«Salvemos los calamares» no es una frase que esperara escuchar en una canción de Garbage ahora ni nunca, pero el mensaje animalista -no solo enfocado en los animales terrestres, sino también en los marinos- de ‘The Men Who Rule the World‘ llega en un momento más oportuno de lo que parece. Estos días, Netflix ha estrenado ‘Seaspiracy’, un interesante docurreportaje sobre la crisis de la pesca comercial que promete remover conciencias. De hecho, ya lo está haciendo. «Ya no podré comer pescado nunca más» es una de las dramáticas frases que más se están leyendo estos días en las redes por parte de personas que han visto el documental y han quedado impactadas por su contenido.
Como su título da a entender, ‘Seaspiracy’ es la versión marina de ‘Cowspiracy’ (de hecho ha sido creado por las mismas personas), el premiado docurreportaje de 2014 que investigaba el impacto de la ganadería industrial en el medio ambiente, en los seres humanos y en el «bienestar» de los animales. Aun con sus detractores, ‘Cowspiracy’ ha conseguido como pocos documentales concienciar a toda una generación sobre la problemática de las granjas industriales desde un punto de vista climático pero también ético, como previamente lograba el cruel visionado de ‘Earthlings’, estrenado en 2005. De modo que, posiblemente, el documental ha sido muy influyente de cara a la adopción por muchísimas personas de un estilo de vida vegano o lo más vegano posible, una tendencia que sigue en crecimiento.
La información que ‘Seaspiracy’ «destapa» al público generalista es verdaderamente alarmante: gran parte del plástico que contamina los océanos procede de redes de pesca, no las dichosas pajitas; el problema de la «pesca accesoria» es especialmente grave pues afecta a peces de gran tamaño como tiburones, ballenas o delfines que ejercen un papel fundamental en el sustento de la cadena alimentaria; de hecho, Francia mata «10.000 veces más delfines» que Japón debido al «bycatch» pese a ser un país no consumidor de este cetáceo; las organizaciones anti-plástico no se atreven a recomendar la reducción o eliminación del consumo de pescado en la dieta en sus páginas oficiales porque supuestamente dependen de empresas vinculadas a dicho sector; la pesca comercial es, parece, directamente responsable del aumento de la piratería en Somalia o de los rebrotes de ébola en el Oeste de África. Más desconocido es el problema del trabajo esclavo en Tailandia, que involucraría gravísimos maltratos o incluso muertes que quedan sin resolver. El dato más impactante es que, de seguir en este ritmo de consumo, los mares quedarían vacíos de peces en 2048.
Quizá debido a la urgencia de la crisis expuesta en ‘Seaspiracy’, el docurreportaje opta por emplear una narrativa sensacionalista inquietante desde el segundo cero. Es al director, el joven periodista británico-iraní Ali Tabrizi, a quien el espectador sigue durante todo el metraje mientras viaja por el mundo para investigar lo que sucede no solo en los mares sino también en las piscifactorías (es cuestionada la calidad de los salmones que llegan al mercado), pero podría ser Gloria Serra en un reportaje de LaSexta. Tabrizi consigue sacar de quicio a algunos de sus entrevistados con preguntas incisivas, lo cual no está mal: su visión de este problema es necesariamente radical y algunos de sus participantes ya le han acusado de sacar sus palabras de contexto, como Mark Palmer, quien, en el documental, reconoce abiertamente que su empresa dedicada a garantizar la seguridad de los delfines en la pesca marítima no puede de hecho garantizar tal cosa. ¿Su excusa? «El mundo es un lugar complicado a veces».
El sensacionalismo de ‘Seaspiracy’ surge más de ciertos datos que maneja, que están manipulados en busca de impresionar al espectador. Por ejemplo, se habla del Great Pacific Garbage Patch como si representara todos los océanos del mundo cuando, a escala global, solo un 20% del plástico que flota en los océanos «procede (exclusivamente) de fuentes marinas», lo cual incluye las kilométricas redes que se emplean para pescar y en las que caben más de una decena de aviones. Según Our World in Data
, es verdad que «más de la mitad» de los residuos de plástico depositados en el Great Pacific Garbage Patch llega desde alta mar, pero hablando en términos generales, la mayor parte de la contaminación por plástico presente en los mares de todo el mundo procede de países en desarrollo que, en los últimos tiempos, han experimentado grandes avances industriales, como India, pero que siguen manejando deficientes sistemas de gestión de los residuos. Lo cual empeora cuando además se ven obligados a gestionar la basura de otros países como Estados Unidos, que no solo es el país que más plástico produce, sino que además lo exporta a territorios como Malasia, provocando que su población se pudra entre montañas de plástico.‘Seaspiracy’ apela así a la responsabilidad individual, lo cual es legítimo y necesario, y lo hace con información veraz pero algún detalle tergiversado. Sí, todo paso ayuda, se puede empezar por dejar de consumir pajitas de plástico, las cuales representan un porcentaje ínfimo del plástico que termina flotando por los mares; pero el documental ha perdido una buena oportunidad de comunicar un mensaje más político, que apele menos a las emociones individuales y más a la responsabilidad institucional, en el que se deje claro que existe un problema político, representado, por un lado, por países en desarrollo con pobres mecanismos de gestión de residuos; y por el otro, por países desarrollados que producen toneladas de plástico las cuales luego exportan. Es una pena que, en otro documental vegano que busca abrir los ojos a la gente, tenga que sobrevolar otra vez la sombra de la desinformación. Claro que, si la intención es concienciar sobre un problema tan grave como este que amenaza la vida en el planeta, ¿qué mejor que apelar a los sentimientos en lugar de a la razón? No, no se me ha olvidado que ‘Seaspiracy’ es, al fin y al cabo, un documental de Netflix: entretenimiento consciente.
Menos tiempo dedica ‘Seaspiracy’ a hablar sobre la inteligencia de los peces, lo cual no habría estado mal dado el desconocimiento que existe en torno a este fascinante asunto. Quizá no había tiempo y es cierto que ciertas imágenes incluidas en el documental ya son muy duras de presenciar, pero ‘Seaspiracy’ no será ese documental que consiga que el público empatice por fin con los atunes de igual manera que lo hace con los delfines, a pesar de que también son seres complejos que poseen su propio tipo de inteligencia y capacidad para el sufrimiento, como sabrá cualquiera que los haya estudiado. ¿Es hora de desempolvar a Konrad Lorenz? En cualquier caso, el documental no deja de cumplir su propósito, sacar a flote todo este sufrimiento que el mundo no ve porque sucede debajo del mar (y también sobre él), ya ni siquiera dentro de las cuatro paredes de un matadero; y concienciar sobre un problema gravísimo que hay que empezar a tener muy presente. Al final, que un dato o dos sean erróneos es lo de menos, pero también es verdad que estos se podrían haber evitado, ya que restan credibilidad al mensaje.