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Un año sin Mark Lanegan; un libro fascinante y desagradable

Hoy se cumple el primer aniversario de la muerte de Mark Lanegan. Para recordarlo, aparte de su música, ya sea con Screaming Trees, The Soulsavers, Isobel Campbell, en solitario, largo etcétera, también tenemos sus memorias. Escritas en 2020, Contra las ha publicado en castellano con la traducción de Elvira Asensi, quien además escribe un emocionado posfacio en homenaje a Lanegan.

Leer ‘Sing Backwards and Weep’ es una experiencia absorbente, fascinante y desagradable a la vez. No es una autobiografía completa. Lanegan narra desde su infancia a los 90: el auge de la escena de Seattle que le pilló de pleno, la epidemia de heroína que le arrasó y la salida del infierno prácticamente en tiempo de descuento. Las primeras quince páginas, en que desgrana su infancia y primera adolescencia, dejan a ‘La senda del perdedor’ de Bukowski a la altura de los libros de Teo y son todo un compendio de nihilismo existencial: alcohol, drogas, violencia, maltratos, familia desestructurada… y la pasión que le va a salvar la vida: la música.

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Aquí Mark no oculta en ningún momento que es (era) un cafre. Es franco y directo en el relato de sus miserias y en dejar constancia que muchas veces se comportó como un indeseable, ya sea por el sexo (una de sus obsesiones) o las adicciones. Pero también sabe dibujar muy bien cómo la música actuó de refugio y salvación: relata conciertos, discos y epifanías con particular emoción.

La lectura es ágil por su sucesión en breves capítulos de ritmo trepidante, en que Lanegan cambia de escena a ritmo vertiginoso y demuestra un talento especial para la anécdota, aunque a veces abrume la acumulación de sucesos escabrosos y la constante sensación de «esto no va a acabar bien”. Lanegan fue testigo de primera mano de toda la escena de Seattle gracias a Screaming Trees, que aquí quedan como el grupo menos cohesionado y más desastroso de la historia. El libro por momentos parece un “name dropping” en que Mark se jacta de conocer a todo el mundo.

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Destaca su amistad con Kurt Cobain o Layne Staley de Alice in Chains, a los que rinde admiración absoluta. La lectura oscila entre la carcajada (hay un episodio divertidísimo en que ataca sin pudor a otro artista…. y no voy a hacer spoiler) y la vergüenza ajena, porque Lanegan no maquilla sus momentos más lamentables. Pero de la vergüenza pasa rápido al horror: el relato de sus arrebatos alcohólicos hiela la sangre. Los momentos en que busca desesperadamente heroína te encogen el estómago. Sus memorias son un viaje hacia el pozo sin fondo de la adicción y su esclavitud, repleto de episodios amargos, tristísimos y asfixiantes.

Los capítulos finales, en que Lanegan explica todos los momentos en que tocó fondo, son particularmente terroríficos. Pero también es un hombre comprometido con el arte y la belleza y sabe ser tierno en momentos puntuales. Leyendo todo esto cuesta creer que a Mark al final lo vencieran las secuelas de un simple virus. Se había ganado la inmortalidad del cuerpo con ahínco. La de su obra, hace ya mucho que la consiguió.

Hoy se cumple el primer aniversario de la muerte de Mark Lanegan. Para recordarlo, aparte de su música, ya sea con Screaming Trees, The Soulsavers, Isobel Campbell, en solitario, largo etcétera, también tenemos sus memorias. Escritas en 2020, Contra las ha publicado en castellano...Un año sin Mark Lanegan; un libro fascinante y desagradable