En nada menos que su decimotercer trabajo discográfico, Niño de Elche parece asumir la muerte del flamenco: ya nadie canta como lo hacían los grandes iconos. El arte flamenco de antaño no existe, ahora ya es algo distinto. El artista crea así un «mausoleo» para el difunto género, homenajeándolo a través de 14 cortes que reúnen diferentes palos, entre ellos, seguiriyas, fandangos y otros menos comunes como la alboreá o la bambera.
Paradójicamente –o no-, ‘Flamenco. Mausoleo de Celebración, Amor y Muerte’, producido íntegramente con Raül Refree, es un álbum fiel a los sonidos clásicos, cuya vocación experimental es mucho menos obvia que en ‘Antología del Cante Flamenco Heterodoxo’ o, su más reciente, ‘La exclusión’.
Su primera pista, una introducción que asienta el tono grave y apesadumbrado de la obra, es una desgarrada interpretación de la dramaturga y actriz Angélica Liddell titulada ‘Plañideras’, sutilmente aderezada por la guitarra de Refree. Otra de las artistas invitadas al proyecto es Rosalía, la más célebre rupturista del flamenco actual en su primera colaboración con el guitarrista desde su disco debut.
‘Seguiriya Madre’, inspirada en un canto popular, se divide en dos segmentos, el primero marcado por la imponente voz de Niño de Elche anunciando un presagio (“cómo doblaron las campanas…”), y el segundo, por la irrupción de la cantante catalana en un registro que no escuchábamos en ella desde ‘Los Ángeles’, donde anhela el calor de su tierra y de su madre. Es un momento emocionante, donde los dos artistas que más se han empeñado en reinventar el flamenco de los últimos años y que a menudo han sido señalados por los más puristas de estar mancillando el género, recuerdan que ambos parecen llevarlo en la sangre.
En este viaje que es este ‘Mausoleo de Celebración, Amor y Muerte’, Francisco Contreras va a los orígenes del flamenco, tomando como principal fuente de inspiración textos y cantes tradicionales, adaptándolos bajo un prisma moderno. La característica guitarra brusca de Raül Refree eleva la producción de un trabajo cuya temática está marcada por el amor (o la falta del mismo) y la muerte. En ‘Canto por no llorar’, uno de los avances, versiona un famoso tango argentino, y más concretamente, la versión de Manuel Vallejo. Inspirada en un ritmo de bulerías, su revisión suena menos jovial y más solemne, aunque igualmente supone uno de los instantes más luminosos del álbum. Cuenta, además, con la colaboración del guitarrista Yerai Cortés. También con él, en ‘Soleá Bailable’, el zapateao de la coreógrafa Rocío Molina sirve como añadido a sus guitarras flamencas.
En ‘Guajiras del Alma’, uno de las canciones más bellas y trágicas del álbum, Niño de Elche expresa su mal de amores con un quejío que se te mete en la piel, culminando con un poema popular, que cantado por él, sobrecoge profundamente (“Cuando más tranquilo estaba / sin pensar en el cariño / quiso Dios que te quisiera / y te quise con delirio / Y te seguiré queriendo hasta después de la muerte / no creas que yo exagero / que muerto también se quiere / yo te quiero con el alma / y el alma nunca se muere”). Antes en la secuencia, ‘Bamberas del enamorado’, de temática similar, es una delicada pieza en la que destaca la entregada interpretación vocal de Contreras.
‘Flamenco. Mausoleo de Celebración, Amor y Muerte’ es una conmovedora colección de canciones que, en su austeridad e intimismo, resulta sorprendentemente accesible. Según Niño de Elche, el flamenco está muerto, pero en este trabajo, se utilice el término que se utilice para definirlo, no hay duda de que su arte está más vivo que nunca.