Hace 21 años que la vida de Maixabel Lasa cambió para siempre: su marido, Juan Mari Jáuregui, ex gobernador civil de Gipúzkoa, fue asesinado por ETA. Al doloroso proceso de duelo que siguió al asesinato se le asociaba además el miedo a ser la siguiente. Diez años después, a Maixabel y a muchas victimas de ETA se les ofreció realizar una serie de encuentros con quienes habían dañado o incluso asesinado a sus seres queridos. Maixabel aceptó.
Icíar Bollaín recibió el encargo de los productores Koldo Zuazua y Juan Moreno para llevar esta historia al cine, enfrentándose a uno de los mayores retos de su carrera -si no el mayor-, un tema del que, aunque hayan coincidido recientemente ‘Patria’, ‘La línea invisible’ y ‘Maixabel’, aún resulta complicado hablar en nuestro país. Y precisamente hablar es algo fundamental en esta película, tanto en su forma como en lo que propone a quien la ve. “Los personajes de esta película no hablan de perdón. La primera es Maixabel, que habla de dar una segunda oportunidad; ella nunca pronunciará “te perdono””, contaba Icíar Bollaín hace poco en una entrevista, “tampoco ellos lo piden de manera expresa ni ese era el objetivo de los encuentros, sino que hubiera un diálogo que pudiera reparar de alguna manera a la víctima, o que pudiera aportarles algo a ellos en su autocrítica”. La propia Maixabel incidía en que no se trata de perdonar: “dar una segunda oportunidad a una persona quiere decir lo que quiere decir, ni más ni menos, y yo sé la quiero dar a quienes han solicitado estar conmigo y han hecho un recorrido personal”.
Con un sólido guión coescrito junto a Isa Campos, y unas discretas (en el buen sentido) fotografía de Javier Agirre y música de Alberto Iglesias, Bollaín pretende dar todo el espacio posible al diálogo en esta película: el diálogo entre víctimas y verdugos pero, también, el diálogo entre víctimas y entre verdugos. Me recordaba un amigo la similitud de las conversaciones entre los etarras sobre sus acciones con aquellas conversaciones entre los maltratadores en la terapia de ‘Te doy mis ojos’ (no solo porque Luis Tosar esté en ambas), y ciertamente estas escenas son un acierto como lo fueron aquellas. Evidentemente Maixabel (otra interpretación espléndida, y van, de Blanca Portillo) es el centro de la película, pero está muy cuidado el viaje personal que hacen Ibon Etxezarreta (Tosar), y Luis Carrasco, interpretado por Urko Olazabal. Aunque Tosar está más que solvente, Olazabal es sin duda la gran revelación de la película. Probablemente le beneficie que su conversación con Maixabel sea la primera (lo que a su vez le quita momentum a la escena entre Maixabel e Ibon), pero de poco serviría si Olazabal no supiese superar la desventaja de que su personaje es de quien menos información tenemos, para ser en cambio quien más consigue emocionarnos.
Y quizás esto último sea uno de los problemas de ‘Maixabel’: quiere ser tan pulcra, tan correcta, tan respetuosa, que -salvo excepciones- acaba resultando un tanto fría. Sorprende también su (no) uso del euskera; aunque entendemos que es un intento de hacer más accesible el relato, como también hizo ‘Patria’, acaba siendo un tanto surrealista que los etarras hablen entre ellos en castellano, o la forma en que Luis Tosar acaba cantando y diciendo “bai”. En cualquier caso, ambos aspectos contribuyen a extender más el mensaje de diálogo que tanto Bollaín como la propia Maixabel entienden que debe ser lo principal, y que buena falta nos hace. Por supuesto, no digo que debamos actuar como Maixabel en un caso así; es respetable tanto que ella pueda y quiera hacerlo como que muchos no (yo dudo que estuviese en el primer grupo). Pero, en una época en la que no es que predomine la polarización, sino directamente el odio y el desprecio frente al intento de diálogo, entendimiento y empatía, uno solo puede desear que el considerable éxito de taquilla que está siendo ‘Maixabel’ (es complicado que llegue a los 5 millones de euros de ‘Te doy mis ojos’, la más exitosa de Bollaín, pero apunta maneras en sus primeras semanas) se traduzca en un un pequeño triunfo también en nuestra sociedad, al menos en los espectadores que vayan a verla. “Me da mucha pena y un poco de yuyu que alguien aproveche el enfrentamiento y la crispación para cualquier cosa”, decía Maixabel recientemente. “Espero que la película sirva para llevar el mensaje de que hay que llegar a un entendimiento y hablar con todo el mundo”.