Música

Izal / Hogar

En un bando tenemos a Izal posando con una sonrisa de oreja a oreja sosteniendo un arsenal de discos de oro y de platino, por sus álbumes y singles de gran éxito, como si estuviéramos en 1995. En el otro, a bandas como Carolina Durante y Alavedra satirizándolos en sus canciones. Uno podría titular con uno de esos «Izal, o los amas o los odias» que glamourizan en cierta medida a los grandes. Decir que Izal generan una polarización que ni las dos Españas del Twitter y la SextaNoche. Pero lo peor es que tengo la ligera sensación de que Izal lo único que generan ya entre cierto tipo de público -el de esta web, por ejemplo- es indiferencia.

La historia de toda esta dicotomía para algunos será la del indiemainstream («suena demasiado comercial»), la del elitismo («demasiado llenaestadios») o una cuestión simplemente estética: Izal no han tocado el minimalismo en ciertos puntos de su carrera ni con un palo, y casi siempre han optado por una lírica de lo más obtusa, cuando no abiertamente rocambolesca. Sumando los precedentes de Mecano y La Oreja de Van Gogh, da la impresión de que para que te vaya bien en este país, tienes que escribir cosas muy, muy raras. Pero al grupo hay que reconocerle su ambición. Podrían estar haciendo ‘Copacabanas‘ hasta aburrir y llenarse los bolsillos encabezando gracias a ello una y otra vez todos los festivales del país excepto el Sónar y el Primavera Sound. En cambio, en ‘Hogar’ han explorado nuevos territorios, lo cual a veces les ha salido bien, y a veces les ha salido menos bien.

Entre lo bueno de veras, está el primer adelanto del álbum, el sorprendente ‘Meiuqer’. Un tema de trasfondo Bon Iver que se han llevado a su terreno y que resulta una bonita alegoría sobre la pandemia -el videoclip es un bar que vuelve a abrir- que en realidad fue escrita antes de la pandemia. La canción habla de «un año de duda y silencio / de resaca, látigo y sal» y es el retrato de una profunda soledad, excelentemente producida, aquí sí, con mucha sobriedad. «Solo yo duermo conmigo / Solo yo me veo despertar / Y solamente el suelo que piso / Me escucha al andar» es una visión bastante literal pero a su vez poética de lo que fue el día a día de demasiada gente durante el año 2020. No le darán ningún disco de oro, pero a mí es la primera canción de Izal que me llega de verdad.

En el otro lado de la moneda, otro de los temas más populares de este álbum, ‘Fotografías’, la típica producción estridente marca de la casa, con cuerdas, trompetas y una narración de frases escupidas sin orden ni concierto, donde de repente todo se para por un segundo para que Mikel nos cuente, entre viajes en coche a La Concha, años de sequía creativa, y amor fraternal, que cierto día lloró. «Pero solo un poco». Será un torbellino de presentación en directo, supongo, pero no se caracteriza por su elegancia y tampoco es que sea tan experimental después de todo: básicamente es una canción de León Benavente.

Precedido y culminado por dos grabaciones breves de sonido ambient -pajarillos y cosas así-, ‘Hogar’ va alternando ajeno a las críticas y a las presiones del mercado, aciertos y desaciertos. La producción a cargo del grupo y Brett Shaw, quien ha trabajado con Foals y Florence + the Machine, es ciertamente brillante en algunos puntos. Las canciones tienen sus virguerías, como el guiño brostep de ‘Inercia’ o el drop de la rockera ‘Dobles’. Los sonidos son cosquilleantes en muchos puntos, como en ‘El hombre del futuro’, tipo alt-J; o ‘Telepatía’, que parece un tema de Depeche Mode.

Las historias, por su parte, en ocasiones continúan siendo demasiado enroscadas como para sumergirse en ellas, cuando no presentan ideas pretenciosas. ‘Jóvenes perfect@s’ es una reflexión sobre las nuevas generaciones, la cultura de la cancelación y la necesidad de perdonar errores y defectos. Las intenciones son buenas, por supuesto; el resultado, en cambio, bordea el imperativo paternalista. «Derribemos el estándar de dudosa calidad / Permitamos ciertos fallos, rebajemos gravedad», propone, sin que el grupo haya aplicado esto último a algunos puntos de su disco. Siguiendo con este mismo tema, el copyright de la palabra «pluscuamperfecto» debería pertenecer a Las Ketchup. El juego de tiempos de ‘El hombre del futuro’ deja muchas ganas de escuchar ‘Retorciendo palabras’ de Fangoria.

‘Hogar’ es en realidad mejor cuando menos estridente y más confesional parece, como cuando ‘Inercia’ torna en declaración de amor en un estupendo estribillo («Fui poniéndome enfermo, cansándome de mí / Tan pálido y viejo, y al final / la solución
Fue sencillamente vernos») y terminando con un punteo un tanto R&B. O como cuando ‘He vuelto’, un tanto shoegaze, no dista tanto de algo que podrían haber musicado Klaus&Kinski. En muchas canciones, Mikel Izal se siente como una persona que «sangra, ríe, llora», como asegura ‘La mala educación’, muy beneficiada por su crescendo. En otras, como él mismo concluye en ‘Fotografías’, simplemente «salta a esta piscina sin saber si estaba llena».

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Publicado por
Sebas E. Alonso
Tags: izal