Entre las promos más imaginativas (y desconocidas) de los tiempos de pandemia, el concierto en Bilbao con que se celebraba el 18º cumpleaños de Maren en 2020 para en principio para la prensa de todo el país, más bien ante la local al final debido a las restricciones. En cualquier caso, tal era la confianza de Hook Management, promotora de Izal, Miss Caffeina y Varry Brava, entre otros, en el talento de la joven cantante popularizada en La Voz Kids. ‘Margaritas y lavanda’ es ahora ya el debut de Maren, que no debe confundirse con otra artista que emergía hace unos años con un nombre similar, Marem Ladson.
Las canciones de ‘Margaritas y lavanda’ ganan puntos por su carácter abstracto y por su imaginación, evitando frecuentemente la típica historia de amor adolescente. En su lugar, tienden a hablar de la inseguridad, de bordear la popularidad y de no atreverse a dar «el paso a» sin excesivos dramatismos, de manera enriquecedora. Es el caso de ‘Cualquier cosa que diga yo’, una producción pop de poso 60’s que dice cosas como «vamos a darles motivos para que piensen que estoy mejor», en contraposición a otro sujeto («Y tú cada día estás mejor, qué suerte ser imparable»). Y también de ‘Debería ser normal’, un tema muy pizpireto en sus cuerdas sintetizadas, donde oímos consignas pesadillescas sobre la frustración, como «creo que me van a adelantar, pero es que mis piernas no pueden pedalear».
Carlos Dueñas y Reys, que no es otra cosa que el proyecto en solitario de Sergio Sastre de Miss Caffeina, que acaba de debutar con este sobrenombre, se encargan de producir este álbum que supuestamente se inspira en Jane Birkin y Françoise Hardy, pero que más bien nos lleva a territorios dream pop, indie pop e incluso al rock psicodélico por la vía de The Doors. ‘Fotosíntesis’, por ejemplo, es una de las producciones más complejas, con momentos bellos en contraste con guitarras en modo quintas y guiños tarantinescos. En ese sentido, estamos ante un álbum en cierto modo bastante impredecible, con solo un par de peros.
En la línea de evitar los clichés adolescentes, Maren se apunta un tanto comenzando su debut con un tema tan abierto a las interpretaciones como ‘Margarette, todos lloran por ti’, con vídeo de boda (o «no boda») ilustrativo. Sin embargo, es un tanto extraño que su declaración de intenciones justo no haya sido en solitario, sino en colaboración con Anni B Sweet, que no cuenta con un registro tan diferente al suyo, por lo que no resulta tan necesaria después de todo para abrir lo que es el primer disco de esta artista. Por otro, un exceso de gorgorito en perjuicio de la dicción que nubla un poco el mensaje detrás de ‘Un sitio que tenga sol’ y ‘Aeropuerto’, en un tramo medio que parece entregarse a territorios americanos por la vía de Hope Sandoval (o Lana del Rey, para los más jóvenes).
Curiosamente, se han reservado las dos mejores canciones de Maren para los dos últimos lugares: habrá quien quizá no llegue hasta ellas tras dicho tramo medio, la (bonita) balada ‘El día que bajé las escaleras’ (que se considera su canción más personal) y un tema que se ha incluido en vasco. Después de todo eso, como si esto fuera el debut de un/a autor/a que ya no se identifica del todo con sus momentos más pop, llegan las dos joyas de la corona casi a modo de bonus track: aquel viral que, de puro agresivo, se llamó ‘Te invito a mi piscina (para matarte)‘ (en la estela de ‘Babies’ de Pulp) y la genial ‘La estación espacial de Teruel’, en la que encontramos conexiones con La Casa Azul y el resto del catálogo Elefant, abandonada al final de la secuencia, quizá porque no es finalmente su tema más representativo… o quizá porque sigue siendo su momento más catárquico, y por tanto adecuado como colofón.