Música

‘Paris 1919’, la gran obra maestra de John Cale que se creció con el tiempo

No hay duda de que ‘Paris 1919’ es el disco más accesible de la carrera de John Cale. Inicialmente aclamado por la crítica y no tanto por un público del músico que de todas formas tampoco fue nunca muy nutrido, su prestigio no ha hecho sino aumentar, gradualmente, con el paso de las décadas. Con el nuevo milenio vendría la reedición con extras, y pocos años después los conciertos en directo recreando el álbum con lujosa orquesta, que llegaría a pasar por Barcelona. Y ya más recientemente, su inclusión en variopintas listas de “tesoros ocultos” en publicaciones como Wire o Uncut, sin olvidar aquel 9,5 de Pitchfork a la reedición.

¿Cuál es pues el atractivo, el secreto de este disco? El tema que lo abre revela ya mucho de lo que esconden sus escasos 32 minutos: una melodía pop totalmente inesperada en un Cale post-Velvet Underground (a tenor de sus anteriores obras en solitario), letras poéticamente caleidoscópicas, y una instrumentación y producción deliciosas, mayormente acústicas. “¿Quién es este John Cale tan pop?”, imaginamos que se preguntarían sus seguidores, algunos confundidos (los fans de su lado vanguardista, desarrollado en el Teatro de la Música Eterna con LaMonte Young y Tony Conrad), otros quizá deleitados (los amantes de la Velvet menos abrasiva, o de sus producciones para Nico o Nick Drake).

En esto último reside -en mi opinión- buena parte de lo que Cale quiso explorar en ‘Paris 1919’ a nivel musical: su insistencia en que Nico usara profusamente el harmonium en el estudio, o el órgano Hammond en ‘Northern Sky’ de Drake, entroncan absolutamente con el sonido de muchas de estas piezas, en las que un colchón de órgano sirve de precioso y solemne fondo. (Nota pedante: aunque técnicamente Cale no llegó a firmar la producción de ‘Northern Sky’, se puede considerar coproducida por él, especialmente por su aportación sugiriendo arreglos, de los que además tocó el órgano, piano y esa sublime celesta).

Una de esas canciones es la hermosísima ‘Hanky Panky Nohow’: fondo de órgano, guitarras acústicas, pequeñas percusiones. La evocación de un “mood” potentísimo a base de esos elementos acústicos, en una miniatura pop leonardcoheniana de dos minutos y medio, surrealista en sus imágenes de lagos relajantes, elefantes y ese “nada me da más miedo que la religión a mi puerta / nunca respondo cuando el pánico llama”. Un tipo de imágenes aparentemente inconexas que serán constantes en ‘Paris 1919’ y que lo hacen un álbum tan único. Como en ‘Child’s Christmas in Wales’, donde no hay más más mención a las fiestas que en el primer verso (“con muérdago y verde de velas…”) y sin embargo resulta ser una de las más mágicas canciones navideñas de la historia, como una evocación de recuerdos de infancia amontonados desordenadamente en la cabeza. Conviene señalar que hace pocos años Cale se declaró fan de las letras aparentemente incoherentes del hip-hop sureño, afirmando que en su yuxtaposición de imágenes aleatorias, lo que esos raperos estaban haciendo era improvisación, igual que un músico de jazz improvisa con notas musicales se puede hacer con el lenguaje. En su modestia, declinó añadir que es algo que él llevaba haciendo décadas, como prueba este disco. Y tan recientemente como este mes en la revista Mojo, Cale ha afirmado que “escribir una canción es un intento de hipnosis: no es necesario que todo tenga sentido, y de hecho una sensación de misterio es lo que ayuda al oyente a transitar la canción.” Parecería que estaba hablando de este disco.

‘The Endless Plain of Fortune’ conduce al disco a una de sus primeras cumbres: la Orquesta Sinfónica de la UCLA interpreta un espectacular arreglo de cuerda que aúpa esta mini epopeya pop de tres estrofas, en cada una de las cuales alude a un enigmático personaje: Taylor el mariscal de campo, Martha (“es el oro lo que devora el corazón / y deja a los huesos secar”), y Segovia, (quizá Andrés), citados en sucesión, como en las páginas desordenadas de un guión de una película de época. Pero aun sin contexto lógico, con esa orquestación tan espectacular, las micro escenas resultan emocionantes.

Además de tener probablemente la más bella melodía de todo el disco (y quizá de toda la carrera de Cale), otro elemento clave de esta fenomenal canción es la guitarra slide: sus dibujos de sonido acuático son un milagro que evoca kilates de belleza (recordemos que entre las extravagancias arty de Cale que exasperaban a Lou Reed en la Velvet estaba su proyecto frustrado de grabar un disco con los amplificadores bajo el agua). Unos slides que reaparecen bellamente en diversos momentos del disco, y que son un llamativo antecedente de las ensoñadoras guitarras slide de ‘Mind Games’ o ‘#9 Dream’ de John Lennon, grabadas no mucho después. ¿Coincidencia?

El músico detrás de ese arreglo (y de los preciosos dibujos un poco Sterling Morrison de la siguiente canción, ‘Andalucia’), era el gran Lowell George, de la banda Little Feat. Es un dato que desvela otro de mis aspectos preferidos de ‘Paris 1919’: el hecho de que John Cale, venido del art-rock y la vanguardia contemporánea, eligiese a George y a su baterista Richie Hayward para construir este disco es sencillamente fascinante. Una banda de boogie rock sureño vestida con petos denim junto a John Cale no parece a priori el maridaje que te imaginarías para este disco, y sin embargo resultó un triunfo incontestable. A la altura de la delicadeza evocativa que estos poemas surreales acústicos necesitaban, y a la vez perfectos para piezas como esa ‘McBeth’ que cierra la cara A a ritmo de furioso boogie con la letra seguramente más coherente de todo el disco, sobre el personaje de Shakespeare.

En la cara B vuelve la orquesta: la letra comienza coherente, pero luego se dispersa de nuevo en enigmáticas estampas impresionistas alusivas al tratado de paz que da título del disco (la Conferencia de París que dió fin a la Primera Guerra Mundial), con múltiples referencias a personales reales. “El Continente ha caído en desgracia / Y William Rogers lo ha puesto en su sitio / Sangre y lágrimas del viejo Japón / Caravanas y cantidad de mermelada, y damas de honor / Cantando, llorando, cantando tediosamente”. Las cuerdas subrayan apropiadamente el tono marcial de la preciosa canción, y la voz doblada de Cale.

‘Graham Greene’ alude al famoso novelista, un tema envuelto en un curioso piano experimental desafinado y curioso tono tropical. Hasta la percusión está fuera de tono, quizá para expresar la alienación de la letra, un carrusel en el que Green es simplemente mencionado entre flashes que describen a personajes de la sociedad británica, incluida una alusión al ultraderechista Enoch Powell (“Mr. Enoch Powell es una estrella caída / así que en el futuro ten en cuenta / No veas con claridad, no veas lo que está lejos”). Las observaciones del disco sobre política internacional o personajes socialmente nefastos son un recordatorio de que el John Cale de 1973 ya rumiaba muchos de los temas que aborda en su reciente ‘Mercy’.

‘Half Past France’ es otra preciosidad dominada por los fondos de órgano Hammond y las bonitas guitarras de Lowell George. En su letra (“a medio camino a través de Francia”), el protagonista atraviesa Europa entre contento y exhausto al final quizá de la Gran Guerra, o quizá de una agotadora gira musical. El estribillo, es su sencillez, es otro de los más preciosos hallazgos melódicos del álbum: “We’re so far away / floating in this bay” suena perfecta como expresión de un final tan añorado que por fin ha llegado, y suena más sinceramente emocionante que nunca. La voz de Cale también brilla especialmente en esos momentos, una de esas voces no perfectas que sin embargo son totalmente seductoras y que me recuerda mucho en timbre y encanto a otro no-cantante arty en un disco casi contemporáneo de este: el Brian Eno de ‘Here Come the Warm Jets’.

El cierre llega con la fascinante ‘Antarctica Starts Here’. Sus dos estrofas son descripciones novelescas de un enigmático personaje, “la gran reina de cine paranoica” que “permanece sentada ociosamente pero armada hasta los dientes / con la cara empolvada y rimelada / como una luz de alerta ante el encanto”, aparentemente inspirada en Gloria Swanson. Su “voz vacía que habla” la adopta brillantemente el propio Cale al ser una canción prácticamente susurrada, en un efecto totalmente seductor. El piano wurlitzer añade muchísima magia a una pieza de extraña estructura, con interludio instrumental y un final antes de tres minutos, un corte abrupto perfecto para un final que es en realidad un comienzo: “la Antártida empieza aquí”.

‘Paris 1919’ es mucho más que la suma de sus canciones: una experiencia en la que es esencial el trenzado único entre la suave melancolía de las melodías de Cale, el timbre de aroma de tabaco de pipa de su voz, la suave colisión con Little Feat en cristalinas pero densas instrumentaciones acústicas, y esa capa de polvo surrealista que aportan las letras, siempre intrigantes y nunca ridículas, que consiguen de alguna manera expresar sentimientos de pérdida, melancolía, o dificultad para encajar, de esa hipnótica manera explicada por el propio Cale. Como me preguntaba Sebas hace poco charlando sobre este disco, ¿dónde están hoy en día estas obras maestras tan compactas de 31 minutos? Se puede quizá decir que fueron producto de una época en la que había tanto nuevo por descubrir en el pop. ‘Paris 1919’ es desde luego una de las obras redondas de aquel mágico momento.

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Publicado por
Jaime Cristóbal
Tags: john cale