Música

El WiZink se rinde ante los trucos de magia de Bon Iver

“Gracias por esperar tanto para vernos”, agradecía Justin Vernon momentos después de tocar ‘Faith’ ante las 9.000 personas ayer presentes en el WiZink Center. Nada más ni nada menos que tres años son los que han tenido que esperar los fans de Bon Iver para presenciar una rendición en directo de su último disco, ‘i,i’, lanzado en 2019. A juzgar por lo que se vio ayer en la capital, cada segundo de la espera ha merecido la pena.

Tras la agradable y sorprendente mezcla de trompetas con jazz, funk, ambient y hasta noise del dúo telonero, CARM, solo quedaba media hora para el turno de Bon Iver. En las entradas ponía que comenzarían a las 21.00. Sin embargo, antes de entrar pude escuchar a un miembro del equipo de seguridad mencionar que empezaría a las 21.15. Y así fue, el reloj marcó la hora presagiada y comenzaron a sonar las cortadas voces y notas de ‘Yi’, el tema introductorio de ‘i,i’, al tiempo que miles de personas vestían con aplausos la salida de Justin Vernon y sus estimados compañeros de banda.

‘iMi’ fue el entrante perfecto para una noche llena de emociones, un show delicado y simple, pero delicioso. Con ‘Towers’ la cosa ya cambió. Mientras que con ‘iMi’ la iluminación había sido blanca y prácticamente estática, en ‘Towers’ se empezó a apreciar el alucinante equipo de luces que habían montado para esta gira tan anticipada.

Cada miembro del grupo estaba colocado dentro de una estructura de neón con forma triangular, cuyo color iba cambiando constantemente. Durante ‘Towers’ se limitaron a los tonos de la portada de ‘i,i’. Encima de sus cabezas colgaban una serie de espejos rectangulares, casi como teclas de un piano, recubiertos con luces en los bordes, de forma que los focos pudiesen reflejar la luz en ellos y llenar así el aire de líneas coloreadas. Además, estas luces-espejo escondían una sorpresa que revelaron con ‘666 ʇ’, la siguiente canción en la lista, y es que cada uno de estos rectángulos gozaba de movilidad independiente, lo cual les permitía crear todo tipo de figuras en un escenario que mutaba con cada canción.

Andrés Iglesias

En canciones como ‘U (Man Like)’, ‘Heavenly Father’ y ‘Hey, Ma’ estos espejos aéreos parecían flotar sobre Bon Iver como si de un truco de magia se tratase. El concierto acababa de empezar, pero entre la maestría musical y la variedad visual, cada tema era un espectáculo en sí mismo. ‘Hey, Ma’, con la que fue inevitable no sentir escalofríos de principio a fin, fue el culmen de esta sucesión de canciones. Entre la impecable y cálida voz de Vernon, que suena incluso mejor en directo que en las grabaciones, y la ingrávida cúpula de luz anaranjada que formaban los espejos, parecía que el show no podía ir a más. Solo había transcurrido media hora.

Para la experimental ‘10 d E A T h b R E a s T ⚄ ⚄’, los estadounidenses decidieron añadir otro nivel visual a la experiencia. Todo el recinto se llenó de neón verde, que parecía salir de cada recoveco del escenario, y de decenas de rayos de luz púrpura, como si hubiesen sido sacados de una película de espías. De repente, el interior del WiZink se asemejaba más a una rave tecno del más alto nivel que a lo que te imaginarías que sería un concierto de Bon Iver.

Al terminar, Justin Vernon, que hasta ese momento se había limitado a decir “gracias” y “muchas gracias”, se soltó un poco más y, mientras punteaba los primeros acordes de ‘Blindsided’, exclamó: “Creo que todas las personas aquí presentes son sexis de cojones”. Aparte de unas bellas palabras al final del espectáculo, Vernon no estuvo muy hablador durante el resto del show. Eso sí, todas y cada una de las palabras del frontman de Bon Iver, por escuetas que pareciesen, fueron recibidas entre aplausos y vítores.

Uno de los mejores momentos de la noche solamente precisó de Vernon, su autotuneada voz y una mesa de mezclas. ‘Woods’, más conocida por ser la espina dorsal de ‘Lost In The World’ de Kanye, fue un espectáculo del que no pudieron disfrutar los espectadores que acudieron al Palau Sant Jordi hace tres días, pero que difícilmente olvidarán los asistentes del WiZink. Vernon construyó todas y cada una de las capas de la canción en directo, que habría tenido en torno a 20 pistas diferentes, y presenciar el proceso se sintió como un regalo realmente único.

Tras el gran hit del conjunto, ‘Skinny Love’, llegó el tramo en el que los miles de personas presentes finalmente se rindieron ante Bon Iver. ‘Perth’ y ‘Holocene’, dos de las canciones más queridas de la discografía del grupo, resultaron un capricho tanto auditivo como óptico y fueron objeto de las ovaciones más sonadas de la velada. A excepción, quizás, del aplauso posterior a la apasionante performance de ‘re:stacks’, en la que Vernon y su guitarra hicieron que pasase un ángel por el WiZink, y de la duradera alabanza colectiva al terminar el concierto. ‘Holocene’ fue especialmente memorable, con una intensa luz azul saliendo de cada fuente de luz presente y con los espejos aéreos comportándose como un lento oleaje oceánico.

‘The Wolves (Act I and II)’ cerró el setlist principal, a falta del bis. La última canción que se entonó en el WiZink fue ‘RABi’, recordándonos que la cuestión de ser del concierto era presentar el último disco de la banda. Así, como por arte de magia, pasaron de largo casi dos horas de actuación, y solo faltaba un último mensaje de Justin Vernon para dedicar a cada persona del público: “Esperamos que hayáis venido con amor y que os vayáis con más aún”.

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Publicado por
Gabriel Cárcoba
Tags: bon ivercarm