El debut de la joven de Illinois Kara Jackson es bastante particular. Sus canciones pueden durar 1 minuto o 7, indistintamente. Sus letras, parecer una broma o generar verdadera angustia. El título del largo «¿Por qué la Tierra nos da gente a la que amar?» se completa con la frase «pero luego nos la quita». Y es un tema que habla sobre la muerte de una amiga, algo tan descarnado que no esperábamos cuando en sus primeros instantes el disco comienza con una gracieta de 62 segundos sobre la fama. Una suerte de «popema» que podrían haber escrito los ahora resucitados Moldy Peaches.
Pero poco a poco el álbum va mostrando otra faz, más grave, que nos adentra en el mundo de Kara Jackson. A sus 23 años, es sobre todo conocida en la escena local como poeta tras haberse hecho en la temporada 2019/20 con el premio National Youth Poet Laureate que se entrega en Estados Unidos a una persona joven que está destacando en poesía, spoken word o lucha por los derechos sociales. Eran los tiempos en que publicaba su primer EP, ‘A Song for Every Chamber of the Heart’, compuesto de 4 sencillas canciones de folk de 3 minutos, un poco emparentadas con la Amy Winehouse de ‘Frank’ (hay un tema llamado ‘Ray‘). Hasta 4 años ha tardado en darle continuidad a aquel lanzamiento, mono, de 10 minutos.
En esta primera gran obra, Kara Jackson reflexiona sobre cuestiones como la salud mental, la autoconfianza, el amor tóxico o cuánto odia que sus parejas busquen una madre en ella. Como decía, el álbum empieza con un corte de un minuto, con una lírica entre lo costumbrista, lo crítico y lo inquietante: «hay gente que se coloca para ser reconocida (…) hay gente que se arregla para ser reconocida, hay gente que usa cuchillos para ser reconocida, hay gente que acaba con vidas para ser reconocida, hay gente que va a morir para ser reconocida».
En ese momento, desconoces si la artista está haciendo una crítica de la violencia en Estados Unidos, de la soledad en el sistema capitalista o ironizando sobre el sinsentido de la vida. En ocasiones, su punto de vista es desconcertante, como cuando aparece un bobo «reprise» de ese mismo ‘recognized’ justo después de tres composiciones cargadísimas de sentimiento. Es la sobriedad de los arreglos, emparentados con el folk de finales de los 60 de Nick Drake, pero matizados con otros elementos, lo que equilibra la balanza hacia lo dramático.
Con su voz y su guitarra, y la ayuda de algunos músicos amigos en un segundo plano muy bien medido, Kara Jackson tiene la capacidad de detener el tiempo. El tema llamado ‘why does the earth give us people to love?’ versa efectivamente sobre la muerte de una amiga que falleció de cáncer en 2016, recordando que «solo estamos esperando nuestro turno, ¿puede llamarse a eso una «vida»?». La melodía vocal y el rasgueo de guitarra son espeluznantes, como las cuerdas que añade solo al final Sen Morimoto, que ha tocado también pianos, metales, percusiones y sintetizadores en este álbum. Es la pieza titular por algo y además aparece en medio de otras dos grabaciones que sin duda pueden considerarse la cumbre creativa del álbum: las 3 grandes canciones de que hablaba antes. Primero, lo desolada que suena la historia de Rat marchándose a probar suerte «en el oeste» en ‘rat’ y luego esa otra maravilla llamada ‘curtains’ que podrían haber interpretado los Tracy Chapman o Damien Rice más desarmantes.
También destaca el single ‘no fun/party’, en el que vuelve a parecer la palabra «cuchillo» quizá como metáfora del suicidio («Así que lloras cada noche en la cama / así que los planes sonaban mejor en tu cabeza / así que el cuchillo es tu cita de esta noche / y la pastilla todo tu entusiasmo de momento»). Y a continuación ‘dickhead blues’, que pasa de ser una felicitación de cumpleaños a una película de Hollywood en la que se introduce una fascinante coda «si tuviera un corazón, sabría por dónde empezar», que constituye otra canción en sí misma.
Que Kara Jackson se centra en las letras lo deducimos de su currículum o del modo en que termina el álbum reflexionando sobre el consumo de whiskey en uno de esos temas de 1 minuto, ‘liquor’, que parte de la base de «no puedo comprarme amor, así que me compré alcohol», de cómo el whiskey puede darnos una falsa sensación de victoria. Pero no se pueden pasar por alto los arreglos de piano, banjo y guitarra que ha hecho ella misma, ni tampoco las colaboraciones de Kaina Castillo en coros, sintetizadores y programaciones o Nnamdi Ogbonnaya a los coros, el xilófono, la batería, las campanas y más sintetizadores. Arpas, trombones y violines están entre los arreglos que terminan de convertir en poesía estas canciones, a veces con detalles oníricos (‘free’), con madera para conformar una fantasía de Sufjan Stevens o Laura Mvula si se lo propusieran.