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‘El poder del perro’: Jane Campion y Benedict Cumberbatch cabalgan hacia el Oscar

El año comenzó con el estreno de un fabuloso western a contracorriente, ‘First Cow’, dirigido por una mujer (Kelly Reichardt) y musicado por un miembro de un grupo indie (William Tyler, ex de Lambchop). Y va a terminar con otro western heterodoxo, dirigido por otra mujer (Jane Campion) y con banda sonora de Jonny Greenwood, de Radiohead. No es la única coincidencia. Las dos películas están protagonizadas por personajes alejados del estereotipo del hombre duro del salvaje oeste, y proponen sendas reflexiones sobre las tensiones entre las nuevas y viejas masculinidades.

‘El poder del perro’ (disponible en Netflix), adaptación de la novela de Thomas Savage (reeditada este año por Alianza), supone el regreso al cine de la directora neozelandesa tras 12 años de ausencia, desde ‘Bright Star’ (2009). El filme comienza casi como una relectura del título más célebre de Campion, ‘El piano’: una viuda (Kirsten Dunst), que también toca el piano, llega acompañada de su hijo (Kodi Smit-McPhee) a la casa de su nuevo esposo (Jesse Plemons), situada en un entorno duro y aislado (un rancho de Montana en los años 20), poblado por hombres rudos como el hermano de su marido (Benedict Cumberbatch).

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A partir de esa premisa, ‘El poder del perro’ avanza por territorios inesperados. Aunque visualmente la película remite al western clásico (no es tan rompedora en ese sentido como ‘First Cow’), temáticamente es mucho más sorprendente. Su trama se acerca más al drama psicológico, íntimo, que al género del oeste. Por medio de una puesta en escena llena de sutileza, y con el apoyo de la extraordinaria y omnipresente partitura disonante de Greenwood (no sería extraño que obtuviera su segunda nominación al Oscar), la directora consigue transmitir las emociones de los personajes sin necesidad de verbalizarlas.

‘El poder del perro’ es un western sin pistolas, un (in)tenso drama sobre la represión de los sentimientos y el daño que esa ocultación/contención genera, tanto para uno mismo como para los demás. Una reflexión sobre la masculinidad hegemónica y la virilidad (auto)destructiva, sustentada por un extraordinario duelo actoral: Cumberbatch, como el rudo, violento y amargado macho alfa (su nombre suena ya como favorito para los Oscar), contra la provocadora y censurada nueva masculinidad de Smit-McPhee. Una relación llena de complejidad emocional, de deseos ocultos y venenosos juegos de poder, tan tóxica y potente como el ántrax. 8

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