia a los metales, la sangre, las venas o las arterias, y por su voluntad de hacer sonar natural lo sintético, al arreglar esta composición con una extraña percusión electrónica que parece brotar de la nada para luego desaparecer; te sale con otra como ‘Diamond in the Bedrock’ en la que, entre guitarras y orquestaciones, canta «mi enfermedad crónica es dejarme seducir por ti» para luego añadir: «dame esa garganta profunda».