Cuando Rolling Stone reveló en un reportaje que el rodaje de ‘The Idol’ se había tenido que repetir debido a diferencias artísticas, y que la serie se había transformado en un nuevo caso de “porno de tortura”, a nadie le saltaron realmente las alarmas. Sam Levinson -director de ‘Euphoria’- es la persona involucrada, y The Weeknd su socio. ’The Idol’ iba a retratar el lado oscuro de la fama, pero a Abel Tesfaye le pareció que la visión del guion original era demasiado “femenina”, así que Levinson y él decidieron desecharlo y escribir uno nuevo.
En el estreno de ‘The Idol’ se nota esa falta de perspectiva. Es verdad que Lily Rose-Depp, que interpreta a la protagonista, Jocelyn, una pop star venida a menos que lidia con la muerte de su madre y sus propios problemas de salud mental; aparece desnuda en muchas escenas. Además, le gusta masturbarse mientras se ahoga a sí misma. Está OK, el problema es que dentro de la serie son escenas metidas con calzador que no aportan nada a la trama.
La visión masculina o, mejor dicho, machista de ‘The Idol’ se evidencia en su trato de los personajes femeninos. Jocelyn es una caricatura de Britney Spears, pero es evidente que Levinson ni Tesfaye se toman a Britney en serio en absoluto. Si lo hicieran, quizá el personaje de Jocelyn tendría más fondo o algún tipo de personalidad. Por ahora es un escombro humano que no canta, no baila, carece de disciplina, fuma como un carretero, odia su carrera y navega entre el empoderamiento woke (ella quiere enseñar las tetas en la portada de su disco porque «es mi cuerpo», dice, asertivamente) y la sumisión total y absoluta. Cuando Jocelyn descubre que una foto de ella con la cara cubierta de semen se ha filtrado, le da igual. “Podría ser peor”, dice. Luego es tan vulnerable y sumisa que se enamora de Tedros prácticamente al minuto de conocerle. Cómo resistirse a ese corte de pelo, ¿verdad?
El retrato femenino es igualmente holgazán en otros personajes. Nikki, la mánager de Jocelyn, es cruel hasta lo indecible, pero no sufre repercusiones por sus salidas de tono. Sus diálogos parecen inventados por alguien que solo se imagina qué tipo de cosas pueden ocurrir dentro de la industria. A Leia, asistente de Jocelyn, le da igual que Izaak (Moses Sumney) le acose de manera bastante explícita y que sea un «creep» de manual. El personaje es bobo a más no poder, ingenuo, sin capas. En una de las escenas más «polémicas», Leia comenta que Tedros transmite una «vibra de violador», y Jocelyn reconoce que eso le gusta. A Joceyln, de momento, le define su sexualidad, pero es una sexualidad imaginada -fantaseada- por hombres.
Uno de los principales problemas de ‘The Idol’ es que parece una serie nostálgica que en realidad quiere ser actual. El personaje de Jocelyn está evidentemente basado en Spears -por mucho que Sam Levinson y Abel Tesfaye digan que en realidad es una amalgama de diferentes pop stars- pero las estrellas del pop actuales no son como Britney. No estamos en 2003. Sí, Doja Cat baila, aunque su estilo es más Broadway, no tan VMAs; pero lo que le hace ser actual es su presencia en redes sociales. Jocelyn no está en redes, de hecho, parece vivir aislada del mundo. Es como la Britney de 2001 mezclada con la de 2007 mezclada con la que vivía tutelada. Es difícil creérsela porque no tiene talento, pero sobre todo porque parece salida de otra época.
‘The Idol’ ofrece una visión anacrónica de lo que significa ser pop star hoy y, por lo tanto, culturalmente no tiene nada que decir. Es como un sueño febril de The Weeknd hecho realidad y ya está. Algo evidente en su personaje, Tedros, un dechado de clichés que solo existe para regocijo del propio Tesfaye, al que le debe encantar verse a sí mismo encarnando ese personaje que en realidad él no es. Tesfaye tiene una evidente fascinación por la figura del manager turbio, pero el personaje de Tedros tiene tan poco fondo, es tan predecible, y Tesfaye actúa tan mal, que es imposible creérselo. De momento, a los dos episodios estrenados de ‘The Idol’ les pasa exactamente lo mismo.