“¿Adónde voy cuando quiero ver el amanecer pero estoy demasiado muerta por dentro?” se pregunta yeule en el estribillo de ‘Too Dead Inside’, una de las canciones más destacadas de ‘Glitch Princess’. En ella, la artista singapurense lucha por encontrar una luz al final del túnel, algo que le haga ver que merece la pena seguir con vida, y entrega uno de los momentos más pop del disco, recordando a la Grimes de ‘Visions’. Y es que pese a la gravedad y tendencia autodestructiva de las letras de este segundo trabajo, la esperanza se cuela tímidamente en ocasiones, iluminando la oscuridad romántica sobre la que se construye el álbum.
En ‘Glitch Princess’, yeule compone una obra ecléctica y, a la vez, con un estilo muy definido. En la apertura ‘My Name is Nat Cmiel’, durante casi tres minutos, la cantante, con voz de ciborg, se presenta recitando una lista con cosas que le gustan hacer. De alguna manera el espíritu del disco se encuentra ya aquí: este será un trabajo confesional, agresivo y vulnerable al mismo tiempo. “Me gusta la música, bailar ballet / machacar rocas y esnifarlas” “Me gusta que me follen y me gusta follar / me gusta ser pura”, declara, y es en estas dicotomías donde se mueve continuamente ‘Glitch Princess’.
La artista, de adolescente, era tremendamente introvertida, hasta el punto de que no salía de su habitación. Es ahí de donde sale su arte, de su mundo interior basado en videojuegos, tecnología y universos ficticios creados por ella misma. De todo esto están impregnadas tanto su música misteriosa como su imagen, que parece un personaje de anime. En este disco, yeule se autoidentifica como ciborg, y así suena su voz a lo largo de todas las canciones. Con co-producción de Danny L Harle, en ‘Glitch Princess’ encontramos desde baladas depresivas art-pop como ‘Electric’ (“Lo único que me recuerda que debo seguir viva / son las cicatrices que gotean de mi brazo”) o ‘The Flowers Are Dead’, a piezas dark ambient tan experimentales como ‘Fragments’.
Sin embargo, los momentos más potentes llegan cuando menos te lo esperas. A mitad del álbum una preciosa balada casi folk cantada con una guitarra acústica nos desorienta y nos saca de la opresiva atmósfera hasta ahora construida. ‘Don’t Be So Hard On Your Own Beauty’ se siente como un abrazo de alguien que te recuerda que eres importante y que no estás solo en el mundo. Tres canciones más tarde, la extraordinaria ‘Bites On My Neck’ nos lleva de fiesta al mundo de yeule, donde sus lamentos se combinan con una producción exquisita que deriva en un estribillo del que es imposible salir. ‘Friendly Machine’ hipnotiza con sus pitidos robóticos, su cadencia pausada y una letra que, como a lo largo de todo el disco, encuentra un equilibrio perfecto entre crudeza y ternura (“Hambrienta de anfetaminas / sesenta amitriptilinas/ Llorando violentamente con la canción que me enviaste”).
Al llegar a la conclusión, yeule propone dos finales. El desquiciado número hyperpop de ‘Mandy’ es un cierre efectivo, pero si quieres, puedes continuar hasta que te canses con ‘The Things They Did For Me Out Of Love’, una pieza ambient de 4 horas y 44 minutos, que es sorprendentemente relajante tras la euforia mostrada por los sonidos futuristas e industriales que marcan el álbum y está llena de texturas y sonidos interesantes.
‘Glitch Princess’ es, ante todo, un disco plagado de ideas, donde algunas funcionan mejor que otras, pero siempre se agradece el riesgo y la vocación casi temeraria con la que yeule compone estas canciones tan viscerales y llenas de pasión. Si ‘Serotonin II’ ya nos advertía de su talento, este segundo largo sitúa a Nat Cmiel como una artista tan personal como valiosa a la que no hay que perder de vista.