Música

Disco de la Semana: Florence + the Machine / Dance Fever

Atención: el disco de baile de Florence + the Machine no es exactamente lo que se considera un disco de baile en 2022. Inspirado en la coreomanía hasta el punto de que se considera ‘Choreomania’ de alguna manera la canción titular de este álbum, ‘Dance Fever’ remite a lo que se conoció como «la epidemia del baile». Un extraño fenómeno que se produjo en Europa entre los siglos XIV y XVI, según el cual miles de personas se reunían para bailar, en algunos casos hasta caer exhaustos o incluso fenecer.

Escrita en parte antes de la pandemia con temas que parecen premonitorios, y en parte después, esta obra conecta aquellos hechos con el coronavirus, la salud mental durante el confinamiento y de qué manera el baile nos sirve a todos los que dedicamos nuestro tiempo a escribir y leer sobre música como forma de liberación y recomposición. Ahí apunta muy directamente el single ‘Free’, construido con una agitada caja de ritmos, hablando de cómo nos domina la ansiedad; o el beat de ‘My Love‘, que ya ha consentido alguna que otra remezcla para la pista.

‘My Love’ es una de las mejores canciones que Florence Welch haya escrito jamás. Contiene el punto de intensidad y desesperación justo, al tiempo que una secuencia de acordes al piano con la que The Rapture habrían construido un pelotazo en 2006. No es tan indicativa del resto del álbum, lo que se compensa con una «extended version» que incluye una intro diferente, prueba de una secuencia que funciona de manera excelsa.

Y es que puede que este no sea la «fiebre dance» que esperabas, pero sí lo es a la manera de Florence. La artista ha hablado mucho sobre cuánto ha echado de menos hacer conciertos porque suponen su «sentido de la espiritualidad». De lo que para ella es Dios a través de unas canciones que siguen referenciando a ángeles y demonios. «Conocí al Diablo y me dio una opción: o un corazón de oro o una voz de oro», dice ‘Girls Against God’. Pero mi declaración favorita de esta era es aquella en la que presenta este disco como «una mezcla de los otros 3», lo cual significa que odia su debut ‘Lungs’ más de lo que incluso creías.

Fue a partir de ‘Ceremonials‘, su segundo álbum, con el clímax que supuso su tercer álbum ‘How Big, How Blue, How Beautiful‘, cuando Florence + the Machine se convirtió en una especie de ánima en el purgatorio, de hada de los bosques o incluso de Diosa para sus fieles, como ha podido comprobarse en sus directos, donde ha mostrado el carisma de los grandes. A nadie extraña que su concepto en este disco nos lleve a la Baja Edad Media, y la producción realizada junto a Jack Antonoff y Dave Bayley es más visceral, más ancestral, más tribal… que actual. Hay un aura de blues en el grueso del álbum, incluso de jazz, y no es de extrañar que el disco se cierre con un tema dedicado a Elvis ni que su título contenga la palabra «Fever». ‘Fever’ parece una referencia clara en canciones como la jadeante ‘Prayer Factory’.

El modo en que se susurran pistas como ‘Back in Town’ o en que los Primal Scream más puretas parecen una referencia a menudo, hace despuntar aún más algunas grabaciones como ‘Dream Girl Evil’; ‘Cassandra’, de catárquico final con una de las muchas menciones a su superada adicción al alcohol; o la vampírica ‘Daffodil’ («No hay mal ni bien, me bebí toda la sangre que pude»).

Después de todo esto, ya casi ni te acuerdas de que el disco se presentó con una canción sobre el papel de la mujer y de ella misma en la industria llamada ‘King’. Para empezar, porque el cierre del álbum va a ser una debilidad para los que crecimos en los años 90. Sin parecerse demasiado, Florence + the Machine siempre me ha conectado con ídolos de aquella década como Dolores O’Riordan, Sinéad O’Connor o Linda Perry. Será su vulnerabilidad, su sensibilidad, su dependencia del alcohol en el momento más álgido de su fama, o los gorgoritos. Pero no se me ocurre mejor cierre para ‘Dance Fever’ que la dulce ‘The Bomb’ -desesperada en su «que no esté disponible es lo único que te pone»- y ‘Morning Elvis’, una delicia de guitarras surferas y coros aventureros, con una de sus humanas contradicciones: «si consigo llegar al escenario, te enseñaré lo que es estar triste».

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Publicado por
Sebas E. Alonso