Low Festival venía anunciando en las redes sociales que había agotado abonos, abonos VIP y abonos VIP Pool. Tan sólo quedaban ayer 100 entradas de día, así que imaginad el baño de masas que se pegaron Viva Suecia en la primera jornada. Benidorm acogía a unas 25.000 personas dispuestas a celebrar el que fue uno de los grandes éxitos comerciales de 2022, ‘El amor de la clase que sea‘, pues este y no otro internacional, es el álbum que continúa en la lista de ventas, casi un año después.
Así que fueron lógicamente ellos y no Interpol o The Vaccines -da igual el caché- quienes congregaron a más público en el escenario principal del Low, a eso de las 21.20 horas. De este modo, Pedro Sánchez no solo perdía anoche un escaño -en Madrid, dónde si no-, sino también la ocasión de ver a Viva Suecia arrasar en una noche histórica, ofreciendo el mejor concierto que les hemos visto de momento. Y la mención tiene sentido, por varias razones.
En una semana de resaca electoral, y no habiendo superado todavía el shock que ha supuesto ver al todavía presidente del gobierno dar una entrevista de campaña en la que ponía en valor la cultura pop junto a La Pija y La Quinqui, la organización de Low Festival probó suerte, invitando a Sánchez al festival, a sabiendas de que es seguidor de Interpol. Y él respondió en Twitter que no podía acudir ni con Falcon ni sin Falcon, pero puntualizando que él, a quien quería ver en verdad, era a Viva Suecia y a Depresión sonora. Como todo el mundo.
Viva Suecia, autores de un pequeño hit llamado ‘La voz del presidente’, decidían subirse al carro, invitando al mismo Sánchez a su concierto del WiZink del año que viene. Este concierto frente a un montón de personas enloquecidas seguro que les ha servido de calentamiento. No hay nada más bonito en un festival que ver a las masas corriendo porque se están perdiendo tu hit, y esto pasó ayer repetidas veces durante el concierto de los murcianos.
Hay muchas razones por las que Viva Suecia ofrecen el mejor concierto de la noche. Las casualidades no existen. Está la claridad con que sonaron letras, teclados y coros, ya desde las dos primeras canciones, ‘No hemos aprendido nada’ y ‘Los años’. Rafa Val, que como Sánchez tiene que camuflar de alguna manera la arrogancia que se presupone a alguien que mide más de 1,90, anima al público, casi siempre toca la guitarra, en ‘Hemos ganado tiempo’ baja al foso. Y nunca pierde su voz de fucker. Los hits se suceden sin descanso desde la era Subterfuge a la multinacional, y ya viejos temas como ‘Algunos tenemos fe’ no son los más coreados, en favor de los últimos.
En algunos cortes aparece un saxo, también reluciente y nítido. ‘El amor de la clase que sea’ pasa de sonar stoner a parecer un hit de música disco. En cierto momento, en un alarde de «aquí funciona todo», el saxofonista se pone a tararear hits, incluido ‘Seven Nation Army’. Una maniobra arriesgada ahora mismo, pero que tampoco les sale mal. Arde Bogotá aparecen en el escenario para tocar ‘El bien’, siguiendo una invitación que se había dejado caer por las redes sociales. Pero ni siquiera esta colaboración es lo mejor. El concierto termina con el tema que dice «Todo lo que importa está en el aire»… y todo lo que vemos en el aire es confeti. ¿Hace falta decir algo más? Sí: después, osan pinchar OBK. Parecía que iba a ser un día horrible para Viva Suecia. Se les había reventado una rueda y casi no llegan ni a la prueba de sonido, et al. Pues al final, todo lo contrario.
Después de este festín, no encuentro nada demasiado relevante que destacar en el concierto de Interpol, los supuestos cabezas de cartel. El grupo aglutinó a menos gente, confirmando el fenómeno de que la pandemia mató la influencia de muchos artistas anglosajones, y lo que es peor, sonó apagado y sin gas, casi a juego con sus proyecciones en blanco y negro. Incluso a hits como ‘Slow Hands’ parecía pesarles el culo en cuanto a sección rítmica.
Ya de madrugada, la diversión en The Vaccines, como siempre, era directamente proporcional a tu estado etílico. Su debut está tan infravalorado como alargada es su sombra, por lo que el show funcionaba sobre todo cuando sonaban ‘Ra Ra Ra’, la preciosa ‘Wetsuit’ o ‘Post-Break Up Sex’ para sorpresa de nadie. Justin Hayward-Young, con camisa blanca y pantalón negro, elegante y delgadísimo, fue un buen frontman, con el punto justo entre carisma y desgana británica. Les abandoné por ver un trozo de Depresión Sonora, pero lo cierto es que me costó irme de allí. Era fácil disfrutarles en las primeras filas.
A medio camino entre Joy Division y los Smiths, la banda de Depresión sonora presentaba canciones de aspecto deprimente, pero con cierta voluntad saltarina, como ‘Este año ya no hay verano’ o ‘Apocalipsis virtual’, en la cual Marcos Crespo pidió a la gente que dejara los móviles de lado de una vez. «No quiero móviles en esta canción», indicaba, mientras el mundo pensaba «buena suerte». También a los años 80 más underground había recordado a primera hora de la tarde Confeti de Odio. Un buen concierto de pop-rock marcado por su simpatía (ese «hoy estoy tímido» parecía irónico), y por las deliciosas contradicciones. «‘Dale una oportunidad al amor’ es algo que nunca deberíais hacer» fue una de las presentaciones, y también excusó «perdón y gracias» tras interpretar una balada, su favorita ‘Ángel triste’. Tocó una versión de Bowie de ‘Heroes’ por la vía de Parálisis Permanente porque se han cumplido 40 años de la muerte de Eduardo Benavente, y el concierto se cerró con ‘Estrella’ y ‘Un día horrible’.
Casi a la vez Natalia Lacunza actuaba en un escenario mucho más grande, al menos en su segunda mitad apostando todo a su registro más bailable, rugiente y festivalero. Ritmos de drum&bass, temas como ‘No me querías tanto’ o la colaboración con María Escarmiento aparecieron en esa última parte de su set, mientras ella se deshacía en agradecimientos.
Entre las curiosidades de la noche, tres. Ralphie Choo es uno de los nombres más importantes del panorama nacional, en su fusión de géneros, muy, muy loca, en temas que tienden a los 2 minutos de duración. No faltó la ‘Máquina culona’ que presenta su álbum (es una colaboración con Mura Masa), también estuvo por allí Barry B, y luego rusowsky en temas tan imprescindibles como ‘Dolores’ y ‘Gato’. Pero fue el propio Ralphie Choo quien acaparaba todo el foco. Estaba sonriente y exultante, es como si supiera que está viviendo claramente su momento. Y eso se termina contagiando al público.
GusGus eran el gran reclamo para el melómano más enteradillo y el dúo cumplió con un show, como siempre, gélido y a la vez reconfortante. Birgir Þórarinsson se encargó de las bases, mientras Daníel Ágúst Haraldsson se pasó la noche explorando las posibilidades de un foulard frente a un ventilador de aire. Entre pistas instrumentales de delicioso techno melódico, atendimos a temas como ‘Over’ o ‘Deep Inside’. Una música como de otro planeta y desde luego de otro contexto, que habría funcionado mejor a las 3 de la mañana que haciendo un sándwich entre Viva Suecia e Interpol, antes de la medianoche.
Pero lo que la organización tenía reservado para las 3 de la mañana era un «Secret Show». Se trataba de un concierto tributo a Daft Punk, realizado por Robot Rock Alive, recreando su mítico concierto de estructura piradimal y grandes hits del dúo francés, que dejó al público de lo más descolocado durante unos instantes. A falta de averiguar qué opinan los ya separados Daft Punk de todo esto, fue totalmente hilarante comprobar cómo 1) un 15% del público se pensaba que estaba viendo a los verdaderos Daft Punk 2) un 35% comentaba indignado qué será lo siguiente 3) otro 35% lo daba todo cuando sonaban ‘Around the World’ o ‘One More Time’ y 4) un 15% no tenía ni idea de lo que es la pirámide de Daft Punk, de todos modos. Hay que dar gracias a la organización, en cualquier caso, por que sonara en algún momento, por algún lado, algo que no fuera ‘El fin del mundo’.