El nuevo álbum de Lindsey Buckingham llega tras dos crisis personales cruciales: su divorcio de Kristen Messner tras 21 años juntos y un infarto seguido de triple bypass. Es tentador por tanto escuchar las canciones de este homónimo LP desde el prisma de un artista golpeado por la fortuna a sus 71 años, que medita sobre la futilidad del tiempo y la fragilidad del amor. Pero no es tan sencillo: el grueso de este trabajo lo inició mientras terminaba su anterior lanzamiento discográfico, a dúo con Christine McVie, y lo terminó a lo largo de 2018, es decir, antes de esos turbulentos sucesos. Y sin embargo, aun y todo… el disco no deja de tener algo de ese tono contemplativo. Algunas canciones anticipan -previsiblemente- la crisis de pareja, y otras abordan esa otra movida gorda que sí ocurrió anteriormente: la que tuvo con Stevie Nicks, y que acabó con su salida de Fleetwood Mac.
Si el álbum con McVie era puro Fleetwood Mac, este se acerca más a su obra en solitario: se trata de una producción menos pulida, de sonido menos comercial, similar a aquellas maravillas que sacó en 1982 y 84 (‘Law and Order’ y ‘Go Insane’), que eran producto de exploraciones en su estudio doméstico armado de cajas de ritmos, sus guitarras y algún sintetizador. Grabado también domésticamente, en su analógica y “modesta” grabadora Sony de 48 pistas, ‘Lindsey Buckingham’ no tiene el nervio nuevaolero de aquellos álbumes, pero en el apartado de melodías no tiene nada que envidiarlos. Hasta me atrevería a decir que los supera en majestuosidad pop.
Los tres temas que abren el disco son tres verdaderos pepinazos: ‘Scream’ y ‘I Don’t Mind’ son inspiradas secuencias de estrofas con mucho gancho que conducen a estribillos totalmente placenteros, arreglados con la maestría artesana de quien sabe usar la armonía adecuada, el tempo justo y el arreglo perfecto para inyectar intensidad en el momento del clímax (por ejemplo esos inconfundibles «ostinatos» de guitarra tan característicos de Lindsey durante los estribillos). ‘On the Wrong Side’ ve la apuesta y la sube: a un estribillo igualmente explosivo se le añade un ritmo trepidante y dos solos de guitarra perfectos. Buckingham es, junto a Prince, quien mejor ha sabido siempre usar el “solo incendiario” dentro de un contexto pop sin parecer onanístico y fuera de lugar. De hecho existe un interesante paralelismo entre la forma de trabajar de Prince y Lindsey en los primeros 80: estudio propio, cajas de ritmo Linndrum, sintetizadores analógicos, excelentes armonías vocales grabadas por ellos solos, guitarras eléctricas salvajes cuando era necesario, y búsqueda de la perfección pop con espíritu new wave.
Pero que nadie se equivoque respecto a este disco: el factor Fleetwood asoma a pesar de todo por los cuatro costados (de hecho la intersección entre Lindsey en solitario y el grupo es conocida, y se hizo patente en ‘Tango in the Night’, que se inició como un disco suyo). Quiero decir que lo mejor de este LP (que es mucho) hará sin duda felices a los fans del grupo: ‘Blue Light’ recuerda (para bien) a ‘Don’t Stop’, y ‘Blind Love’ podría haber aparecido como precioso medio tiempo en un hipotético álbum de la banda. Y además de la evidente compatibilidad estilística, en ambas canciones (en realidad, a lo largo de todo el disco) los tratamientos vocales son totalmente marca de la casa. Debido a la peculiar tesitura de Lindsey y su pericia armónica, a veces podrías jurar que estás oyendo a Stevie o a Christine en los coros.
Convencen quizá menos sus exploraciones con ritmos más actuales en canciones como ‘Swan Song’ o ‘Power Down’, donde los loops suenan un poco anticuados. Buckingham siempre estuvo interesado en experimentar rítmicamente pero quizá no acierta del todo esta vez, a pesar de ser ambas canciones muy sólidas, e interesantes a nivel de letras. ‘Power Down’ describe ese momento en una relación en el que el hay un cambio en la dinámica de poder, y contiene algunos versos bien pesimistas (“Lies, lies are the only thing that keeps us alive / Time isn’t the one that’s on your side”) que el músico ha admitido que eran “proféticos”. En cuanto a ‘Swan Song’, en esas referencias a la “reina” que “apaga la luz” y al hecho de que “es demasiado tarde ya, el destino decidirá, todo acaba siempre siendo blanco y negro” no es difícil reconocer su viejo conflicto con Stevie Nicks.
Otra faceta que hace especialmente interesante este álbum es el tratamiento de las voces: al estilo de pasadas exploraciones (como en ‘Big Love’), en muchos momentos aparecen detalles vocales que parecen procesados digitalmente, como voces pasadas por un ligero vocoder o sampleadas y transpuestas a otro tono. Sin embargo, son producto de un proceso artesanal que Buckingham denomina “vocal cubism”: consiste en grabar pequeños fragmentos de una línea vocal en trozos separados, y juntarlos después en la mezcla. Según el músico, empezó a usarlo profusamente en su disco ‘Out of the Cradle’. El efecto es muy singular, y crea algo verdaderamente único, con un timbre atractivamente artificial. Se aprecia especialmente en el estribillo de ‘I Don’t Mind’.
Ese aspecto da a ‘Lindsey Buckingham’ una pátina de interesante experimentación, es decir, no estamos ante un disco puramente retro. Aunque si fuese así tampoco significaría algo necesariamente negativo: una multitud de artistas 30 años más jóvenes que él siguen felizmente manteniendo la tradición de pop de la Costa Oeste que Lindsey ayudó a construir: hay canciones aquí que no parecerían fuera de lugar en un disco de M. Ward o Pearl Charles. ‘Santa Rosa’ podría ser perfectamente una canción grabada por Jenny Lewis en uno de sus últimos discos.