Baz Luhrmann es una figura extraña en Hollywood, un director que ha sabido complementar su extravagante estilo con enormes presupuestos, trabajando con estrellas de primera línea desde su segunda película ‘Romeo + Julieta’ en 1996 hasta hoy. El cine del australiano no es para todos los gustos, y sin embargo, se las apaña para encontrar, generalmente, una cálida acogida del público medio. ‘Elvis’ es su sexto largometraje, tras su incursión fallida en el terreno televisivo con ‘The Get Down’, y si alguien podía hacer un biopic del rey del rock and roll, este era, sin duda, Baz Luhrmann.
La película narra el ascenso y caída del mito manejando dos puntos de vista, el del propio cantante y, sobre todo, el de su mánager, un personaje de moralidad cuestionable que descubrió a Elvis y estuvo representándolo a lo largo de toda su carrera. Este último está interpretado por Tom Hanks, con kilos de maquillaje detrás, en la que es una de las decisiones menos acertadas de la película, ya que su interpretación en muchas ocasiones se queda en la caricatura. Sin embargo, Austin Butler sorprende con una recreación de Presley no tan preocupada por imitar al milímetro a su icónico personaje, sino comprometida siempre en expresar lo que suponía ser él.
Como cabía esperar, ‘Elvis’ está plagada de los excesos marca de la casa. Excesos que siempre son un arma de doble filo en la filmografía de Luhrmann, y esta no es una excepción. La cinta recoge lo mejor y lo peor de su cine, ofreciendo en ocasiones un espectáculo vívido y lúcido de los mitos americanos y, en otras, simplemente ahogándose en su propia desmesura.
El director, por fortuna, se empeña en no caer formalmente en las fórmulas del biopic busca-premios, siendo especialmente solvente en las partes en las que se muestra lo que supuso Elvis para una sociedad americana que estaba despertando. En la secuencia más brillante de la película, y una de las mejores que haya filmado el director nunca, Elvis está a punto de ser descubierto por su mánager mientras actúa para un público reducido, antes de ser famoso. Cuando comienza a hacer sus particulares movimientos pélvicos, todas las chicas enloquecen progresivamente. Aparte de ser una escena realmente divertida, es la representación perfecta del comienzo de la libertad sexual femenina en una sociedad opresiva.
Sin embargo, cuando el guion se centra en la vida personal de Elvis, la película se viene abajo, principalmente porque choca con ese intento de escapar de lo convencional que la puesta en escena ofrece. Al final, ‘Elvis’ acaba siendo víctima de ese convencionalismo y de la superficialidad de las biografías de Hollywood. Un personaje como Priscilla, el gran amor de Elvis, podría haber sido desarrollado con mucha mayor precisión, pero no se profundiza en absoluto, desperdiciando la buena interpretación de Olivia DeGonje. También, su excesivo metraje, que supera las dos horas y media, resulta un lastre, principalmente por el empeño de filmar actuaciones completas que no aportan demasiado más allá de agotamiento en el espectador.
Luhrmann ha creado una obra absolutamente suya en la que los fans de sus anacronismos musicales (aquí tan pronto suena Elvis Presley como Doja Cat) y su extravagancia visual a buen seguro encontrarán aspectos interesantes en la narrativa de la película. En cambio, los que detesten su cine, mejor que ni se acerquen pues van a encontrar más de lo mismo. ‘Elvis’ es Baz Luhrmann en estado puro con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva. Celebremos, eso sí, que haya directores haciendo superproducciones de Hollywood con tanta personalidad como él.