Natalia Lafourcade ya lleva un tiempo explorando la memoria y riqueza de las músicas americanas populares del s. XX. Dedicó dos discos al folclor latinomericano, ‘Musas’. Y otros dos volúmenes a México (‘Un canto por México’). ‘Entre todas las flores’ recoge parte de todo ese magma y ese magisterio… Pero, esta vez, para presentarse de nuevo, tal como recogía la web La Higuera: «Un amigo me recordó que hace mucho no escuchaba algo puramente mío. Eso me hizo tomar conciencia de que tal vez me estaba escondiendo de lo inevitable: de encontrarme conmigo misma». Este es, pues, en sus propias palabras, un viaje interior, un diario íntimo. Y el primer disco de canciones propias (excepto ‘Maria la curandera’, adaptación de un poema de María Sabina) desde ‘Hasta la raíz’.
Pero que nadie espere que este viaje interior signifique desgarro. Porque ‘De todas las flores’ es un disco sobrio y elegantísimo. Son boleros clásicos salpicados de jazz sinuoso, cuya base es la interpretación, precisa y preciosa, de Natalia, con la dosis exacta de sentimiento. El desarrollo de las canciones es moroso, la instrumentación es exquisita, a cargo de un buen número de músicos portentosos: nada menos que Marc Ribot es el guitarrista de todos los temas. Es una superproducción… que no se nota en exceso. Porque este despliegue está al servicio de las canciones y de la voz de Natalia. La riqueza instrumental se hace patente en las introducciones y finales de cada canción, en los que se dibujan pasajes en los que Natalia se ensimisma. La producción, a cargo de ella y Adán Jodorowsky, busca la naturalidad del directo y lo consigue. Escuchando el disco prácticamente puedes ver a Natalia rodeada de sus músicos, cantando en el estudio sin artificios, tal es la veracidad que logra transmitir.
‘Vine solita’ emerge después de una introducción larga, y ya es una divinidad: “A este mundo vine solita, solita me he morir” arranca dulce Natalia. Y solo estos versos desarman a cualquiera, sostenidos apenas sobre contrabajo y piano. ‘De todas las flores’ es una bossa nova delicada que recuerda a un amor extinto paseando por Madrid. Y casi la canción más “barroca” del conjunto, ya que va añadiendo capas y tiene coros muy Burt Bacharach, muy esasy-listening. Con el mismo aire bossa destaca ‘Pasan los días’, otra canción de (des)amor nostálgica y elegante. Pero al igual que a la anterior, empieza sobria (el contrabajo y unos leves efectos de sintetizador) para ir añadiendo instrumentos en suave cascada. En ‘Llévame viento’ Natalia nos arrastra por una paisaje misterioso, onírico, coronado por la guitarra esotérica de Marc Ribot.
No todo es tan intenso, al menos en lo sonoro: ‘El lugar correcto’ es un bolero que navega entre lo melancólico y lo juguetón, que hace de vehículo de empoderamiento: “Perdona, que me tuve que ausentar por un momento / Tenía una cita que atender conmigo misma”, entona Lafourcade, para acabar con una reflexión que parece la propia génesis del disco: “Entonces regresé a ese silencio necesario / Para escuchar el corazón hablar de la verdad”. ‘Pajarito colibrí’ tarda en arrancar y luego lo hace en forma de elegante canción tradicional que recuerda a Violeta Parra, pero cambiando la instrumentación telúrica por distinguidos arreglos de cuerda y piano. Y es tan encantadora… Como encantadora es la declaración de amor que es ‘Caminar bonito’. O la elegancia del mambo ‘Mi manera de querer’, donde Natalia apenas susurra, hasta que rompe en el arrollador estribillo: “No me importa si eres hombre o si eres mujer”.
Pero la cumbre del álbum es la escalofriante ‘Que te vaya bonito Nicolás’, con la que cierra el álbum. Natalia se columpia apenas sobre la guitarra de Ribot, estira los versos, se clava en el corazón en este lamento por la partida (¿la muerte?) de un ser querido. La canción se eleva poco a poco en una espiral de arreglos. Pero, tal como sube, vuelve a bajar, hasta devolvernos solo a Natalia, que nos rompe con los susurros finales en que va entonando “que te vaya bonito”.
‘De todas las flores’ es un disco largo, pero de singular unidad y cohesión, que se siente como muy bien planificado, pero ejecutado del tirón, en directo, para preservar la sensación de inmediatez y sinceridad. Puede antojarse árido en un primer momento, pero se convierte en un cálido abrazo de mimbres tradicionales a través del que Natalia Fourcade nos transmite su verdad. Lafourcade no solo ha buscado ese “diario íntimo”, sino también hacer su gran disco de autora. Y vaya si lo ha conseguido.