Leos Carax inauguraba el Festival de Cannes este año con ‘Annette’ -su primera película en 9 años tras ‘Holy Motors’-, un musical con el que el siempre divisivo cineasta francés terminó llevándose el premio a la mejor dirección. El guion corre a cargo de Sparks, así como todas las canciones que lo componen. La película comienza con una presentación que ya nos alerta de la peculiaridad de la obra que vamos a presenciar, donde aparecen el propio Carax y los miembros de Sparks cantando “So May We Start”, a los que posteriormente se irán uniendo coristas y el elenco principal formado por Adam Driver, Marion Cotillard y Simon Helberg rompiendo la cuarta pared, como si de una obra de teatro se tratara.
Driver interpreta a Henry McHenry, un conocido cómico con un sentido del humor incómodo y ácido, y Cotillard a Ann, una exitosa cantante de ópera. Ambos tienen un apasionado romance de gran repercusión mediática, que cambiará por completo con la llegada de su primogénita Annette.
Carax lleva su particular estilo posmoderno a nuevos y excitantes territorios, con ideas visuales tan originales como brillantes. Especialmente deslumbrante resulta la primera media hora en la que se presenta de manera singularísima a ambos protagonistas y sus universos. Las estupendas canciones de Sparks, la llamativa fotografía de Caroline Champetier y un excelente montaje de Nelly Quetier consiguen un resultado realmente hipnótico. Por supuesto, Carax, director kamikaze donde los haya, se lanza al vacío en numerosas ocasiones, abrazando por completo el ridículo. Pero esos momentos lejos de arruinar la experiencia, le otorgan personalidad, creando situaciones absolutamente delirantes, únicas y a menudo muy divertidas. Como esa grandiosa secuencia de cama donde Adam Driver le hace un cunnilingus a Marion Cotillard mientras cantan.
Como en toda la filmografía de Carax, no hay espacio para la mesura en ‘Annette’; todo es excesivo y excéntrico pero también genuinamente fascinante. La búsqueda de la perfección es algo que jamás ha interesado al cineasta, que siempre ha realizado películas que ponen al espectador en el filo de la butaca, viajes cinematográficos extremos que provocan reacciones dispares y exaltadas. Lo que consigue siempre es que cada una de ellas sean experiencias inolvidables, ya sea amor u odio lo que despierten. Y eso no deja de ser una hazaña admirable.
‘Annette’ es su primera aventura en inglés, ambientada en Los Ángeles y sin Denis Lavant, su actor fetiche. Esta vez es Adam Driver quien realiza una de esas interpretaciones todoterreno tan típicas del cine de su director, en un papel que pasa por todos los registros, de la comedia al drama al musical con una facilidad asombrosa. Es un rol complicadísimo pues implica estar todo el rato en el límite de la sobreactuación -ya que toda la película está pensada como si fuese una obra de teatro- pero nunca caer en ella. Driver ya ha demostrado en multitud de ocasiones sus dotes interpretativas pero parece superarse con cada película que escoge. Aquí, se enfrenta sin miedo al personaje más complejo y a la propuesta más radical de su filmografía, consiguiendo el que es probablemente su mayor logro actoral. Cotillard, cuyo personaje es mucho más etéreo que el de su compañero de reparto y por ello más discreto, está igualmente espléndida. Al igual que Simon Helberg, que cuenta con menos presencia en pantalla que la actriz. Y cabe mencionar también que en su numeroso elenco de actores invitados con apariciones especiales, se pueden ver y escuchar brevemente a Angèle y Natalia Lafourcade.
Temáticamente ‘Annette’ da pinceladas de varios asuntos muy actuales como el #MeToo, la masculinidad tóxica o la fama y sus consecuencias partiendo de una sencilla premisa de drama romántico. Carax adorna la estructura teatral del guion con recursos a menudo brillantes, como en los intermedios, que son noticias de prensa rosa que van informando sobre la situación de la relación de la pareja protagonista.
El cine de Carax es siempre romántico, radical, innovador y controvertido y ‘Annette’ no es ninguna excepción. La reacción del público a ella dependerá de si se entra en la propuesta desde el principio o no, de si uno es capaz de tolerar su extravagancia o si le resulta insoportable, pero sus hallazgos visuales y sus audaces ideas narrativas resultan incontestables.