Luchino Visconti tenía buen ojo para los actores guapos. En los sesenta ayudó a convertirse en sex symbol a Alain Delon (‘Rocco y sus hermanos’, ‘El gatopardo’) y en los setenta a Helmut Berger (‘La caída de los dioses’, ‘Luis II de Baviera’), a quien descubrió. En 1971, hizo lo propio con Björn Andrésen. Su papel de Tadzio en ‘Muerte en Venecia’ lo convirtió de la noche a la mañana en “el chico más bello del mundo”.
A Visconti le sobraba talento para realizar la adaptación de la obra de Thomas Mann, pero le faltó sensibilidad para cuidar de su descubrimiento, para protegerlo. A diferencia de los veinteañeros Delon y Berger, Andrésen tenía solo quince años. Era huérfano (vivía con su abuela) y de carácter tímido. El director lo exhibió por el festival de Cannes y los bares gays como quien pasea a un hermoso cachorro. Como era de esperar, la fama le destrozó.
El documental ‘El chico más bello del mundo’, que forma parte de la programación del Atlántida Film Fest, el festival online y semipresencial de Filmin, comienza con la imagen de un hombre canoso y desgarbado recorriendo los pasillos de un edificio en ruinas. Luego lo veremos en su piso de Estocolmo rodeado de trastos, suciedad y notas de desahucio. Es casi un indigente. Es Andrésen.
Han pasado cincuenta años desde que Visconti lo eligiera para encarnar al bello “ángel de la muerte” de la novela de Mann. Medio siglo que recorren los cineastas Kristina Lindström y Kristian Petri en un tono triste y melancólico (a veces abusan de la cámara lenta y la pose contemplativa), como si en la desdichada vida del actor hubieran sonado permanentemente los compases de la quinta de Mahler que se escuchan en ‘Muerte en Venecia’.
La película no hace un recorrido exhaustivo por la vida de Andrésen (a quien pudimos ver recientemente en una de las secuencias más impactantes de ‘Midsommar’). Es más una aproximación al hombre, a la persona que hay detrás de Tadzio. El documental está planteado como un viaje por su memoria. El actor vuelve a los lugares que le marcaron cuando era “el chico más bello del mundo” y evoca sus recuerdos.
Esos recuerdos están acompañados por jugosas imágenes de archivo: el incómodo casting con Visconti, donde le hizo desnudarse; su estancia en Japón, donde se convirtió en un ídolo de masas e inspiró a una generación de dibujantes manga, entre ellos la pionera del shôjo Riyoko Ikeda (‘La rosa de Versalles’); o sus fotos y vídeos familiares, instantes de felicidad entre enormes tragedias.
La película huye del amarillismo, del sensacionalismo mediático que le golpeó durante su juventud. Hace lo que no hicieron con él en aquel momento: escucharle, arroparle y denunciar la forma en el que los medios y la industria del espectáculo convirtieron a un menor en un objeto sexual.