François Ozon es uno de los cineastas más prolíficos y eclécticos en activo. En su extensa filmografía hay espacio para todo: sobrios dramas de época, sexy thrillers, nostálgicas recreaciones de amores de verano o comedias alocadas. Si sus películas pueden dividirse en dos bloques, las importantes y las menores, ‘Mi crimen’ entra de lleno en esta segunda categoría.
La nueva comedia del autor de ‘En la casa’ se sitúa en los años 30, donde Madeleine, una joven actriz fracasada, y Pauline, una abogada desempleada, comparten habitación en un diminuto apartamento parisino. El repentino asesinato de un famoso productor pone a Madeleine en el punto de mira como la principal sospechosa, por lo que se inicia una investigación en busca de la verdad.
Ozon adapta libremente la obra de 1934 de Georges Berr y Louis Verneuil a la pantalla manteniendo su naturaleza teatral prácticamente intacta, pero traduciendo los conflictos de sus protagonistas a preocupaciones y debates actuales. ‘Mi crimen’ es, decididamente, una película post-#MeToo, pero el francés, lejos de ponerse grave, ofrece su versión más desenfadada. La posición que toma el cineasta no es otra que la de demostrar que la comedia es uno de los vehículos más efectivos para plantear discursos y debatirlos.
Por otro lado, ‘Mi crimen’ traza un claro paralelismo entre el teatro y la propia vida, llevando a sus personajes y a las situaciones que plantea al borde del ridículo, mostrando explícitamente que las apariencias engañan. El cine, el teatro y la vida se construyen a partir de mentiras que queremos que sean ciertas. Así, en la película de Ozon, sus protagonistas y el mismo espectador eligen lo que quieren creer y a quién quieren creer. Es un ejercicio divertido y hasta interesante en ocasiones, pero lo que prima por encima de todo son las ganas de ofrecer un entretenimiento fácil y accesible y, sobre todo, pasárselo en grande en el proceso.
Ozon reúne a varios de los mejores actores franceses de distintas generaciones (la emergente y magnética Nadia Tereszkiewicz, el gran Fabrice Luchini o la mismísima Isabelle Huppert) al servicio de una propuesta tan liviana y graciosa como carente de ambiciones artísticas. Aunque todos ellos parecen más que encantados de estar ahí, sin la presión de estar rodando una gran obra, simplemente pasando un rato agradable entre amigos. En particular, Huppert lleva ya unos años pareciendo más interesada en interpretar a personajes estrambóticos -y anecdóticos- que en escoger papeles dramáticos importantes en los que mostrar su talento.
‘Mi crimen’ no muestra la mejor versión de Ozon, pero tampoco lo intenta. Es una obra que divierte por momentos, que posee en cierta medida parte del universo retorcido de su director pero que, desgraciadamente, nunca trasciende más allá del mero entretenimiento.