Me da un poco de vergüenza admitirlo, pero nunca había ido a ver Bruce Springsteen. Y no por falta de admiración o ganas, sino por una variada mezcla de factores: económicos la mayoría de las veces, cierto prejuicio en contra de los macroconciertos otras y, durante la última década, la desesperación de ver cómo volaban las entradas en segundos y te quedabas sin la posibilidad de ver a Bruce desde pista (¡me niego a verle en grada!).
Pero esta vez no. Gracias al cielo, para la segunda fecha de Springsteen en Barcelona conseguimos entradas de pista… trasera. Lo de pagar un plus por estar delante es algo que llevo francamente mal, yo que he crecido en la época de las colas y las carreras y el más fan era el que más esperaba, más corría y conseguía la primera fila. Llamadme nostálgica, pero que ahora las primeras filas sean para el que las pague, me enfada mucho. Que sí, que en los conciertos de Springsteen la puntualidad se sigue premiando… Pero previo desembolso. Maldita lógica capitalista.
Volvamos a lo importante: Bruce. Bruce es tan grande, que no sólo nos trae la música, sino que encima nos trajo la necesaria lluvia. El domingo nos calamos para llegar a l’Estadi Olímpic: los chubascos fueron nuestros compañeros durante todo el trayecto y un buen rato de la previa. No importaba. Éramos felices. Mojados, pero felices por estar allí. El arco iris apareció para certificarnos que sí, que esa iba a ser una noche especial. Springsteen está en un momento discográficamente dulce: ‘Letter to You’ y ‘Only the Strong Survive’ son obras muy notables. Se encuentra muy lejos de ser una vieja gloria viviendo de hits pretéritos. Al contrario, en su concierto hubo mucho presente.
Puntual como un reloj, emerge la E Street Band. Grandes ovaciones para Jake Clemons y Steve Vand Zandt. Pero, claro, l’Estadi se viene abajo cuando aparece Bruce, de negro, con camisa vaquera y su pose chulesca de siempre. Encima del escenario, Bruce no tiene edad. Está pletórico de voz y de actitud. Las enormes pantallas (quizás las mejores que he visto nunca en un evento) hacen que no pierdas comba de absolutamente nada, aunque desde la pista trasera se ve muy bien todo el global del enorme escenario a a doble altura. No hay más alharacas: sólo músicos, escenario y pantallas.
Bruce nos dedica sus clásicos “Hola, Barcelona! Hola, Catalunya!”, arranca la eufórica ‘My Love Will Not Let You Down’ y todo el mundo se viene arriba, aunque aún más arriba con ‘No Surrender’. Quizás ‘Ghosts’ y ‘Letter to You’, más recientes, no se reciben con tanta algarabía, pero Bruce las toca con la misma devoción. El sonido es fantástico. El público más aún. Me trago todos mis prejuicios sobre los asistentes a macroconciertos en general y los fans de Springsteen en particular. Hay un respeto absoluto. Nadie habla durante las canciones, nadie te importuna y el trasiego por cervezas es de lo más educado. Aquí solo hay devoción por Springsteen. Las pantallas van mostrando al público de la pista delantera. Sorprende ver a tantísimo menor de treinta años entre las primera filas, entregados y emocionados. O descubrir que entre los carteles que piden temas o aclaman al “Boss”, hay también vecinos reivindicando su pueblo, Peralejos de las Truchas (provincia de Guadalajara).
¿Momentos favoritos? Pues toda la jam desatada de soul y swing que se pegan en ‘Kitty’s Back’ con los metales en pleno delirio; cómo Bruce deja sola a la banda para que se luzca mientras él se pavonea para entusiasmo del personal. El momento soul dedicado a su último disco ‘Only the Strong Survive’ con el ‘Nightshift’ de los Commodores. Recuperar el ‘Johnny 99
’ de ‘Nebraska’; el jolgorio de ‘The E Street Shuffle’ , con los metales luciéndose otra vez. Toda la emoción que desborda en acústico ‘Last Man Standing’: Bruce nos explica que la escribió tras ver morir al último miembro de su primer grupo, en el que entró con 15 años y cómo él, Bruce, era ahora el último superviviente. La melancolía se extiende a ‘Backstreets’, pero no mucho más, porque llega la mítica y súper tarareada ‘Because the Night’. Es un privilegio enorme siempre poder escucharla de boca de sus dos responsables, ya sea Patti Smith o Springsteen.Aunque hay concesiones a sus últimos veinte años (unas estupendas ‘Wrecking Ball’ y ‘The Rising’), la emoción se desata ya en el tramo final, que arranca con ‘Badlands’ y ‘Thunder Road’. Bruce se mueve arriba y abajo, para que las primeras filas puedan disfrutar de tenerle cerca, hace el payaso con Steve, muestra su total complicidad con Jake… Todos esos gestos de gran frontman, todas esas muestras de su carisma que, por mucho que las repita, te ganan igual. A Bruce te lo crees. A la E Street Band te la crees. Son un montón de tipos y tipas felices de estar ahí y de tocar en la mejor banda la mejor música posible. Incluso Bruce tiene un momento de abrirse la camisa y mostrar el pecho en plan “Eh, que aún estoy en plena forma”.
Teóricamente hay bis… si es que se puede llamar “bis” a que la banda esté treinta segundos parada antes de entrar con ‘Born in the USA’: para mí, el más flojo de sus hits, pero la coreé como si no hubiera un mañana. Los “lololos” (¡esa plaga!) se comieron el brutal inicio de ‘Born to Run’, simplemente una de las canciones más emocionantes de la historia, pero los pelos como escarpias se me pusieron igual. Unos críos que estaban detrás de mí agitaron felices su pancarta de ‘Glory Days’ (destrozada por la lluvia) cuando finalmente la tocaron.
Aunque a mí si hay una canción que me lleva a las lágrimas es ‘Bobby Jean’, su exaltación, su piano, sus versos: “We liked the same music, we liked the same bands, We liked the same clothes…” con el toque del saxo de Jake… Imposible sustraerse. Y, ehem, ‘Dancing in the Dark’, que estará todo lo sobadísima que queráis, pero siempre es un subidón. La soulera ‘Tenth Avenue Freeze-Out’ sirve para presentar a “the legendary” E Street Band, mientras las pantallas pasan imágenes de los fallecidos Danny Federici y, claro, Clarence Clemons. Despedida, adiós. ¿Adiós? No. Cuando creíamos que ya había acabado todo, Bruce emergió de las sombras, con su armónica y guitarra, para ofrecernos, solo, una desnuda ‘I’ll See You in My Dreams’, aún más emotiva que la versión que aparece en ‘Letter to You’.
Tres horas de reencuentros, pero también de primeras veces, en mi caso y supongo que también en el de la cantidad de niños y niñas que vi acompañando a sus padres. Tres horas repletas de todo lo que esperas en un concierto de Bruce: rock, músicos entregados, carisma, canciones legendarias y definitivas, emoción y comunión. Sí, todo lo que esperas, pero que no puedes llegar a imaginar hasta que lo vives y lo sientes: la magia de Springsteen. La cuestión es que, después de este concierto, ya no piensas en que va a ser el último, sino en “¿cuándo nos volvemos a ver, Bruce?”.