Conciertos

Apoteósico show de Florence en Bilbao BBK Live, otra vez

Una nueva edición de Bilbao BBK Live vuelve a celebrarse un año más en el recinto de Kobetamendi, con alguna novedad logística como la (parcial) reorganización del área de food trucks o la presencia del escenario Txiki, ubicado frente a una panorámica espectacular del monte. Nadie necesita vistas al mar con semejante decorado (te quiero, Primavera). Ahí, el concierto de Colectivo da Silva se disfruta el doble, pero ellos -7 integrantes sobre el escenario- no lo ponen difícil rebosando simpatía y gracia sobre el escenario, la misma que transmiten sus canciones, como esa ‘After’ con la que acaban antes de despedirse definitivamente poniendo el “1 + 1 son 7” de Fran Perea.

Antes, en el Nagusia nos recibe una de las primeras actuaciones de la jornada, la de eee gee. Me sorprende el deje country-pop de muchas de sus canciones, tan agradable que no es de extrañar que la concurrencia de público -en principio no demasiado abultada- vaya aumentando progresivamente. Calienta motores pero sin pasarse. Su canción ‘Perfect 10’ sigue siendo eso mismo: recomendada para quien no la conozca. La danesa Emma Grankvist advierte varios fans de Florence en las primeras filas de su concierto, entre ellos un asistente con una corona de flores que vivirá el momento más mágico de su vida unas horas después.

Sergio Albert

En el mismo escenario, un poco más tarde de su hora programada (20.10), sale Amaia. Voy a ir al grano: Amaia está que se sale. Nunca he visto una actuación de ella tan confiada, tan segura, tan carismática. Es imposible despegar la vista del escenario: Amaia baila, salta, sonríe, se contonea, se torea a sí misma, pega un melenazo: parece que está actuando, coqueta, frente al espejo de su habitación, pero a través del espejo está su público. El set se centra evidentemente en ‘Cuándo no sé quien soy’ pero añade otras cosas, como la apasionada versión al piano de ‘Fiebre’ de Bad Gyal, un acierto. Menos convence Amaia cantando ‘Sexo en la playa’ completamente sola, pues la navarra no consigue defender del todo las partes vocales de Alizzz, quedando una versión desinflada. Por contra, ‘Así bailaba’ le queda como un guante y le da pie a marcarse un twerking. Entre los momentos marca de la casa, Amaia presenta la canción equivocada (‘Yo invito’ cuando toca ‘El encuentro’), en ‘La canción que no quiero cantarte’ se le sale un tacón, y la cantante se despide dando gracias al BBK por “haberme contratado”, como los Vengaboys en aquel Orgullo de Barcelona.

Está intratable el público frente al escenario San Miguel en el que actúa inmediatamente después M83. Claro que, en mitad del show, empieza a llover y se da un éxodo masivo. Todo el set es -desgraciadamente- una mera antesala para la llegada de ‘Midnight City’, una canción que ya ha perdido todo su lustre. Lo de antesala lo digo más bien por el público, que no despierta hasta que empieza a sonar la icónica melodía de esta canción. Es cierto que en las primeras filas se advierten fans más entregados, quizá porque las canciones de su último disco, ‘Fantasy‘, relucen en vivo.

Florence divide el océano

Los momentos previos a Florence+ the Machine

son eléctricos. La última vez que Welch actúa en BBK, en 2018, ofrece un concierto maravilloso. Vuelve a ser el caso 5 años después. Con un decorado naturalista-gélido, que no alcanzo a distinguir si representa una roca de estalactitas o una montaña de velas fundidas, Welch emerge en el escenario como si levitara, dejando ver su icónica melena pelirroja, enfundada en un vestido precioso que parece un camisón. La devoción que provoca entre los asistentes es total y absoluta: una diosa se encuentra entre nosotros y Florence juega con esta idea de diversas maneras a lo largo del concierto.

Por ejemplo dándose los baños de masas que tanto le gustan: para cantar ‘Big God’, por ejemplo, baja al público y se convierte en ese mismo Dios, en un Mesías: a sus fans les da un toquecito en la cabeza como bendiciéndoles con su gloria. El “elegido” es aquel fan de la corona de flores, al que Florence dedica un momento de intimidad, cantándole frente con frente, nariz con nariz, cheek to cheek, agarrándole la mano con fuerza, apoyándose en él para seguir pregonando su mensaje al mundo. Por supuesto, el público del BBK es el que más grita, el que más se emociona, el más especial. El resto no.

Florence planta su concierto en términos de una “resurrección del baile”, acorde al concepto de su último disco. Pero más que un componente bailable, llama la atención la solidez de un repertorio que ya podemos considerar legendario. Las canciones de Florence se sustentan en una pasión por la vida, dan ganas de vivir: las cuerdas de ‘Queen of Peace’, el estribillo de ‘Hunger’, ‘Ship to Wreck’ entera, la euforia de ‘My Love’… Florence convierte cada interpretación de ‘You’ve Got the Love’ en un momento histórico. Y subo la apuesta: cada concierto de Florence es historia. La euforia se desata definitivamente en ‘Dog Days are Over’… y todavía queda mecha por quemar: ‘Cosmic Love’ o ‘Shake it Out’ suenan después elevando aún la energía.

Cuenta Florence que “muchas cosas” han pasado desde la última vez que actuó en el BBK: recuerda que escribió ‘Dance Fever’ durante la pandemia precisamente por la imposibilidad de salir a bailar. Lo que ha pasado también, en todo este tiempo, es que Florence se ha convertido en un icono más grande lo que ya era. De hecho, el escenario Nagusia se le queda realmente pequeño. Florence es, sin ninguna duda, una de las grandes artistas pop del siglo XXI, y en cada concierto lo vuelve a demostrar.

Sergio Albert

Y de la magia de Florence nos sumergimos en la oscuridad de Fever Ray. El show de Karen Dreijer es inusual en todos los sentidos. No todos los días se ve actuar sobre el escenario a una persona que ni siquiera parece humana, sino, más bien, un alienígena, y de los tétricos, por mucho que vaya vestide con traje. Su grupo de músicos -entre ellos un tecladista con cabeza de nube- también parece salido de otro planeta. La escenografía simula una calle de madrugada y cuenta con la presencia de una farola. Es como la portada de ‘In the Wee Small Hours’ de Frank Sinatra pero llevada a una realidad invertida. La música va también por ese camino. El set, evidentemente centrado en ‘Radical Romantics‘, es una exhibición de puro tribalismo electrónico, siniestro en el mejor de los sentidos, y luego es Fever Ray quien directamente asume ese papel de ser oscuro, vistiendo una túnica negra que le hace parecer venide de una secta satánica. Probablemente de los shows de pop electrónico que más vale la pena ver hoy en día por su particularidad.

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Publicado por
Jordi Bardají