Con ‘Aurora y Enrique’, podría parecer que Soleá Morente ha construido su propio ‘Carrie & Lowell’. La comparación no es baladí. Título aparte, la influencia de Sufjan Stevens en este disco es muy notable. Pero, más que su propio álbum confesional y de duelo, lo que realmente ha hecho Soleá es colocar la primera piedra para pasar de gran intérprete a autora total.
Porque más allá del homenaje explícito a sus padres, Aurora Carbonell y Enrique Morente, este es el primer disco de Soleá en que todas y cada una de las canciones están compuestas exclusivamente por ella. Frente a sus anteriores discos, que derrochaban colaboraciones y autorías, aquí el equipo es mínimo: Manuel Cabezalí produce y toca, Nieves Lázaro, teclados y coros, Juan Manuel Padilla batería y percusión. Y, claro, las voces y palmas de Soleá a la cabeza. Invitados hay pocos, pero señalados.
‘Aurora y Enrique’ es un disco menos exuberante que los excelentes ‘Lo que te falta’ u ‘Ole Lorelei’. Pero ‘Aurora y Enrique’ tiene el valor de ver despegar a Soleá como única y completa responsable de su obra. Titubeante a veces, demasiado apegada a sus referentes otras… Pero sin miedo. Soleá no teme lanzarse a la piscina. Tampoco disimula lo más mínimo sus influencias. Es más, parece gozar poniéndolas en evidencia. Influencias de allí: Sufjan Stevens (el más obvio), Beach House (multitud de melodías y arreglos parecen haber sido extraídos directamente de ellos), y de aquí: Los Planetas, La Estrella de David, Marcelo Criminal (que tiene el honor además de llevarse una canción con su nombre)… Pero entre todas, la influencia que más brilla es la de Ana Fernández-Villaverde, La Bien Querida. Su espíritu, su estilo, sobrevuela el disco.
El resultado es un álbum principalmente de indie pop, con mucho de dreampop y shoegazing y algo menos de flamenco. Las canciones parecen que sean un “trabajo en marcha”, del que no sabes qué va a salir, pero la atmósfera y el encanto que Soleá sabe sacarles suplen algunas carencias. También busca nuevos caminos expresivos, lo que redunda en que a veces su voz suene algo forzada, al tratar de ampliar su registro habitual.
Esto, lejos de ser un lastre, acaba siendo un acicate. Sí que hay temas que no acaban de resultar tan buenos como se pretendía (‘Yo y la que fui’, por ejemplo), pero el resto son encantadores. El homenaje a Aurora y Enrique parece limitarse a las canciones de apertura y cierre, llamadas como ellos, las más flamencas del disco y ‘Ayer’, una preciosa pieza evocadora, con sintetizadores de estrellas y las guitarras tan Beach House, en que Soleá parece sostener un diálogo con su padre. ‘El pañuelo de Estrella’ es un romance muy La Bien Querida, quien podría haber firmado perfectamente sus versos candorosos: “parecías una joya en manos de un platero” o “de repente sentí que / que quería ser tu novia”. Con, claro, la participación estelar de su hermana Estrella cantando el estribillo. ‘Fe ciega’ actúa como tema central, pieza mayor y más ambiciosa, en el que le toma prestado la letra a Sufjan el inicio de ‘The Only Thing’: “La única razón por la que sigo conduciendo este coche…”, aunque musicalmente vaya por otros derroteros, de horizontes evanescentes y elegancia sintetizada ochentera.
Soleá trata también de ser más agresiva en ‘Domingos’, aunque aquí le roba el plano Isa Cea de Triángulo de Amor Bizarro, que reina en este bailable tema de synth-pop oscuro, una oda al hastío dominical. El último invitado de honor es Marcelo Criminal, quien se lleva la canción más encantadora y simpática; Soleá narra en ella un encuentro amoroso en un concierto de, claro, Marcelo, con el susodicho replicando desde el escenario, y con homenaje a ‘Me pongo colorada’ de Papá Levante incluido. En ‘El Chinitas’ arranca con un precioso juego de voces y recoge el gozoso magisterio de Lorena Álvarez, con un buen toque de Los Planetas más jondos y un guiño a ‘Ducati’. ‘Polvo y Arena’ la más aflamencada, que trae ciertas remembranzas a las de Ray Heredia, esa rumba triste mezclada con los Radiohead de ‘No Surprises’.
‘Aurora y Enrique’ es un disco un tanto extraño; un “prueba y error” con demasiados referentes… Pero es un disco bonito y sincero, en el que Soleá se reta y sale airosa.