El tema de «la casa» ha sido recurrente en el contexto de la literatura gótica durante siglos. En este tipo de ficción, la imagen del hogar que debe acogernos y protegernos se torna amenazante y terrorífica, en ocasiones porque no es otra cosa que el reflejo de una psique perturbada. Es el caso de obras clásicas como ‘La caída de la casa Usher‘ de Edgar Allan Poe (1839), ‘La casa de los siete tejados‘ de Nathaniel Hawthorne (1850) o, incluso, ‘El papel de pared amarillo‘ de Charlotte Perkins Gilman (1892), texto donde ya se cruzan otros temas como salud mental o feminismo, a muy pocos años de que comience el siglo XX.
La tradición gótica de escribir sobre una «casa» que provoca miedo continúa en ‘Quiet the Room’, el debut de la compositora de Los Ángeles Skullcrusher. Desde su portada, que muestra la imagen de una casa en miniatura, la compositora Helen Ballentine nos invita a la intimidad de su hogar. Sin embargo, lo que vemos al entrar por la puerta es un lugar lleno de fantasmas, de sombras nocturnas y de recuerdos borrosos del pasado que atormentan a su autora. Pero ella, como Emily Dickinson, se ciñe a un espacio muy concreto, el de su habitación, desde donde experimenta todas sus visiones.
La sensación de intimidad, de confort, se hace patente en este disco de folk etéreo, de canciones susurradas y mecidas levemente por el viento, animadas por un enorme misterio. El contenido de ‘Quiet the Room’, eso sí, es autobiográfico. De niña, Ballentine sufrió la separación de sus padres (fraguada durante mucho tiempo) y su posterior divorcio. Es una época en la que la artista de Tarrytown (Nueva York) experimenta problemas de insomnio y pesadillas de manera recurrente por las noches y, en ocasiones, empieza a sentirse separada de su propio cuerpo. Ballentine canta sobre este tema en ‘Pass Through Me’ (¿»dónde está mi cuerpo?») y, en la final ‘You Are My House’, Skullcrusher se siente por fin reconfortada dentro de su guarida («contienes mi casa y todos mis estados de ánimo»), en lo que no deja de parecer, de nuevo, una metáfora sobre su propia mente.
Las imágenes fantasmagóricas de ‘Quiet the Room’ también se trasladan en el disco a nivel musical. El misterio prevalece en todo el álbum, en el sonido plañidero de pianos, en el movimiento ralentizado de las guitarras acústicas y, por supuesto, en el uso de reverb. ‘They Quiet the Room’, la pista inicial, habla de «palabras que no se han dicho» sobre acordes preciosos de guitarra. La conmovedora ‘It’s Like a Secret’ menciona un «lugar» indeterminado en el que Bellentyne desea estar. Y ‘Whistle of the Dead’ directamente samplea a Ballentine tocando el piano de niña. El «fantasma» de la niñez de Skullcrusher emerge de repente en la obra para recordarnos que la oscuridad ya le perseguía entonces.
A Skullcrusher también le interesa ambientar sus composiciones en un estilo gótico y, si ‘Building a Swing’ usa voces filtradas y efectos de viento, en una composición acongojante y tan visual que te imaginas sentado en el porche de tu casa escuchándola en una fría tarde de otoño, ‘Lullaby in February’ termina sumida en las más absoluta oscuridad cuando pasa de la «nana» a un drone claustrofóbico que se sostiene durante varios segundos. El cambio de forma es más evidente en ‘Windows Somewhere’, donde la propia composición evoluciona de la oscuridad a la luz, como si se abriera una ventana.
De vez en cuando, en ‘Quiet the Room’ Skullcrusher describe recuerdos concretos, como en el single ‘Whatever Fits Together’ que, en un estilo de country fantasmagórico, canta sobre el día en que, llena de pena, abandonó el hogar familiar. Los recuerdos de su infancia y adolescencia, desde los días en que sufría visiones nocturnas hasta que se marcha de casa, marcan el camino de ‘Quiet the Room’, un trabajo lleno de misteriosas referencias a ventanas, voces y sombras, lugares imaginados… Con todos sus elementos temáticos e instrumentales, ‘Quiet the Room’ logra «silenciar la habitación» o, en otras palabras, detener el tiempo. Este es es uno de esos discos.