Enfrentarse a una nueva película del controvertido Gaspar Noé siempre supone estar dispuesto a pasar un mal rato. Durante toda su carrera, el director argentino afincado en Francia se ha empeñado en mostrar el lado más oscuro y desagradable de la humanidad a través de puestas en escenas rompedoras, haciendo de sus ideas visuales las protagonistas de sus narrativas.
En ‘Irreversible’, contaba una historia al revés y mantenía un plano larguísimo de una violación, ‘Enter the Void’ presentaba casi tres horas de plano subjetivo, en ‘Clímax’ la cámara se esforzaba por hacernos sentir la angustia de un mal viaje de LSD, y en ‘Vortex’, la película que nos ocupa, divide la pantalla en dos para mostrarnos la realidad de un matrimonio de ancianos que vive en su casa de siempre, afectado por la demencia de ella.
La mayor diferencia con respecto a sus anteriores trabajos es que el tono que emplea Noé aquí es mucho más grave que nunca, eliminando la parte más ociosa de su cine y centrándose exclusivamente en los horrores del alzhéimer en su vertiente más despiadada.
Este ligero cambio estilístico -muchos hablan de “la película más madura de Noé”- lejos de aportar mayor enjundia a su cine, ofrece lo mismo de siempre, pero sin dejar que el espectador se entretenga con sus retorcidos juegos. Lo único a lo que aspira ‘Vortex’ es a ofrecer la experiencia más desagradable posible. Es una película tan empeñada en mostrar el aspecto más cruel de la vejez que lo único que logra es ser simplemente cruel.
Noé no parece demasiado comprometido con su temática, sino que parece una mera excusa para dar rienda suelta a sus fantasías más desalmadas. A diferencia de ‘Amor’ de Haneke, una película de temática similar de otro director interesado en representar la miseria humana de manera impactante, ‘Vortex’ no da pie a ningún tipo de reflexión sobre sus personajes, interpretados por unos solventes Dario Argento y Françoise Lebrun. Noé los utiliza como títeres para su obra, sin prestar la más mínima atención a la ética con la que se nos acerca a ellos.
Tratar temas duros siempre es complicado y saber hacerlo de la manera correcta requiere de una sensibilidad con la que el cine misántropo del director de ‘Love’ nunca ha sido compatible. Las ideas visuales son, a menudo, ingeniosas y alguna vez exponen que es un cineasta con universo propio y con un alto dominio del lenguaje cinematográfico, pero es una lástima que todos sus pequeños hallazgos acaben enterrados en una obra caprichosa, fea y cruel, que juega burdamente con el impacto de su seriedad temática y hace un espectáculo grotesco de ella. Es otro ejemplo de cine onanista en una filmografía plagada de ellos. Un director devorado por su propio ego.