El anuncio del 8º disco de Robert Forster venía acompañado de complicadas noticias a modo de contexto: Karin Bäumler, su pareja y cómplice musical desde los primeros 90, acababa de salir de un largo calvario luchando contra un agresivo cáncer, un año durante el cual la familia tuvo toda su energía puesta en “la situación” (como Forster la ha denominado). Y sin embargo, en el transcurso de esos complicados meses, los pocos ratos dedicados a tocar la guitarra y cantar en casa, a modo de distracción, comenzaron a convertirse en el único momento en el que Karin, según sus propias palabras, podía “olvidarse completamente de su enfermedad”.
Así, sentados en un círculo, a menudo acompañados de sus hijos Louis (de los Goon Sax) y Loretta (que ya hizo un cameo en la portada de ‘Songs to Play’) dedicaban ese tiempo entre otras cosas a tocar algunas de las canciones nuevas de Robert. Finalmente pensaron que sería buena idea grabar algunas de ellas, sin pensar en un disco, simplemente a modo de recuerdo familiar. Pero lo uno llevó a lo otro, y cada vez que viejos amigos de la familia aparecían con tuppers de comida se acababan quedando a tocar un rato (como la bajista de los Go-Betweens Adele Pickvance, o James de los Goon Sax) hasta que finalmente Karin animó a que el proyecto no se quedara en algo privado.
Estamos pues ante una obra ciertamente singular. Por un lado no es seguramente el 8º disco que Forster -siempre estudioso y cauto- planeaba hacer. Pero por otro, viene de un lugar tan auténtico que lo reviste de un carisma enorme. Curiosamente todas las canciones menos una estaban ya escritas, y sin embargo unas cuantas parecen increíblemente proféticas: como ‘There’s A Reason To Live’, o ‘It’s Only Poison’ y sus versos que dicen “You won’t need a doctor / You won’t need a chef / You’re far from over and you can heal yourself”.
O bien esa increíble canción titulada ‘Tender Years’, en la que repasa los momentos más bonitos de su vida junto a Karin: “Su belleza no se ha marchitado / desde su entrada en el Capítulo Uno (…) Recuerdo sujetar a un bebé / Mientras estabas tumbada, esperando a que otro bebé llegase (…) Estoy en una historia con ella / Sé que no puedo vivir sin ella”.
Son versos sobre “tiernos años” que adquieren una nueva dimensión en su nuevo contexto, y que están envueltos en una grandísima canción, con un groove adictivo sobre el que Forster recita cada estrofa con un salero que recuerda a Jonathan Richman, y que ha propiciado uno de sus más memorables vídeos cantando mientras prepara un desayuno. La emoción queda reservada para los estribillos, con una melodía preciosa que autorreferencia (¿inconscientemente?) la melodía de ‘I’ve Been Looking For Somebody’ de ‘Danger In The Past’ (1990), canción precisamente dedicada al comienzo de su relación. Y a lo largo de sus más de 5 minutos se suceden un glorioso solo de guitarra, excitantes pausas dramáticas, y un final hermosísimo en el que se añade un acorde menor extra al final de los estribillos mientras suena ese emocionante ‘See how far we’ve come’.
‘Tender Years’ es, de hecho, la cumbre del disco, y si hay alguna pega que ponerle es que llegue tan pronto. Es cierto que la heterogeneidad forma parte del propio planteamiento de ‘The Candle and the Flame’, con su grabación intermitente en momentos robados en el estudio, pero uno no puede evitar fijarse en que la increíble energía de ‘She’s a Fighter’ (una rabiosa oda de seis palabras y dos acordes con la familia Forster al completo en hipnótica simbiosis, que además es la única canción escrita durante la enfermedad) y la seductora, intensa y musicalmente riquísima ‘Tender Years’ ponen tantísimo sobre el tapete en las dos primeras pistas del disco que producen una patente descompensación con el resto de canciones.
Lo cual no quiere decir que sean necesariamente peores canciones, sino que el tono del disco transcurre, a partir de ese momento, por otros derroteros, a veces muy desnudos (‘It’s Only Poison’), aunque cuando la desnudez está convenientemente aderezada vuelven los momentos cumbre: ‘The Roads’ tiene muy pocos elementos, pero el precioso arreglo de violín de Karin lo eleva a los cielos, de la mano de otra gran melodía y una letra que es clásico Forster, en la que consigue retratar unas viejas carreteras alemanas como viejos amigos que te conducen a donde deseas estar y velan por ti, y conseguir dotarlo todo de mucha emoción.
Por otro lado es cierto que ‘Always’ es poco más que un riff desarrollado de forma interesante pero algo plana, o que un productor al mando (Victor Van Vught sólo pudo mezclarlo esta vez) habría desaconsejado quizá el extraño vibrato vocal de ‘There’s A Reason To Live’. Pero a la postre los resplandecientes aciertos acaban siendo aplastante mayoría: a los ya citados se suman el delicioso dúo con Karin ‘I Don’t Do Drugs, I Do Time’, muy Mike Nesmith de los Monkees (otra referencia musical de juventud de los Go-Betweens), o el cierre como siempre brillante de ‘When I Was A Young Man’ y su mirada atrás (en este caso a su propia biografía) con bonita referencia incluida a David Byrne y -otra profética coincidencia- al recientemente desaparecido Tom Verlaine (“There was a new David and there was Tom / They bewitched me in wardrobe and song”).
Y mientras Robert rasguea y canta, en segundo plano suena -prácticamente en todas las canciones- el héroe oculto de ‘The Candle and the Flame’: Louis Forster. Sus riffs de guitarra acústica en ‘When I Was A Young Man’ o ‘There’s A Reason To Live’ recuerdan al mejor Grant McLennan de los Go-Betweens acústicos. Y los de eléctrica inyectan nueva savia “arty” a las sagaces melodías de su padre. Ya lo dijo Adele Pickvance en este reciente y recomendabilísimo reportaje sobre el disco en el Sydney Morning Herald: “en este disco, de alguna extraña manera Louis ha cogido el rol de Grant”. Un rol que se extiende a la presentación del disco en Europa que transcurre estos días, ya que padre e hijo van a dúo sobre el escenario. Con toda la pena que nos dio la separación de los Goon Sax, es muy bonito poder disfrutar esta nueva alianza musical -probablemente temporal- en la cual hay una química evidente.
El tiempo dirá si este disco pasa a la historia como un intermedio necesario pero algo sui generis en la discografía de Forster, o si el encanto simple y sincero que emiten la mayoría de las canciones está destinado a crecer con el tiempo y convertir a este ‘The Candle and the Flame’ en otro hito de su carrera.