Cada nueva película de Christopher Nolan se ha convertido en un acontecimiento cinematográfico al que le acompañan inmensas y larguísimas campañas publicitarias y unas enormes expectativas por parte de público y prensa. ‘Oppenheimer’ lleva teniendo fecha de estreno desde hace más de un año, y su tráiler ha sido proyectado en cines desde más o menos ese mismo tiempo. El realizador británico, conocido por su grandilocuencia y pirotecnia visual, vuelve a ofrecer un ejercicio de cine megalómano adaptando la novela de Kai Bird y Martin J. Sherwin sobre la vida del físico J. Robert Oppenheimer, responsable del desarrollo de la bomba atómica.
Tras ‘Tenet’, una película de narrativa deliberadamente confusa, ‘Oppenheimer’ brinda una propuesta más convencional pero igualmente fiel al estilo de Nolan -aquí también se alternan líneas temporales- y a su fascinación por los universos predominantemente masculinos de las élites. Durante su primera hora, la película teje una telaraña de personajes y escenas de despachos que requieren de la atención plena del espectador. Como en todo su cine, la exhaustiva labor de documentación es palpable desde el principio, y también esa pasión por lo que cuenta, pero solamente sobre el papel, pues la cinta no logra que su fascinante historia encuentre la manera de hacer de ella una experiencia relevante. ‘Oppenheimer’ quiere ser una película importante a toda costa -por su mensaje político, por desentramar la naturaleza contradictoria de su protagonista- pero su ensimismamiento y su notoria falta de elegancia la alejan con creces de su objetivo.
Christopher Nolan nunca ha sido un cineasta sutil, pero es difícil pensar en alguna vez que haya forzado tanto sus manierismos para intentar trasmitir emociones al espectador de forma tan burda. El atronador uso de la música de Ludwig Göransson es uno de los más invasivos y molestos del cine reciente, y es, además, absolutamente incomprensible. ¿Nolan no cree en la fuerza de sus imágenes lo suficiente como para que su narración no obligue a través de factores externos a que quien las vea sienta algo? También deja esa desagradable impresión un montaje acelerado y caótico que encadena una secuencia con otra sin dejar a la película respirar, haciendo que parezca un tráiler de 3 horas. El cineasta no aguanta ningún plano más allá de 5, 10 segundos como mucho, una decisión que encuentra difícil justificación. En realidad, solo es una muestra más del modelo de consumo rápido que Hollywood ha impuesto en los últimos tiempos: tienen que estar continuamente pasando cosas, la cámara siempre en frenético movimiento… pero no hay asimilación, no hay profundidad en esas imágenes convertidas en productos de usar y tirar.
Una verdadera lástima, pues en el corazón de ‘Oppenheimer’ hay una buena película que nunca llegamos a ver. Se agradece ver a Nolan atreviéndose a meterse en fangos morales de los que no es fácil salir. Y, sobre todo, se agradece cuando deja de intentar sorprender en cada plano y despoja a su narración de los artificios que tanto le gustan y que tanto lastran a la mayoría de sus trabajos. La escena donde prueban la bomba atómica es un perfecto ejemplo de cómo su cine funciona mucho mejor con una estructura lineal y ordenada, y cómo así la emoción que busca surge de manera mucho más genuina. Desgraciadamente sus vicios habituales aparecen con demasiada frecuencia como para hacer que estos puntuales momentos de lucidez brillen con la intensidad que deberían.
Los continuos trucos con los que Nolan adorna su película, mezclando líneas temporales y cortes abruptos, impiden indagar en la figura de Oppenheimer (interpretado con solvencia por Cillian Murphy), el creador arrepentido de la bomba atómica que destruyó Hiroshima y Nagasaki. Como siempre, los personajes femeninos siguen siendo una asignatura pendiente de aprobar para Nolan. Tanto Florence Pugh como Emily Blunt hacen lo que pueden por dotar a sus personajes de profundidad, pero su pobre desarrollo narrativo impide que sean algo más que meros títeres. Incluso si la trama reclama cierta importancia de una de ellas, Nolan, aunque la fuerce, nunca se la llega a dar realmente.
‘Oppenheimer’ es otro episodio pomposo más en la filmografía de Nolan: una película larguísima con la que el cineasta se tropieza, una vez más, con sus propias ambiciones. Con un material que ofrecía la posibilidad de hacer un estudio de personaje apasionante, uno sale de la sala sin saber demasiado del mundo interior del célebre físico y, lo peor, con pocas ganas de recordar lo que se acaba de ver.