Tras quince años y cinco películas a sus espaldas, Daniel Craig pone fin a su etapa como el mítico agente 007 con ‘Sin tiempo para morir’, una película que ha estado en un cajón durante más de un año debido a la pandemia y a la trágica situación en la que esta ha dejado a las salas de cine. Una decisión que una vez vista no puede sorprender a nadie ya que se trata de una superproducción cuidada al detalle y cuya grandilocuencia visual merece ser vista en la pantalla más grande posible.
La cinta comienza con un prólogo que se alarga hasta pasados los veinte minutos, donde tras un flashback a la infancia de la doctora Madeleine Swann (Léa Seydoux), James Bond aparece con ella en Italia, viviendo un idílico romance. Este pronto se verá interrumpido por unos misteriosos villanos, lo que dará lugar a una espectacular escena de acción trepidante. Como no podría ser de otra manera, inmediatamente después pasamos a la secuencia de créditos correspondiente donde esta vez suena la sugerente ‘No Time to Die’ de Billie Eilish. La trama realmente comienza cuando años más tarde, un Bond retirado en Jamaica recibe la visita de su amigo Felix Leiter pidiéndole su ayuda con una misión que hará que 007 vuelva al servicio secreto.
‘Sin tiempo para morir’, como toda la franquicia Bond, se caracteriza por poseer un sentido de la acción refinado, que no implica simplemente ver persecuciones y explosiones todo el tiempo, sino que también se apoya en un guion elaborado, en el que se generan situaciones tensas e inquietantes. La puesta en escena de Cary Joji Fukunaga es tan eficiente como cabría esperar, manejando con soltura las rocambolescas secuencias de acción y sacando el máximo partido posible a las impresionantes localizaciones. En comparación con la de Sam Mendes (‘Skyfall’, ‘Spectre’) su dirección es más discreta, haciendo que la cámara pase más inadvertida dentro de la historia que en aquellas películas, sin que esto signifique que esté del todo exenta de cierto virtuosismo formal.
Al igual que Mendes, Fukunaga también consigue extraer lo mejor de sus intérpretes, desde el propio Craig hasta los secundarios. Léa Seydoux dota a su personaje de un halo enigmático, donde a veces resulta tierna y otras una peligrosa amenaza. Pero la verdadera revelación es Ana de Armas en un papel muy breve en el que aprovecha cada segundo para demostrar que tiene aura de superestrella. Su imponente presencia en pantalla, su acertadísimo tempo cómico y su química con Daniel Craig muestran que ha llegado a Hollywood para quedarse.
En el apartado técnico destacan la deslumbrante dirección artística de Mark Tildesley, reforzada por los preciosos colores y texturas de la fotografía de Linus Sandgreen. No obstante, la película pese a su impoluto empaquetado no está libre de algunos defectos que lamentablemente lastran el resultado final. El ritmo, aunque en la mayor parte de su metraje funciona de forma eficaz, es irregular en algunos tramos que se sienten algo alargados o incluso por momentos innecesarios. Pero este cierre de saga quería -y probablemente tenía que- abarcar mucho narrativamente para atar cabos sueltos y cerrar todas sus subtramas, algo que hace que en ocasiones corra el riesgo de saturar con demasiada información. Sea como sea, aunque como conjunto resulte más inconsistente que, por ejemplo, ‘Skyfall’, Fukunaga ofrece un entretenimiento sólido que culmina con un clímax emocionante y que sirve como broche final a la era de Daniel Craig, un Bond elegante, inteligente y sin miedo a lanzarse al vacío si hace falta. Como la propia película.