El escritor Colson Whitehead y el director Barry Jenkins (‘Moonlight’, ‘El blues de Beale Street’) coinciden en una cosa: los dos oyeron hablar en la infancia del “ferrocarril subterráneo”, la red clandestina de liberación de esclavos que funcionó en Norteamérica a mediados del siglo XIX, y los dos pensaban que no era una metáfora, que era un ferrocarril real. Whitehead jugó con esta idea en su aclamada novela ‘El ferrocarril subterráneo’ (premio Pulitzer y National Book Award, la sexta vez en la historia que un escritor los consigue con la misma novela). Y Jenkins la recogió adaptando el libro del escritor neoyorquino.
Cuando Jenkins -que venía de adaptar otra novela emblemática de la literatura afroamericana, ‘El blues de Beale Street’ de James Baldwin (publicada en España por Literatura Random House)- contactó con Whitehead para conseguir los derechos de su obra, este solo puso una condición: que no resumiera el libro en una película, sino que lo trasladara en forma de serie. El director, con su Oscar bajo el brazo, consiguió el apoyo de Plan B, la productora de Brad Pitt (que ya había producido las anteriores películas de Jenkins), y Amazon, que se encargó de financiarla (es una producción de lujo) y distribuirla.
Jenkins se ha rodeado de su habitual equipo. Sobresalen el compositor Nicholas Britell, conocido también por la premiada música de la serie ‘Succession’, y el director de fotografía James Laxton. El primero hace un trabajo fabuloso. Destacando el noveno episodio, donde reinterpreta el ‘Tema de Tara’ de ‘Lo que el viento se llevó’ en un secuencia –un homenaje de Jenkins a sus ancestros- de enorme fuerza emotiva y simbólica. La labor de Laxton también es extraordinaria. Crea una fotografía de enorme plasticidad y expresividad, que alcanza su cenit en el capítulo cinco, ‘Tennessee-Exodus’. Una maravilla visual de impresionante atmósfera postapocalíptica.
Completan el elenco Jihan Crowther, escritora de otras producciones de Amazon como ‘El hombre en el castillo’ o ‘Todos quieren a Daisy Jones’ (la adaptación de la novela de Taylor Jenkins Reid que va a rodar Niki Caro), y un impresionante Joel Edgerton, firme candidato a los premios interpretativos de la temporada. El protagonismo de este como implacable buscador de esclavos es uno de los aspectos más diferenciales de la serie con respecto al libro. Su presencia tiene mucho más peso dramático que en la novela, convirtiendo la serie en un intensísimo duelo entre el cazador (sin olvidar a su acompañante, un inquietante niño que es uno de los personajes más inolvidables del año) y su presa, una fugitiva interpretada por la prometedora actriz sudafricana Thuso Mbedu.
La persecución se desarrolla a lo largo de varios estados, lo que le permite al director ilustrar desde diversos ángulos el terrible drama de la esclavitud en Estados Unidos, así como reflexionar sobre la base moral supremacista –la doctrina del “destino manifiesto”- en la que está sustentado el nacimiento de esta nación. Aunque a veces su atmósfera onírica acabe impregnando el ritmo narrativo, bordeando lo narcótico (a Jenkins siempre le pierde un poco su gusto por el ensimismamiento), la serie tiene tal potencia dramática, expresiva y poética que cada capítulo podría estrenarse en cines como una película.
‘El ferrocarril subterráneo’ no es una serie para maratonear. Además de su inusual densidad narrativa, que exige atención y reposo, su estructura no tiene nada que ver con las ficciones televisivas al uso. Hay capítulos de una hora, de cuarenta minutos, de veinte… Saltos temporales, digresiones, acotaciones (como el hermoso prólogo del noveno episodio)… Parte de su espíritu iconoclasta son las canciones que suenan al final de cada capítulo: desde clásicos como ‘Wholy Holy’ (Marvin Gaye) o ‘I Wanna Be Where You Are’ (Michael Jackson), hasta temas contemporáneos como ‘Money Trees’ (Kendrick Lamar) o ‘This Is America’ (Childish Gambino). Una playlist que funciona como juego anacrónico y como amplificador del discurso heterodoxo de la serie.